¡Lobo está!

Pablo Mehanna

En una esquina al otro lado de los diques de Puerto Madero está Wolf, imponente cervecería con apenas dos meses de vida. Unas escaleras cortas conducen al salón presidido por una enorme barra en L, coronada por una serie de pantallas que transmiten, en simultáneo, eventos deportivos.

La pregunta se hace necesaria: ¿qué novedad trae una cervecería más en Buenos Aires? En este caso, la respuesta está a simple vista: con casi 100 canillas y más de 60 variedades repartidas en los dos pisos de un local con capacidad para casi 300 comensales,        Wolf se vanagloria de ser el bar con más estilos de cerveza de Latinoamérica. De $130 a $150 la pinta, hay lagers industriales como Stella Artois, marcas conocidas como Antares, Berlina o Cheverry, emprendimientos más pequeños y una selección de importadas tiradas como la Porter de Fuller’s, con un tostado cercano al café seco y delicioso. 

Wolf apuesta al volumen: mucha gente, charla y música a pleno (miércoles y viernes hay dj’s invitados). Y en primavera crecerá con la terraza que mira a los diques. 

Para acompañar, hay ricos platos para picar, como buñuelos de verduras, rabas, pollo frito, patacones, salmón curado. Bien contundente es la estrella de la carta, las Wolf Ribs ($650), un plato efectivo y efectista: se trata de una costilla vacuna entera, cocinada a baja temperatura durante horas, lo que asegura un punto apenas rosado que ofrece cierta resistencia al diente. La acompañan pickles de cebolla, buen contrapunto, y un rico puré de garbanzos. Las hamburguesas ($230) son best sellers de la casa: recomendable la umami, con provoleta, repollo y el agregado de salsa de ostras china. La carta suma algunas ensaladas y hasta un wrap vegetariano de falafel. Y si bien las papas fritas no fueron lo crocantes que deberían ser, queda claro que la cocina cuenta con el poder de fuego necesario para resistir el salón lleno sin perder calidad. 

Enorme variedad de cerveza, música, barra de cocteles, comida que no desentona, todo en el barrio más nuevo de la ciudad.

Wolf queda en Juana Manso 497. Horario de atención: lunes a sábado de 12 a 2.


Arepas y mucho más

Pablo Mehanna

Hace tan sólo diez años, en Argentina pocos sabían de qué trataba la cocina venezolana. Hoy, es ya casi un lugar común, tras desembarcar en la ciudad de la mano de la inmigración del país caribeño. Uno de los buenos ejemplos es Cumaco, que abrió sus puertas hace unos meses en pleno Palermo. Luego de trabajar como artistas callejeros en el subte, ofrecer cenas en sus casas y vender comida navideña, un grupo de amigos inauguró este lugar que rápidamente ganó fama entre los locales. 

El salón tiene una puesta sencilla y despojada, con algunas fotografías en las paredes, una esquina con escenario (de jueves a sábado hay música en vivo) y un patio que alberga una pequeña barra con cinco enormes pinturas representando los colores característicos de la bandera venezolana: azul, rojo y amarillo. La carta es sencilla y directa, con preponderancia del maíz en sus distintas preparaciones. Apenas sentarse a la mesa, invitan de cortesía unas mini arepitas serranas con queso, que recién hechas son adictivas.

Las arepas ($130 a 160) se preparan in situ a la antigua usanza, moliendo el grano de maíz. Rica y suculenta la Reina Papia, un relleno clásico a base de pollo desmechado, palta y mayonesa. Las empanadas ($75/80) son también de masa de maíz y salen fritas y bien sequitas. Recomendable la de Pabellón, con carne mechada, frijoles negros, plátano y queso blanco, una combinación que funciona realmente muy bien. Mención aparte merecen las deliciosas cachapas ($160/190), suerte de crepe de masa de choclo. Son gruesitas y esponjosas, se terminan a la plancha y se sirven rellenas y dobladas al medio. Levemente dulces, funcionan a la perfección con abundante queso apenas derretido.

Para beber, la infaltable agua con papelón, algunos batidos (licuados), infaltables hoy las cervezas artesanales y algunos tragos que propone la casa, como el Cabo San Román, a base de ron dorado batido con crema de coco y ananá.

Sabores bien logrados de una gastronomía que más allá de su rápido crecimiento, tiene aún mucho por mostrar en estas tierras tan al sur del calor caribeño.

Cumaco queda en Godoy Cruz 1725. Teléfono: 2146-7744. Horario de atención: martes a domingos, de 12 a 2.


Drago al paso

Pablo Mehanna

Comer en los kioskos de estaciones de tren o en los puestos de choripanes callejeros muchas veces resulta una aventura fallida con final gastronómico muy poco feliz: bajo el anzuelo de los precios populares se sirven comidas con poco esmero por la preparación y pésima selección de ingredientes, que apenas logran cumplir su función alimenticia, dejando el disfrute por fuera de la ecuación. Pero hay gratísimas excepciones. El Rincón, ubicado a la vera de la estación Drago, en el barrio de Coghlan, es una de ellas, con una cocina sin pretensiones, sencilla y honesta. 

Coghlan, en especial sobre la calle Holmberg, es uno de los barrios que más cambió su fisonomía durante los últimos años, con una sucesión de edificios de baja altura, veredas anchas y espacios más abiertos que contrastan fuertemente con otras zonas cercanas. También por allí se fue armando un pequeño polo gastronómico. Pero El Rincón se mantiene al margen de todo esto, apenas poco más que un kiosko abierto al público, con una serie de banquetas para comer en la barra y algunas mesitas en el interior. Los carteles anuncian la oferta disponible: la especialidad de la casa son los sándwiches de lomito ($125, con vaso de gaseosa incluido) y de bondiola: se preparan a la minuta, en plancha bien caliente, con la carne cortada en churrasquitos finitos que evitan molestos tironeos al intentar comerla. También sorprenden con ricas  empanadas, de relleno abundante; las manos santiagueñas que las preparan recomiendan las de humita (“no de choclo: humita, eh”) y se toman el tiempo de calentarlas en horno eléctrico, lejos de las masas reblandecidas del microondas. Sabrosos choripanes ($65 con gaseosa) con chimi casero o salsa criolla.

Pasta frola casera, tostados, café con medialunas y algunos alfajores de maicena completan una oferta que atiende un público que varía durante el correr de las horas, ya que el horario de apertura es amplio. Rápido, barato y rico, El Rincón es un cuchitril que no falla.

El Rincón queda en Holmberg 2602. Horario de atención: lunes a viernes, de 6.30 a 22; sábados, de 6.30 a 16.