La semifinal entre Croacia e Inglaterra de la Copa Mundial me encontró en una clínica oncológica del barrio de Balvanera. Aun en ese ambiente habitualmente apesadumbrado y comedido se celebró con entusiasmo el empate de Croacia marcado por Ivan Perisic. Para el gol de la victoria croata, marcado por Mario Mandzukic en tiempo suplementario, estaba caminando por Pueyrredón rumbo a un mandado. Allí el entusiasmo fue más enérgico que en la clínica. Pude ver la repetición del gol en un negocio, en el cual una mujer joven, visiblemente complacida, me dijo sin que le preguntase que ella no quería que Inglaterra ganara.

Este tipo de complacencia parece estar extendida y naturalizada en el fútbol argentino y no se circunscribe a Inglaterra (ni a los torneos entre selecciones nacionales). El día después de que Bélgica obtuviera el tercer puesto ante Inglaterra, una nota publicada en La Nación exponía cinco razones para no olvidar al equipo belga. La última era que “[e]liminó a Brasil” y estaba acompañada por una pregunta irónica: “¿Hace falta alguna razón superior para decir que Bélgica es un seleccionado al que no olvidaremos?”. Para el firmante de la nota, una fuente de tanto placer debía ser y sería recordada.

El idioma alemán tiene un vocablo para el sentimiento de placer ante el infortunio o la desgracia ajena: Schadenfreude, que en el caso del fútbol nacional está frecuentemente acompañado del anhelo de que tal infortunio o desgracia se produzca y en casos más extremos de la misma causa que lo produce. A pesar de su futbolística visibilidad, el Schadenfreude es innoble y condenable. Ya decía el filósofo alemán Immanuel Kant que “la alegría del mal ajeno” era un vicio contrario a una de las predisposiciones para al bien: la de la humanidad, que implica valorarse como igual a las otras personas. Es decir, alentar o tolerar sentimientos malignos como el Schadenfreude cosifica a las personas y, como sostenía Kant, pervierte el corazón humano.

Asimismo, Arthur Schopenhauer, otro filósofo alemán, consideraba que el Schadenfreude era el peor rasgo humano, ya que no sólo está muy cerca de la crueldad (y no pocas veces de la envidia), sino que también sustituye a la piedad. Para decirlo de otro modo, este sentimiento insensibiliza.  Piénsese en las múltiples impiedades proferidas en estadios, redes sociales y medios periodísticos relacionadas con casos de Schadenfreude futbolísticos. La crueldad disfrazada con pretendidas dosis de humor es, al fin y al cabo, crueldad. Que este sentimiento no implique necesariamente daño a otras personas sino sólo a quien lo siente –la Schadenfrohe– no lo exculpa: sigue siendo, en sí mismo, un sentimiento innoble y condenable que nos corroe.  Por otro lado, puede distorsionar la relación, percibida o real, entre la Schadenfrohe y la(s) persona(s) que son objeto del Schadenfreude.

Se podría argumentar que a veces el Schadenfreude está justificado porque lo motiva un sentido de la justicia. Considérese, por ejemplo, el placer sentido por muchas personas cuando un jugador se lesiona en un partido después de haber simulado una lesión para perder tiempo. Creer que el jugador merece la lesión por su simulación no elimina la naturaleza impura y corrosiva de dicho placer, que alcanza a la simpatía humana requerida por el amor a la justicia. Además, ¿cómo se determinaría si la desdicha, y por ende el placer sentido, se ajusta a la ofensa? Este placer linda con la venganza. La indignación es un sentimiento más acorde con la justicia que el placer ante el infortunio o la desgracia ajena que se cree justificada por el accionar previo del transgresor.

También se podría argumentar que, en el fútbol, el Schadenfreude está justificado por su carácter competitivo. Sin embargo, es posible competir respetando al rival como igual, considerando su autonomía y sus intereses.  Para decirlo de otro modo, considerando al rival como socio en la búsqueda de la excelencia futbolística. La motivación por ganar no supone desear el mal al rival ni el goce por su derrota o sus errores. Del mismo modo, es posible celebrar la victoria propia sin regocijarse con la derrota del rival o con sus errores. Una visión “mutualista” de la competencia, que enfatiza la cooperación en la búsqueda de la excelencia futbolística, requiere esta relación de respeto con el rival y desestima el Schadenfreude.

Dada su naturaleza, deberíamos liberar al fútbol, y a la vida en general, del Schadenfreude. ¿Qué hacer cuando este sentimiento pernicioso nos invade en el picado semanal, en el estadio o frente al televisor o el teléfono móvil?  Recordemos que al estar en buena medida constituidos cognitivamente y basados en valoraciones, los sentimientos pueden modificarse. Prestemos atención al rival y a la particularidad del fútbol. Y a partir de esto apostemos, como dice la filósofa española Adela Cortina, a “nuestra capacidad de auto-obligarnos con razones”. En resumen, modifiquemos nuestra identidad moral futbolística dándonos razones, eligiendo bien y desarrollando los sentimientos adecuados. Es una tarea ardua, pero de no emprenderla seguiremos entrampados en un sentimiento que nos empequeñece y renunciamos a un fútbol, y a una vida, con más dignidad.

* Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del estado de Nueva York (Brockport).