Tienen mucho en común: son saxofonistas, tocan tango y ambos se sacaron la foto de la tapa de sus últimos discos en espacios costeros. Además, los dos hacen de la música instrumental casi una liturgia pagana. Un rito secular y personal, que empieza a bifurcar sus caminos. Allí donde Miguel De Caro ve una veta popular, histórica y ecléctica (tango + otras cosas); Jorge Retamoza desarrolla un estilo a medio andar entre Astor Piazzolla, el jazz y codas académicas. Así lo atestiguan los Seis estudios tanguísticos de su adorado Piazzolla, que le encargó grabar el alemán Manfred Neumann, director de la Deutsche Radio Philharmonie Saarbrucken. “Lo mío es una obra que Astor escribió para flauta sola y se hizo muy popular en el ámbito académico del saxofón”, describe Retamoza, que mostrará los seis estudios (medio disco) más la otra mitad, poblada por mayoría de temas propios, este sábado 4 de agosto a las 20 en la Alianza Francesa (Billinghurst 1926). “Lo voy a hacer con mi grupo, más un cuarteto de cuerdas”, anuncia él. De Caro, en tanto, también hace pié en Piazzolla. Pero no en suite, como su par impar, sino en piezas sueltas (“Café 1930” y “Vuelvo al sur”), que se mezclan con otras propias (“Milonga de atrás”) y ajenas, como “Nieblas del Riachuelo”, de Cobián y Cadícamo, además de ciertos candombes que lo hacen girar en una órbita más rioplatense. En rigor, el nombre del disco luce más por temático que por original: Saxo rioplatense. “La idea de lo ecléctico fue tratar de buscar más libertad para los instrumentos, más creatividad e improvisación”, enmarca De Caro. 

–Lo que más identifica a ambos, está claro, es un apego por la tríada tango-saxo-Piazzolla. ¿Cómo la aborda cada uno, específicamente?

Jorge Retamoza: –Piazzolla, para mí, fue un nexo innegable en el vuelco que di cuando pasé de tocar jazz al tango. La clave me la dio cuando me metí a recrear el disco Reunión cumbre, que él hizo con Gerry Mulligan. Y por esa senda voy.

Miguel De Caro: –En mi caso, hay más variedad de ritmos... Hay Piazzolla, pero también hay candombe, hay milonga, y por supuesto hay tango, todo apoyado en la cuestión compositiva no solo mía, sino también de mis músicos. Y estas cosas son muy difíciles; me he pasado la vida buscando gente con la que se pueda hacer este trabajo. No es fácil encontrarse con gente que esté dispuesta a tirar cosas sobre la mesa, y que esas cosas coordinen y funcionen. Es parte del derrotero. 

–¿Cómo es el proceso de pensar y concebir la música desde y a través del saxo, y aplicarla al tango?

J. R.: –Cuando empecé a trabajar con el vocabulario del tango, sabía que podía tocarlo, pero el desafío, más bien, era escribir tangos nuevos que sacaran al saxo de su carácter de instrumento inaudito para el género. Hacer que fuera parte de su familia, digamos. Pero, en realidad, la composición la empiezo con el piano y, mientras lo hago, busco melodías que se puedan tocar con el saxo. Lógicamente, se trata de un proceso complicado porque es un vocabulario que está en desarrollo y como músico te corresponde definir cuándo es el momento de aplicar el saxo en una pieza de tango. No es como en el jazz o en el rock, donde las posibilidades del saxo son infinitas. Por eso, siempre empiezo mis clases con una pregunta: ¿cómo es el sonido del saxo en el tango?  

Parte de la respuesta se contesta escuchando ambos discos. Uno, el de Retamoza, con una tesitura más académica, erudita. Y otro, el de De Caro, más intuitivo, abarcativo y popular. En efecto, el sexto disco del músico dejó la puerta abierta de par en par para que puedan jugar músicos de “otros palos”, como el percusionista Facundo Guevara y la contrabajista Marisa Hurtado, por caso. “¿Puedo contestarle a Jorge?”, se ríe De Caro, sentado junto a su colega. “Bien, yo defino ese sonido del saxo en el tango a través del canto. El saxo canta; entonces, cuando toco, imagino que estoy cantando y pongo la atención en cómo digo lo que digo, qué historia cuento... Esa historia tiene que tener mi palabra, mi forma y mi onda. Me crié en San Telmo, un barrio en el que se cantaba y se silbaba por la calle. Y cuando era chico, también había tambores y mulatos. Todo eso está reflejado en el disco”, sostiene De Caro, que también se la jugó con cantar saxualmente “Gricel”, de Mores y Contursi. “Esto se puede hacer porque el tango es amplio, no es algo que se limita a una armonía reducida, sino que puede salir de sus escalas, se puede rearmonizar. El tango es muy generoso”.

–Y muy diverso, porque ambos discos, pese a tener la misma “cáscara”, suenan totalmente diferentes.

M.D.C.: –Es que Jorge dice como dice él y yo digo como digo yo. No tocamos igual, para nada. Lo que hay que lograr, en definitiva, es que nos salga lo loco de adentro.

J. R.: –Y esta es una época propicia para que se dé esto, porque no hay líderes a quienes seguir. No son los 60, cuando podías seguir a Piazzolla, a Federico, o a Rovira, otro genio, sino que hay particularidades que habilitan relecturas interesantes. Estamos atravesando una época de mucha creatividad, porque la música de Buenos Aires ya no es más la que era en la época de oro del tango. Ha mutado, dado que hoy en la calle no hay tango. O al menos no como era en el pasado. 

M.D.C.: –No sé si aquellos sonidos representan esta realidad. No lo sé, la verdad. Sí veo que hay músicas diferentes. 

–Lo que es innegable como similitud entre ustedes es el paisaje que eligieron para la tapa de los discos: en las dos aparecen el agua y la arena besándose. ¿Cuál será el misterio ahí?

J.R.: –(Carcajadas) La mía es en Valizas, Uruguay, y es así porque el agua me ayuda a pensar. 

M.D.C.: –(Más risas) Bueno, yo estoy acá, en la Costanera. Menos lindo, pero bueno, es lo rioplatense que quiero trasmitir con mi música. Con eso alcanza.