El presidente Mauricio Macri y sus principales ministros afirman con vehemencia que la crisis que atraviesa la Argentina ya está quedando atrás y que el rumbo económico definido por su gobierno no se va a cambiar porque es el correcto. Se le suman algunos economistas y empresarios que, en línea con las estimaciones del Fondo Monetario Internacional, apoyan esta idea diciendo que “la turbulencia” ya pasó y que en los próximos meses se podría lograr una incipiente recuperación económica.

Así es que, lejos de revisar las causas que desembocaron en la corrida cambiaria iniciada el pasado mes de abril y de hacer las modificaciones necesarias para resolver el problema que motiva la desconfianza reinante, el pedido de asistencia financiera al Fondo significó un aceleramiento de las reformas fiscales en la creencia de que el principal problema a resolver es el déficit fiscal.

Esta situación resulta de extrema gravedad porque partir de un diagnóstico equivocado puede ser letal. El gobierno ha manifestado que el principal problema por resolver es el déficit fiscal, cuanto esto es, en realidad, otro síntoma de un modelo económico inviable, socialmente injusto y políticamente insostenible.

Cuando se pretende poner la idea por sobre la realidad, aun contando con todo el aparato estatal, las corporaciones financieras y el apoyo de los sectores más poderosos, comienzan a emerger las tensiones propias un modelo incapaz de resolver sus inconsistencias y de corregir los desequilibrios de manera armónica y con sentido de continuidad.

Las recurrentes tensiones que se registran en el mercado cambiario reflejan el histórico desbalance externo que resulta de un modelo aperturista y colonial, cuya decadencia ya se manifestaba incluso antes de la Primera Guerra Mundial. Importado, institucionalizado y defendido de generación en generación por un pequeño número de terratenientes, comerciantes y financistas, condena a la Argentina al subdesarrollo, porque la margina como productora de productos primarios cuya venta nunca alcanzará para importar el resto de los bienes que necesita un país para que todos sus habitantes puedan desarrollarse y vivir con dignidad. 

La supuestamente tan combatida inflación que se observa de manera crónica en la Argentina es un claro síntoma de la puja distributiva que algunos proponen resolver mediante la superación del más apto; si tales tensiones siguen vigentes y no son dominadas por las tradicionales recetas ortodoxas, es porque el proceso de formación de precios se origina en una estructura económica cada vez más asimétrica, descoordinada y dispuesta para fugar la riqueza.  

Los enfrentamientos que se suceden entre los trabajadores y las patronales que responden al poder concentrado y trasnacional, manifiestan la resistencia ante la posibilidad de perder derechos laborales, ver deterioradas las condiciones de trabajo o directamente no tener un empleo. Ajustar por salario nunca solucionará un problema que tiene como principal aspecto la dignidad y la proyección de la vida humana.

El malestar general que crece día a día con la fenomenal transferencia de recursos desde los sectores populares hacia los grupos concentrados de poder, indica que los planes de negocios de las empresas fundados en la pérdida de poder adquisitivos del salario, en el descenso social de los ciudadanos y en el deterioro de la calidad de vida de las personas, son insostenibles e insustentables.

Detrás de todos los problemas que el gobierno juzga como etapas de una pasajera turbulencia, se encuentran las debilidades estructurales que la Argentina debe superar para llegar a ser la nación que merece ser. La realidad indica que, aunque posible, abordar los temas estructurales es como emprender un camino sinuoso, cuesta arriba y plagado de obstáculos, sea por las restricciones internas y la propia debilidad cultural, como por la recurrente amenaza externa a cualquier proceso de emancipación, autónomo de los interese foráneos.

Por eso, y en vista de la relatividad con la que se tratan ciertos aspectos clave de la economía, resulta válido partir desde los fundamentos de una propuesta de superación; insistir con que los recursos de la Patria (sean naturales, físicos, tecnológicos, financieros, culturales) deben tener como primer propósito y función, la satisfacción de las necesidades básicas de todos y cada uno de quienes habitan en suelo argentino; y que el trabajo es vector irremplazable para que cada persona pueda realizar su aporte al bienestar general, así como también al suyo propio.

Cualquiera sea el gobierno que suceda al actual, tendrá una difícil tarea por realizar; resultará un desafío integral arbitrar los medios para construir sobre tales fundamentos. Pero en vista del evidente fracaso del modelo materialista, extranjerizante y concentrador de la riqueza, que desprecia lo propio y rechaza lo nacional, la alternativa posible sigue siendo aquella en la que la realidad prevalece sobre la idea.

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