Y como no podía ser de otra manera, su despedida fue lejos de los flashes. Con un tuit de sólo 47 palabras, a los 41 años, Emanuel Ginóbili puso fin a una excelsa carrera basquetbolística que tuvo de todo: ascensos y descensos, finales perdidas y ganadas, numerosas lesiones y, aún más, distinciones. Lo anunció ayer, justo en el decimocuarto aniversario de uno de los mayores hitos deportivos de la historia que, claro, lo tuvo como protagonista: el triunfo de la Generación Dorada sobre el Dream Team estadounidense (89-81) en las semifinales de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, que terminarían con la medalla dorada para Argentina (84-69 a Italia en la final) y que es, hasta el momento, la única ocasión en que una selección NBA de los norteamericanos (juegan desde Barcelona 1992) no se hizo con el título. En aquel histórico juego, el bahiense marcó 29 puntos en 32 minutos, es decir, uno cada 66 segundos.

“Con una gran mezcla de emociones les cuento que decidí retirarme del básquet. ENORME GRATITUD para mi familia, amigos, compañeros, DTs, staff, aficionados y todos los que fueron parte de mi vida en estos 23 años. Fue un viaje fabuloso que superó cualquier tipo de sueño. ¡GRACIAS!”, así se despidió Manu del básquet profesional –al menos como jugador– a pesar de tener por delante un año de contrato con los San Antonio Spurs. Desde hacía una semana –cuando salió a la luz la versión de que el bahiense se reuniría con su entrenador, Gregg Popovich, para analizar su futuro– que los fanáticos del básquet prendían velas para poder ver un año más al bahiense con la naranja en su zurda y hasta soñar con un retiro en el Mundial de China del año que viene. Pero, finalmente, nada de eso será posible.

De camisetas, medallas y anillos

“El 20 de los Spurs y el 5 de Argentina”, como figura desde hace años en su biografía de Twitter, fue también el 10 de Estudiantes de Bahía Blanca, donde se formó; el 6 de Andino de La Rioja, club con el que debutó en la Liga Nacional a los 18 años; fue el 10 de Reggio Calabria, a donde llegó en 1997 para pelear el ascenso en la segunda división italiana y el 6 de Kinder Bologna, con el que se coronó como el mejor de Europa en 2001. Mientras estaba en tierra calabresa fue también el número 57, pero del Draft de la NBA, donde fue seleccionado inesperadamente por San Antonio Spurs en 1999, cinco días después de que la franquicia texana consiguiera su primer campeonato de la historia.

Y tales números, tales camisetas, fueron las que exhibieron más de una vez en su pecho los galardones que cosechó Ginóbili a lo largo de su carrera. Con la Selección, fue medalla de plata en el Mundial 2002, de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 –junto al premio al Mejor Jugador del certamen– y de bronce en Beijing 2008. Durante su periplo europeo, el bahiense consiguió, primero, el ascenso con Calabria y luego, en Bologna, sumó dos Copas Italia, una Liga y la Euroliga de 2001, donde fue votado como Mejor Jugador de la Final, dándole internacionalidad a su apellido. Unos años después, fue el turno de probar su valía en la mejor liga del mundo. Y vaya si lo hizo, en su primera temporada con los Spurs consiguió el primero de sus cuatro títulos de NBA (2003, 2005, 2007 y 2014). Trofeos que acompañaría con distinciones personales como las dos selecciones All-Star (2005 y 2011), el premio al Mejor Sexto Hombre (2008) y las menciones a estar en los mejores quintetos de la liga (2008 y 2011). Vale agregar que, además, estuvo a un voto de ser el Jugador Más Valioso de las Finales de 2007 (finalmente se lo quedó el francés Tony Parker).

Pero si de alguna manera se justifica la reducción de Ginóbili a la mención de camisetas y títulos es sólo por el límite espacial al que obligan, ya sea una red social como Twitter, o los caracteres de un diario. Manu fue mucho más. Fue records, fue jugadas, fue alegrias y fue tristezas. Fue, principalmente, emociones, que no son posibles traducir a palabras.

Uno de dos

Quizás el dato que mejor refleje lo inconmensurable de lo conseguido por Ginóbili en su carrera es que es uno de tan sólo dos jugadores en ganar una medalla de oro olímpica, un título de NBA y una Euroliga. El otro en conseguirlo fue el estadounidense Bill Bradley (oro en Tokio 1964, campeón europeo en 1966 y dos anillos de NBA, en 1970 y 1973). Pero claro que la nacionalidad de Bradley no es un dato menor: los norteamericanos son dueños de 15 de las 19 medallas doradas en la historia de los Juegos. El hecho de que un argentino lo haya logrado rompe con cualquier pronóstico. No sólo porque Argentina haya sido el único en poder arrebatarle la máxima presea a los estadounidenses desde que llevan jugadores NBA a los JJ.00., sino porque además, Ginóbili pertenece al selecto grupo de doce argentinos que llegaron a jugar en la mejor liga del mundo. Si a esto se le suma que el bahiense jugó tan sólo dos Euroligas en su paso por Italia, las probabilidades de que algo así se repita son verdaderamente ínfimas. 

Mejor, imposible

Cerebral, pasional, súper talentoso y siempre dispuesto a sacrificar el cuerpo en el campo de batalla. Ginóbili será recordado como un verdadero “bicho raro” del deporte. Un jugador completísimo. Nacido en Bahía Blanca –cuna nacional de la naranja–, el menor de tres hermanos jugadores de básquet fue pronosticado en su juventud con una altura que no le permitiría hacer gran diferencia en el deporte de los lungos. Quizá haya sido esa temprana adversidad la que le dio, luego, una capacidad increíble para reponerse ante las negativas: descensos, lesiones, y un tardío progreso en su carrera profesional casi que lo curaron de espanto. Claro que, hoy, al repasar su carrera todo ello parece algo inverosímil. Con el correr de los años, Ginóbili se convirtió en un jugador todoterreno, capaz de hacer la diferencia en cada uno de los aspectos del juego.

En los testimonios que vivirán por siempre en Youtube –o hasta que una nueva tecnología la reemplace– de lo logrado por Manu, sobrarán las increíbles volcadas, las inesperadas asistencias y las voladas al piso tras ser atropellado por alguna mole rival. Ya sea con los pelos al viento o con la pelada “a lo Zidane”, Ginóbili nunca dejó de deslumbrar a espectadores y comentaristas, quienes nunca pudieron quitar la mirada del encuentro cuando la pelota estaba en manos del zurdo. Entre esas imágenes imborrables quedarán la palomita ganadora contra Serbia y Montenegro en el debut en Atenas 2004, los increíbles pases entre las piernas de los gigantes estadounidenses, los tiros imposibles, la volcada frente a los Heat en 2014, y el tapón, ya con cuarenta años, al barbudo Harden. Si algo fue constante para el bahiense fue que, aún en malos partidos, siempre dejó alguna jugada para el recuerdo.

El último doble

Quinto juego de la primera ronda de los últimos Playoffs. San Antonio al borde de la eliminación (1-3 en la serie) y abajo por 16 puntos en el tercer cuarto del encuentro disputado en casa de sus rivales, los todopoderosos Golden State Warriors. Manu venía de ser una de las figuras del partido anterior –que sería la única victoria de los Spurs en la serie– con 16 puntos y cinco asistencias, y ahora, era el protagonista de la remontada de su equipo. A falta de 30 segundos para el cierre del cuarto, el cuarentón tomó la pelota, quedó emparejado con el grandote David West y lo fue sacando de la zona pintada mientras lo hipnotizaba con su dribble. Cuando lo tuvo donde quería, lo encaró, le amagó que se iba para su izquierda y metió unas largas zancadas para su derecha para depositar la pelota en el tablero con su mano menos hábil. Mientras la naranja se metía en la red, Manu iba al piso, mientras le reclamaba al árbitro un golpe en la cara del veterano West. Clásica estampa ginobilesca. Aún muchos puntos abajo, contra los mejores y sin su máxima figura, nada estaba perdido para Ginóbili.

Ayer, 126 días después, se confirmó que aquella bandeja significó los últimos puntos del bahiense en su carrera. Una jugada más de entre las miles con las que deleitó Manu a propios y a extraños, a rivales y a compañeros, a espectadores y a televidentes, a especialistas y no tanto. Pero de lo que no quedan dudas es que cualquiera que las haya presenciado, será por siempre fanático del número 5 de la Argentina y el 20 de los Spurs.