Juan Martín Del Potro conoce como nadie la experiencia y la sensación del contraste entre éxito y frustración. Desde su explosión definitiva, en aquella segunda mitad de 2008, el tandilense vivió todo tipo de emociones. Tocó el cielo con las manos más de una vez y también llegó a coquetear con el retiro. Su primera aparición en el podio del ranking ATP es un cierre descomunal para un hombre que superó todos y cada uno de los obstáculos que se le opusieron.

Argentina no tenía un jugador entre los tres mejores del planeta desde el 30 de octubre de 2006. Por entonces, David Nalbandian se ubicaba detrás de Roger Federer y Rafael Nadal. Casi doce años después, con el cordobés fuera del circuito desde hace cinco años, Del Potro trepó a la misma posición, se colocó debajo del binomio galáctico y cerró un ciclo de diez años llenos de gloria más allá de las trabas físicas.

Su camino hacia lo más alto comenzó en julio de 2008, en el torneo de Stuttgart, que en ese momento se jugaba sobre polvo de ladrillo. Sin haber cumplido 20 años y luego de un primer semestre sin continuidad por problemas en la columna, llegó como el 65° del mundo y conquistó su primer trofeo de ATP después de vencer a cuatro rivales con mejor ubicación que la suya en el ranking.

En Alemania empezó a emerger la mejor versión de Del Potro, quien resultó ser una bocanada de aire fresco en pleno ocaso de La Legión. Campeón también en Kitzbühel, Los Angeles y Washington, se convirtió en el primer tenista que ganó sus primeros cuatro títulos de ATP de manera consecutiva. Alcanzó 23 triunfos en fila –todavía hoy es su récord personal–, finalizó el año por primera vez en el Top 10 y empezó a exhibir destellos del jugador que un año más tarde ganaría el Abierto de Estados Unidos.

Una lesión en el tendón cubital del extensor carpiano en la muñeca derecha lo detuvo cuando tenía chances de llegar al podio en 2010 y lo obligó a pasar por el quirófano. Estuvo ocho meses inactivo, descendió hasta el puesto 485 y resurgió para ganar el premio al mejor regreso de la ATP en 2011.

La medalla de bronce en Londres 2012 y las semifinales en Wimbledon 2013 lo volvieron a situar en la pelea con los mejores. Otra severa lesión, esta vez en el tendón cubital posterior de la muñeca izquierda, le apagó el sueño de meterse en el podio a principios de 2014. El inicio de una pesadilla que lo llevaría a realizarse tres cirugías en quince meses para intentar reparar el daño ligamentario.

Fueron dos temporadas de regresos truncos y nula actividad que incluso lo llevaron a pensar seriamente en colgar la raqueta. Todo el arco del tenis se preguntó si regresaría de la misma forma y si podría volver a impactar el revés de dos manos como en sus mejores tiempos. Luego de tocar el puesto 1045 del ranking, en febrero de 2016 emprendió una travesía que culminaría con una verdadera resurrección, sepultaría aquellas especulaciones y traería consigo nada menos que la medalla plateada en los Juegos Olímpicos y la legendaria conquista en la Copa Davis.

Desde entonces, Del Potro se transformó en un ejemplo de superación y resiliencia. Soportó con suficiencia los golpes del destino y se convirtió en el hombre de las mil vidas. Cada vez que pudo se encargó de mostrar su felicidad por haber vuelto a hacer lo que más le gusta. Sin embargo, los objetivos de un jugador fuera de serie jamás desaparecen.

“El ranking me importa cada vez menos”, resaltó en febrero de este año, antes de ganar su primer título de la temporada en Acapulco y culminar una seguidilla fantástica con el triunfo en la final del Masters de Indian Wells ante Federer. La posición en el escalafón puede no interesar como prioridad pero contempla cierta lógica: los tenistas suelen estar en el lugar que deben ocupar por talento y regularidad.

Como en 2010 y en 2014, Del Potro volvió a quedar a tiro del podio después de mitad de año. La lucha surgió con Alexander Zverev, el joven maravilla que defendía la totalidad de los puntos en Washington y en el Masters de Canadá. Mientras el tandilense perdía la final de Los Cabos ante Fabio Fognini, el alemán defendía la corona en la capital estadounidense y postergaba su escalada. Pero el tropiezo de Zverev llegaría tarde o temprano. Su derrota en Toronto ante el sorprendente Stefanos Tsitsipas, sumada a la caída del búlgaro Grigor DImitrov, cerraron un ciclo histórico para Del Potro, quien ascendió sin actuar en tierras canadienses para cuidar su muñeca.

Hoy se sumó una nueva gema a la autobiografía del impertérrito tenista tandilense: se convirtió oficialmente en el nuevo número tres del mundo y se unió al selecto grupo de singlistas argentinos que ocuparon el podio en sus respectivas categorías. Desde hoy comparte ese privilegio con Guillermo Vilas, Gabriela Sabatini, Guillermo Coria, Nalbandian y Gustavo Fernández –fue número uno en tenis adaptado–. 

El número tres debió llegar mucho tiempo atrás pero los imponderables no lo permitieron. Se consumó, no obstante, para cerrar un período de diez años que inició en Stuttgart y mantuvo a Del Potro en la elite pese a los altibajos por las lesiones. La nueva posición de Del Potro en el ranking, en definitiva, es un premio que representa el broche perfecto para su propia década ganada.