El niño futbolero no transa. Si no hay “Un gol para los chicos”, no hay Día del Niño posible. Porque el pibe futbolero –me refiero al de todos los tiempos– no cambia a la Pulga Messi por el Ratón Mickey ni a una tarde en el Monumental o en la Bombonera por una semana en Disney. Al niño futbolero le contás un cuento infantil y ya está hinchando por alguno de los personajes. Y si pinta Caperucita Roja, él ya se mete en la idiosincrasia de la Hinchada del Lobo y se imagina en el Bosque recibiéndolo con esta canción:  

“Lobo, mi buen amigo,

en este cuento volveremos a estar contigo.

Te alentaremos de corazón, 

acá en el Bosque vamos a salir campeón. 

No me importa Blancanieves,

Cenicienta y los demás. 

Yo te sigo a todas partes, 

cada vez te quiero más”.

Pero claro, el niño que siente pasión por el fútbol piensa que la hinchada de Caperucita también va a ir al frente, que La Roja, no es pecho frío como sí la barra de Frozen o la de los pingüinos de Madagascar que tienen “la Era de Hielo” en la sangre. Y se los imagina cantando:

“Yo soy de la gloriosa 

barra de Caperucita, 

la que se cruza el Bosque

para ir de su Abuelita.

A pesar de los Lobos 

y todas sus mentiras

sigo estando a tu lado 

Colorada querida 

Colorada querida”

El gol del Lobo es inevitable. Pero siempre está la autoridad, El Cazador, que pide el VAR a las autoridades del Bosque, ante las protestas disfrazadas de pedido de clemencia...

“¡Cazador, compadre!

El Lobo tiene hambre”.

El pibe futbolero ya sabe que el final está al caer. Sobre el minuto de descuento, se anula la conquista del Lobo. Caperucita y su Abuela reviven y el animal vuelve a ser derrotado. La euforia de la hinchada Roja era de esperar:

“Eh ah, eh ah, eh ah eh ah ah eh!

Un minuto de silencio,

para el Lobo que está 

muerto”

Y la despedida de la Hinchada también es destacable: 

“No pasa nada, no pasa 

nada:

Al Lobo lo queremos 

en las buenas y en las malas”

Feliz día a todos los niños futboleros. A los que lo son y a los que lo fuimos.