Una de las señales inconfundibles y de los síntomas incuestionables de que los años pasan, es que a uno ya no le pasan tantas cosas. 

O que (porque la estructura de la vida ya está bien o mal construida y ya más o menos fosilizada) les pasan de un modo muy pero muy diferente a cómo le pasaban cuando aún no habían pasado los años y uno parecía, todo el tiempo, pasar por ahí para que las cosas no dejasen de pasarle. 

Ahora –siendo ya un uomo di una certa età, como canta Franco Battiato– las cosas parecen pasar por una cierta lógica casi transparente y hasta racional y, claro, a velocidades más cautelosas y mirando a todas partes antes de cruzar. Ahora pasa ésto porque pasó aquello y se puede remontar el curso de toda acción hasta sus fuentes. Y así cada vez menos la serendipia, la sincronicidad, la casualidad (y, sí, una de las razones de que existan las casualidades es la de poder decir que las casualidades no existen). Antes, esas cosas pasaban todo el tiempo y no se las veía venir (aunque se las esperaba) y no dejaban de sorprenderte aunque, en verdad, nada te sorprendía menos que el vivir sorprendido todo el tiempo. Hubo un tiempo que fue hermoso, sí. Y asombroso. 

Y ya pasó.

Intentar desde el aquí y ahora –lejos en el tiempo y el espacio– unir todos esos puntos con líneas que los conecten y los expliquen es una tarea compleja y de resultados imperfectos: he olvidado muchos detalles del camino pero eso no quita que la totalidad del paisaje me siga pareciendo inolvidable.

Conocí a Gustavo Moreno cuando “coincidimos” en el regimiento de Patricios y luego en una escuela para oficiales de la calle ¿Suipacha?, durante eso que alguna vez se llamó servicio militar obligatorio a.k.a. colimba. Y creo que nos hicimos muy amigos enseguida con ese tipo de amistad única y auténtica que se da en las circunstancias más extremas y en los sitios más extraños; y pocas amistades son más amistosas que aquellas que se dan en lugares donde todo está en tu contra las veinticuatro horas del día. Terminado “el trámite”, yo entré a trabajar/escribir (aún en máquina de escribir mecánica) junto al legendario Miguel Brascó y a la gran Lucila Goto (con el formidable Sebastián Sancho en la parte gráfica y un equipo de redacción y de colaboradores que poco y nada tenía que envidiarle a la portada de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band en versión porteña de los 80/90: It was more than twenty years ago today...). Era la editorial Rewriting: en la revista Diners primero y luego en Cuisine & Vins y en la más pasajera Pautas & Contraseñas. Allí me formé y me deformé y aprendía a amar a la &. Una mañana me crucé en la calle por ¿casualidad? con Gustavo Moreno. Y en la editorial andaban buscando un cadete. Y se lo comenté. Y primero entró Gustavo y, cuando hubo necesidad de otro cadete, llegó su hermano Guillermo. y ambos probaron ser muy veloces y todos los querían. Los Moreno eran tipos formidables. Y por esos días se estrenaba Raising Arizona de los hermanos Coen, con esos hermanos prófugos de todo y fuera de toda ley (Gale y Evelle Snoats, interpretados magistral e inolvida- blemente por John Goodman y William Forsythe, gracias Wikipedia) que lanzaban aullidos bajo la lluvia. De ahí y por/para ellos, que yo los bautizara como Hermanos Arizona y que el santuario para very few que era Cuisine & Vins (de golpe me acuerdo de Fogwill entrando y saliendo de baños de esas oficinas con los Arizonas sonriendo como budas o samurais) mutase en el muy Mr. Hyde y freak y sofisticadamente barrial de Morfi & Vinacho. 

  Más suerte, más buena suerte: me enviaron desde la revista a Las Leñas a escribir un artículo sobre nieve y glamour; y en una de las colas para subir a esquiar (diré que la hice una vez y que bajé rápido para ya no volver a ascender porque me caí de una de las aerosillas o algo así) conocí a Bebe Contepomi. Otro que pasaba por ahí. Nos pusimos a conversar sobre Andrés Calamaro y por esos días yo tenía una columna en la revista Pelo llamada El Cazador Oculto. Bebe era fan N. 000001 de Andrés y había leído una columna que yo había escrito sobre él. Y nos reímos mucho entre todo ese duvet rubio. Y al regresar escribí una columna sobre Bebe en Pelo. Y en algún momento todos se juntaron y pasó de todo. Avalancha centrífuga y precipitación de los acontecimientos y entonces, todo se funde y me confunde un poco. 

  Así, Safaris nocturnos y blancos; las ilustraciones de Guille Arizona para la portada de Nadie sale vivo de aquí; una columna de Laura Ramos sobre la dupla ya mítica; ese “concierto” en ¿Babilonia? donde también participaron, además de Andrés, Charly García y Ariel Roth y entonamos una y otra vez “Pilchas criollas” (emocionante himno posteriormente incluido en uno de los cuentos de mi Historia argentina) ante un público desconcertado que esperaba ver algo así como a los Traveling Wilburys, pero no; Andrés de pie sobre la mesa de mi pisito en la calle Paraguay & Florida (con cuadro de Guillermo en la habitación incluyendo a un flamígero perro rojo) gritando “No quiero ser Vincent; no quiero ser Van Gogh” y enseguida juntarse a grabar “Lou Bizarro”; todos escuchando en ese mismo lugar y por primera vez el Oh Mercy de Bob Dylan y el New York de Lou Reed; la llegada de otros hermanos (los Rial y sus triunfales Perdedores Pop); y el disco; y la disco (Paladium); y Gracias y desgracias; y la muerte del dirty-flashdancer Guillermo, una de las personas más vitales que he conocido en mi vida...  

  Todo esto para decir aquí que fue un orgullo haber pasado por ahí y haber servido para que un montón de grandes personas diferentes (los quiero mucho a todos) se conocieran entre ellas y se reconocieran como iguales. 

  El sonido de esa fusión/comunión es el de las canciones de Morfi & Vinacho.

  Parafraseando al Nexus 6 Roy Batty en Blade Runner: he visto y oído cosas que ustedes no creerían... Y ninguna de ellas se perderán en la lluvia. Porque para algo se inventó el paraguas de la memoria (aunque a veces no se abra bien o el viento lo de vuelta o tenga algunos agujeros) y porque siguen pasando. Siguen pasando por ahí –gracias a todos los que pasaron– aunque a uno ya no le pasen tanto.

  Pero quién nos quita lo pasado.