A Quique Safatle

Después de las esquirlas que el mundial dejó en el alma, si algo necesitaba era reencontrarme con el Enviado, recibir alguna de sus emanaciones, hundirme en las aguas profundas de su sabiduría, más aún cuando durante el mundial su presencia me había sido esquiva como Mbapeé en velocidad. 

Justamente estaba pensado en esto cuando sus poderes telepàticos se hicieron presentes en el almacén del barrio, junto con su angélica anatomía: “Mbapeé…el Caniggia negro…”, me dijo. Enseguida le pidió enfático, al gallego: “Medio de mantecoso…”. El almacenero, ignorante de la magnitud espiritual de quien estaba enfrente, prefirió hacer un reclamo profano: “Hasta que no me pagues el dulce de batata de ayer no te vuelvo a fiar…”. Humilde pero dolido, el Enviado se pronunció como lo haría el resto de los mortales: “Gallego…me estás negando comer queso y dulce…y me ponés a optar entre uno u otro, es perverso…”. Entonces me sentí llamado a abolir la patética escena, saqué un billete de 500 y dije, entre devoto y mundano: “Pago yo el mantecoso del maestro…”.

El Enviado me abrazó emocionado y vociferó mirando al cielo (raso): “¡Ay de los que dicen ´Yo a Maradona lo admiro como futbolista pero no como persona´…porque esos no ingresarán al reino de los cielos!”.

Aprovechando esta admonición y el clima post mundial, lo miré a los ojos y le dije: “Iluminado, ¿usted quién cree que es mejor: Maradona o Messi?”. Montado en cólera, como Jesús ante los mercaderes, el maestro tomó una longaniza a modo de espada y, mientras derribaba unas latas de durazno, pontificó: “Al que crea que puede haber alguien mejor que Diego, lo espero en Segurola y Habana… De todos modos, que alguien haya podido generar esa pregunta habla también de su grandeza. De su grandeza, pero no de su divinidad, ¿está claro?…”. “Êstá bien, está bien…ya entendí” dije, mientras le sacaba la longaniza y acomodaba las latas, pues no podia hacer frente a otra erogación, “Salgamos de aquí que quiero hacerle una pregunta importante”.

Salimos del almacén del gallego, nos sentamos a la vera de un baldío y sin filtro, como quien inquiere sobre algo banal, le pregunté si existía un “Juicio final” específicamente pensado para los jugadores de fútbol. Al Enviado se le encendió la mirada y dijo, como para sí: “No te puedo creer…voy a comer queso y dulce…”; luego tomó un palo, comenzó a dibujar unos garabatos en la tierra, y con ojos de Dante, me pintó una semblanza de ese escenario escatológico: 

“A diferencia de lo que ocurre con el resto de los mortales, los futbolistas no son juzgados cuando se mueren, sino cuando se retiran. Esto no debe sorprendernos: los retiros, las despedidas, son como muertes en miniatura, pero el retiro del futbolista es la metáfora perfecta del final definitivo. Además, como corresponde a un jugador, no existe solo un jucio final; está la fase de grupos, octavos, cuartos, semis…y después sí, el juicio final. Una de las cláusulas del juicio futbolero es no revelar detalles del acontecimiento, por eso nadie sabe sobre esto, pero éste ya ha sucedido con cada uno que se retiró…”. Inoportuno, interumpí la inflamada alocución: “Ah…es como dice el místico Swedenborg…el juicio final ya ha ocurrido…”. El maestro me cortó en seco: “Estamos hablando de fútbol y usted cita a un sueco…otra boludez de esas y no me ve más…Continúo: un ángel medio mal llevado espera al retirado; no hay que mirarlo fijo al ángel, porque puede llegar a preguntarle algo que no es una buena señal: ´¿Qué mirás, gil?…´ Saca entonces de un arcón un libro, mira al enjuiciado a los ojos y le dice: ´XX... ¿es usted?´. El jugador, ansioso, se apresura por contestar: ´Sí... soy yo...´. El ángel frunce el ceño y aclara con gravedad: ´Respuesta equivocada... recién hoy sabrá usted quién es verdaderamente...´. Entonces en voz baja, como si repasara las frías cláusulas de un contrato, el ángel le comienza a relatar sucesos de su biografía futbolera: orígenes, inferiores, debut, partidos jugados, títulos…y enseguida aclara: ´Todo esto importa un pomo... estas son cantidades, circunstancias, son vanidades, regalos del azar...si fuera por esto, todos los futbolistas de Primera C serían condenados. ¿Usted quiere saber realmente si se merece el cielo o el infierno de los futbolistas?´. El ángel toma entonces el comando del viaje. ´Sígame…vamos a ver donde están los réprobos´. Enseguida, va hacia un lugar que no parece un infierno, apenas si tiene el tamaño de una pieza. El ángel pone un gesto severo y anuncia: ´No se sorprenda amigo. No hay otro infierno que no sea la conciencia sin paz, así que con una pieza nomás alcanza y sobra... Yo le muestro, le explico cada caso, usted repasa su carrera y después se arregla con su almohada... Bueno, empecemos. Los que ve ahí son los eliminados en la fase de grupos: besaron como veinte camisetas para tribunear, al final les llegó la hora del retiro y no saben qué colores amaron realmente, algunos incluso aceptaron jugar en el rival de toda la vida, porque decían que ante todo eran profesionales…Vamos ahora a los eliminados en octavos de final: los que dicen ´Siempre soñé con jugar en un club importante´ y les importa tres pomelos herir el sentimiento del club que los formó. Cuartos de final: los que cuando el equipo de sus amores estaba cerca del descenso no vinieron a dar una mano o los que volvieron al club cuando ya no tenian nada para dar. Semifinal: los que se cuidan el físico y no juegan partidos claves, porque temen comprometer su futuro. Llegamos a la final, que como usted sabe se pierde por detalles: tipos que esquivan tirar un penal definitorio, garcas que se olvidan de los amigos cuando llegan a lo alto, tibios que creen que le fútbol es solamente un juego, falsos dolidos que lloran para la tribuna pero no sienten perder una final, los que miran mal al que se hizo un gol en contra o cuando el arquero se come uno...´ El ángel entonces hace una última, decisiva revelación: ´Yo no soy en realidad un ángel como cualquier otro: soy un representante de eso tan sagrado que se llama “memoria popular”, y en tal carácter le informo cuál es el cielo de los futbolistas: si usted puede dormir tranquilo, mirar a sus hijos a los ojos, mirarse cada mañana al espejo y saludar con la frente alta a los hinchas, si usted puede caminar feliz por las calles del barrio o el pueblo que lo vio nacer y los pasillos del club que lo vio crecer, si usted puede llorar de tristeza pero no de remordimiento, si usted va a la cancha y ve que los padres le dicen a los hijos ¨Sabés lo que era éste…¨, si hasta los hinchas rivales lo respetan y se detienen a su paso, si los hinchas lloraron su útlimo partido, si sus ex compañeros lo recuerdan con cariño, si el paso del tiempo le quitó todo lo que el tiempo minimiza y le dio todo lo que el tiempo agiganta; usted se ha salvado…otro cielo no espere, ni otro infierno´. 

“Otro cielo no esperes ni otro infierno…”, esa frase es de Borges, que odiaba el fútbol y amaba a Swedenborg, pero no quise decírs decírselo al Enviado.