Carlos Adolfo Buttice no podrá celebrar hoy la mayor gloria de su carrera futbolística. El gran arquero del San Lorenzo campeón metropolitano de 1968, falleció ayer a los 76 años de edad. Justo un día antes de que se cumplan los 50 años de aquel título inolvidable. El 4 de agosto de 1968 y en una tensa final jugada en el estadio Monumental de River, San Lorenzo derrotó 2-1 a Estudiantes de La Plata en tiempo suplementario y pasó a la historia. Por haber sido el primer campeón invicto del ciclo profesional y sobre todo, por haber jugado un fútbol chispeante, lujoso y eficaz. A la altura exacta de su apodo: Los Matadores.

Aquel equipo de Buttice; Villar, Calics, Albrecht y Rosl, Rendo, Telch y Cocco, Pedro González, Fischer y Veglio ganaba, gustaba y goleaba en una época de cautelas exageradas. Tenía un técnico, el brasileño Elba de Padua Lima “Tim”, que hablaba poco y preciso. Y que en las charlas de los entretiempos, ponía tapitas de gaseosa sobre la camilla del vestuario, mezclaba el castellano y el portugués y en un par de frases bien dichas, reacomodaba hombres y esquemas y mandaba a jugar y a ganar en ese estricto orden.

San Lorenzo fue matador en los números: para salir campeón jugó 24 partidos de los que ganó 18 y empató 6, con 49 goles a favor y 11 en contra. Pero fue mucho más matador en la cancha. Por su fútbol, por la calidad notable de sus jugadores y por su convicción ganadora. Salía a imponer su ritmo de local y de visitante y nunca especulaba con el contraataque. Todos querían hacer un gol más. Sobraba calidad. Tanta que futbolistas notables como el “Bambino” Veira o el zurdo Miguel Angel Tojo fueron suplentes que jugaron esporádicamente.

Después de su último título en 1959 con José Francisco Sanfilippo como goleador y emblema, San Lorenzo vivió ocho años oscuros en los que nunca peleó los campeonatos ni llegó a la Copa Libertadores que había jugado por única vez en su edición inicial en 1960. Cansada de ser testigo de las glorias ajenas, su monumental hinchada pretendía bastante más. Y en 1968, se dio todos los gustos.

Porque a un plantel en el que ya brillaban los vuelos de palo a palo de Buttice, la jerarquía del tucumano Rafael Albretcht, la inteligencia de Alberto Rendo, la ubicuidad de Roberto Telch, la rapidez de Pedro González y el poder goleador del “Lobo” Fischer, llegaron el lateral uruguayo Sergio Bismark Villar (para muchos el mejor marcador derecho de la historia azulgrana), un eficiente lateral izquierdo como Antonio Rosl que subía mucho para aquella época, un mediocampista lento y cerebral como Victorio Nicolás Cocco, dueño de uno de los mejores cabezazos de todos los tiempos y Carlos Veglio, un delantero fino y talentoso que había deslumbrado en Deportivo Español. La alquimia entre los nuevos y los que ya estaban fue inmediata. Desde el primer partido, todos supieron que ese San Lorenzo era cosa muy seria.

Curiosamente, arrancó mejor afuera que adentro: de visitante goleó 5-1 a Atlanta y le ganó 2-1 a Boca en la Bombonera. De local, igualó 1-1 con Platense y 0-0 con el áspero Estudiantes de Osvaldo Zubeldía. Luego se asentó. Goleó a Ferro (5-0), Banfield (3-0) y a Colón (4-0) y derrotó 2-0 a Newell’s en Rosario, Y en la segunda rueda arrasó: de los 11 partidos ganó ocho y empató apenas tres. De sus 44 goles, 31 los marcaron sus delanteros: 12 el temible “Lobo” Fischer, 10 el elegante “Toti” Veglio y nueve el veloz Pedro Alexi González. Ya habían sido bautizados: eran los Matadores.

Como el torneo se había jugado en dos zonas, hubo que pasar por las semifinales. A San Lorenzo le tocó River al que venció 3-1 en la cancha de Racing. Y al día siguiente, también en Avellaneda, Estudiantes dejó afuera a Vélez por 1-0. Tres días después, la gran final se jugó en el Monumental. Con un gol de Juan Ramón Verón, Estudiantes se puso en ventaja y Veglio igualó después para San Lorenzo. Hubo que ir al alargue. Por primera vez, un campeonato se definía en tiempo suplementario. Y fue Fischer, con un tiro desde afuera del área, el que marcó el gol de la gloria.

El ciclo de aquel San Lorenzo se apagó aquella tarde triunfal de la que hoy se cumplen 50 años. En el Nacional de ese año que ganó Vélez, perdió los dos primeros partidos ante Boca (1-0 en Boedo) y Central (2-0 en Rosario) y entre las lesiones y cierta juvenil indisciplina de un plantel que se concentraba en pleno centro de Buenos Aires pronto quedaron fuera de carrera. En el cielo gris de aquel fútbol argentino, Los Matadores fueron una estrella brillante pero fugaz. Dejaron en la eternidad su fútbol alegre y goleador y miles de gritos azulgranas flotando sobre los viejos tablones del Gasómetro de la Avenida La Plata. Allí donde todavía deben andar volando los duendes de un equipo imborrable.