“Damas y caballeros, prepárense: estamos a punto de entrar en los dominios de la mente humana”. Es el comienzo de Robin Williams: Come Inside My Mind y la voz del actor se nos aparece como la de un anfitrión cordial y apacible. Paradójicamente su mecanismo cerebral era uno con curvas y recovecos poco frecuentados por el resto de la humanidad. Dueño de unas neuronas hipertónicas que activaban respuestas sin filtro, con una gracia indomable y a una velocidad de Fórmula 1. Acto seguido, el documental dirigido por Marina Zenovich y producido por HBO, lo muestra como un animal del escenario. Es un extracto de su presentación para Inside The Actors Studio, donde el intérprete responde a la simple pregunta de James Lipton sobre el funcionamiento de su cabeza. ¿Cómo lo hace? Es un shot de adrenalina, autodestrucción y cordura condensado en segundos. “Todo este trabajo es un tributo a su persona y obra”, asegura la directora del largometraje que HBO estrenará hoy a las 22. 

Más que el perfil del actor oscarizado y del hombre de las comedias ATP, el documental profundiza sobre lo que fue Williams como entertainer en el sentido más extremo del término, su frenesí creativo, auténtico maestro de la improvisación, gloria del stand up de los ‘80 y de los vicios de la escena de la comedia de entonces. O mejor dicho, bate todos esos ingredientes a partir de una estructura biográfica formal, con material de archivo inédito, material casero, su voz como guía, acompañada por las palabras de su séquito (Billy Crystal, Eric Idle, Whoopi Goldberg, David Letterman, Pam Dawber y su familia). “En la vida era un tipo vulnerable, en escena estaba al mando, era gracioso y rapidísimo, ahí estaba cómodo, pero en su día a día no tanto, luchaba por mantenerlo todo junto”, dice Steve Martin, con quien compartió la obra Esperando a Godot en Broadway. El éxito en Hollywood, sus tres matrimonios, las altas y bajas con las adicciones, su suicidio tras el diagnóstico de una enfermedad terminal, son tópicos que Come Inside My Mind presenta con cuidado y esmero. Es cierto que el registro toca la melodía de “payaso triste” pero lo hace con una honestidad pasmosa. Se trata, en definitiva, de una hagiografía singular que deja ver los claroscuros de la figura a tributar. “Queríamos que en el documental estuviese muy presente la voz de Robin. Creo que el título sugiere el tono, para la gente de su generación el nombre les parecía muy bueno, me llamó la atención que a los más jóvenes por algún motivo les parecía arriesgado. Pero se acerca bastante a lo que queríamos hacer en la película”, aseguró su directora en una conferencia telefónica con medios latinos de la que participó PáginaI12. 

–El documental invita a pasear por la cabeza de Robin Williams. Después de haber tenido acceso a tanto material, ¿cómo fue ese viaje para usted en tanto realizadora?

–Creo que su mente era fascinante, increíblemente rápida, como un fuego instantáneo, nunca sabías lo que iba a hacer después. En cuanto al material, fue hacer una selección de sus perfiles como intérprete, sus rutinas del stand up, como persona pública y privada. Había muchísimo material, apariciones en programas de tevé, entrevistas de radio, notas en diarios, videos en Internet. Es un montón pero siempre sentís que te falta algo. Luego construís la historia, y en este caso la voz de Robin tenía que estar ahí. Me interesaba particularmente enfocar en su proceso creativo.  

–Previamente usted había hecho otros documentales sobre figuras polémicas como el comediante Richard Pryor y el cineasta Roman Polanski. ¿Cómo fue, en este caso, acercarse a una figura tan radiante por fuera y con su oscuridad interior?

–Siempre andás buscando por mostrar algo más de lo evidente. Es el tema perfecto para un documental. Había que buscar un balance entre lo gracioso que era por fuera y su costado interno más complejo. En un primer corte del material, nos dimos cuenta de que no estaba siendo tan gracioso como debería. Y si aprendí algo del documental de Richard Pryor es que si vas a hacer un documental sobre un tesoro nacional del humor, tenés que darle a la audiencia lo que le gusta. Así que intentamos darle eso que, por otra parte es definitivamente suyo, con una capa más recóndita y profunda. En este caso es la tristeza de lo que pasaba por su cabeza.    

–¿Fue muy difícil encontrar ese balance?

–Hubo que sacar mucho afuera. Inicialmente nos focalizamos en todas las muertes que lo marcaron en sus últimos años, la de sus padres, la de Christopher Reeve y su esposa, pero se teñía todo de algo muy espeso. Así que revisamos las entrevistas y el archivo para equilibrar las cosas. En ese sentido, tuvimos la suerte de acceder al material de sus performances en vivo. Ahí se ve su trabajo en crudo. A la vez elegimos partes de sus actuaciones en películas que acentuaban aquello que le pasaba en su vida. Pensábamos que iba a colapsar pero no sucedió. Eso es lo divertido de estar en la sala de edición. Es una enorme fuente creativa donde nadie te juzga. Es mi parte favorita del proceso.     

–¿Cómo eligió a los entrevistados?

–Es un intento por captar al que mejor te podía explicar cada momento. De sus inicios en San Francisco, de su época de stand up y así. Era traer a gente para que nos hablase particularmente de un período. Con David Letterman queríamos hablar de los años ‘70 en Los Ángeles. Tener a su hijo mayor fue muy importante, lo mismo con su primera esposa. Con las siguientes sabíamos que iba a ser doloroso. Steve Martin y Billy Crystal muestran toda la escena de la comedia ya que trabajaron con él. Hay un compañero de sus años universitarios que es muy ilustrativo. Es gente que caminó con él a través de su vida. Son como fotos vivas que te muestran cómo era verlo actuar, reírse, estar con él. 

–En medio de su éxito inicial en los 80, Williams quedó muy marcado por la muerte de John Belushi. ¿Cree que ese acontecimiento lo acechaba como el fantasma del padre de Hamlet?

–Fue muy duro para él. En ese entonces vivía al límite como persona. Claramente estuvo muy marcado por ese hecho. Tenía fama de joven, ya estaba casado, todos querían una parte de él. La muerte de John Belushi le llevó a repensar mucho su accionar y a bajar un cambio. Probablemente estuvo perseguido por esa muerte ya que estuvo allí, fue uno de los últimos en verlo. No lo muestro en la película pero fue Richard Pryor quien le dijo a él y a Valerie, su esposa entonces, “deben irse lo más rápido que puedan de Hollywood y volver a casa”. Y ahí es cuando retorna a San Francisco, tuvieron su hijo, le huyó por un tiempo a la maquinaria de la industria. 

–¿Qué fue lo más revelador que encontró de su persona?

–No es que haya un momento revelador, no se trata de eso el documental. Pero si fue muy interesante ver cómo fue trabajando y profundizando con su psiquis en su trabajo a medida que se hizo mayor. También que necesitaba muchísimo de estar frente a una audiencia y de que en privado podía ser muy tímido y callado. Pero una vez que estaba frente al público se encendía. Era como si tocaran un interruptor. Realmente el escenario era donde estaba a sus anchas. Así que era muy intrigante conocerlo debajo del escenario.