Mayor severidad de la justicia genera más inseguridad y más desigualdad. Esto plantea el antropólogo, sociólogo y médico francés Didier Fassin en Castigar. Una pasión contemporánea (Adriana Hidalgo), un ensayo en el que analiza el momento punitivo actual, un fenómeno “muy mal conocido y poco y nada debatido”, un giro represivo que afecta especialmente a los pobres en los barrios populares, a las minorías y a los inmigrantes, blancos perfectos de un castigo que devino problema. Fassin, que este viernes dará la conferencia “Crítica de la razón punitiva” a las 18.30 en la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (Santiago del Estero 1029), con entrada libre y gratuita, cuestiona en la entrevista con PáginaI12 el “populismo penal” en el que incurren los partidos políticos de derecha cuando dramatizan incidentes y reclaman políticas más duras por razones electoralistas.

Invitado por el Instituto Francés en Argentina, la Fundación Medifé y el Centro Franco Argentino, Fassin, autor de La fuerza del orden y Por una repolitización del mundo, entre otros títulos, se presentará también en el ciclo “Democracia, diversidad y ciudadanía” en la Universidad Nacional de San Martín, Edificio Volta (Roque Sáenz Peña 832), y participará de la mesa “Etnografía pública, distanciamiento crítico y compromiso social”, acompañado por Sabrina Frederic y Pablo Semán, con la moderación de Guillaume Boccara, el próximo lunes a las 18.

–¿Por qué en esta época del castigo, como advierte en el prólogo del libro Castigar, “el giro represivo corresponde a veces a un crecimiento de los crímenes y delitos, pero en esos casos se prolonga incluso cuando las actividades delictivas disminuyen”? ¿Por qué perdura en el tiempo el giro represivo y hasta qué punto esa permanencia podría afectar al sistema democrático y al funcionamiento de las instituciones?

–Mi argumento es que el crecimiento en el castigo no está estadísticamente relacionado con un crecimiento en los crímenes y delitos. En muchos países como Francia, por lo contrario, la población carcelaria ha aumentado mientras que los peores crímenes, como los homicidios, han disminuido, y ahora tenemos el número más alto de encarcelados en tiempos de paz. En ciertos países como los Estados Unidos, el giro represivo inicialmente fue consecutivo al pánico moral debido a un incremento en crímenes violentos y de drogas, pero luego de una espectacular disminución, las prisiones continúan llenándose y alcanzan a más de dos millones de personas encarceladas hoy día. Los mecanismos de esta tendencia son simples y pueden ser ilustrados con el caso francés en el cual estuve trabajando trece años. En primer lugar hay una criminalización de las infracciones que antes eran penalizadas con una multa, como por ejemplo delitos relacionados con el tráfico. En segundo lugar, hay más severidad en los castigos con personas que son sentenciadas a prisión y por un mayor tiempo para castigar delitos similares. ¿Cuáles son las causas de esta evolución? Por una parte es cultural, otra es política, pero se refuerzan mutuamente. Las sociedades se han vuelto menos tolerantes con las desviaciones mínimas de la norma, especialmente cuando son realizadas por los estratos más bajos: los pobres, las minorías y los inmigrantes son estigmatizados. Por otra parte, los partidos políticos manipulan la opinión pública, a veces con menor o mayor conciencia de los medios, para dramatizar incidentes, y reclaman políticas más duras por razones electoralistas: esto se llama populismo penal. Ambos explican el momento punitivo en el que estamos. 

–Usted afirma que Francia atraviesa el período más represivo de su historia reciente en tiempos de paz. ¿Qué reflexiones le suscita lo que sucedió con Alexandre Benalla, el ex jefe de custodia presidencial, que durante una movilización el pasado 1 de mayo, portó una identificación policial, aunque no es miembro de la fuerza, golpeó y arrestó a más de un  manifestante?

–El escándalo Benalla, como se lo llama, es ante todo un serio asunto de Estado, ya que el colaborador más cercano del presidente francés se presenta como un oficial de policía, y cuando se anunciaron los hechos por el ministro del interior y el jefe de estado, fueron encubiertos y el hombre fue mantenido en sus funciones. La falta de rendición de cuentas del poder Ejecutivo es lo que provocó una crisis política mayor este verano. Pero ciertamente el hecho hizo visible la brutalidad de las fuerzas del orden francesas las cuales, con frecuencia, impresionan a los visitantes de otros países europeos. La violencia toma dos formas distintas: una tiene que ver con el orden público, la otra con la seguridad pública. La primera consiste en la cruel represión de las protestas callejeras; conciernen a la población en general. La segunda consiste en el acoso repetido a personas jóvenes en los barrios populares; en gran medida tienen como blanco a los pobres de origen inmigrante. En las últimas tres décadas a la policía se la ha dado más y más prerrogativas en términos de permiso para utilizar sus armas y posibilidades para frenar y cachear personas en la calle, por ejemplo, y han sido protegidos sistemáticamente por el Estado en caso de mala conducta. En noviembre de 2017 el parlamento aprobó una ley que incluso integra a la legislación normal medidas de “estado de emergencia” aumentando el poder de la policía y disminuyendo el control de los jueces. 

–¿Qué consecuencias tiene que el populismo penal se haya vuelto una práctica tan generalizada en las sociedades occidentales, al punto se podría afirmar que el populismo penal está de moda en los discursos políticos?

–Tenemos que entender que el populismo penal no afecta a todos de la misma manera. La intolerancia y la severidad son contra los robos menores o el uso de marihuana pero no contra la evasión de impuestos y el fraude empresarial como puede ser observado en Francia y Estados Unidos, por ejemplo. El castigo a los pobres y la protección de los ricos tiene como consecuencia la profundización de las desigualdades económicas y la devaluación del contrato social. Nuestras sociedades se vuelven más injustas y más divididas. 

–El populismo penal, ¿está más cerca de la venganza, en términos de que no hay límites a la respuesta por el daño sufrido, que del castigo, que establece límites proporcionales a la gravedad del acto?

–Tenemos que recordar que los delitos y crímenes no siempre han sido tratados mediante el uso del sufrimiento en los culpables. En los viejos tiempos en las sociedades occidentales y el resto del mundo la práctica social más común era la reparación de la ofensa. La familia o el clan del malhechor pagaba una indemnización a la familia o el clan de la víctima. Es sólo en la Edad Media en Occidente, bajo la influencia de la doctrina cristiana, y para muchas otras sociedades como resultado de la colonización, que las ideas de falta y culpa aparecieron y que el sufrimiento era visto como la única manera de reparar el propio acto. La introducción de las cárceles a fines del siglo XVIII fue concebida por los filósofos y los filántropos como una manera de humanizar el sufrimiento y establecer una escala de sentencias relacionada con la gravedad del crimen. Pero de hecho, lejos del ojo público, las cárceles se han convertido en un modo de castigo más severo, con poder arbitrario de la administración, abusos de guardias, violencia entre los reclusos y confinamiento solitario. Entonces, la manera en que castigamos es más que una mera venganza la cual supone una equivalencia entre el crimen y la sanción. Es una forma de crueldad colectiva que excede a la ofensa cometida. 

–”Se detienen delincuentes, se los lleva a la fiscalía y a la mañana siguiente se los encuentra en la calle” es una cantinela frecuentemente escuchada aunque, como usted advierte, las estadísticas revelan por el contrario una tendencia de los  jueces a condenar más y más a menudo, rápidamente y con severidad. ¿Por qué en una época de giro represivo la percepción que se tiene es que hay demasiada permisividad o indulgencia en el aparato judicial?

–El discurso sobre la permisividad de la sociedad e indulgencia de los jueces a pesar de que se contradice no sólo por las estadísticas oficiales sino también por las biografías de hombres jóvenes que han sido condenados varias veces por delitos menores, es esencial para justificar más severidad. En el caso de la policía, de quien escuché esta letanía varias veces, sirve para legitimar su crueldad con la gente con la que lidian. Su acoso y brutalidad es visto por ellos como una manera de castigo merecido que sustituye a la supuesta clemencia de los jueces. Ellos se pueden decir a sí mismos que dispensan justicia en la calle, lo cual da una cobertura moral a su violencia. 

–¿Por qué la banalización y normalización de prácticas punitivas extrajudiciales por las fuerzas del orden son un hecho grave todavía ampliamente desconocido por las sociedades contemporáneas? 

–Cuando los oficiales de la policía cometen acciones brutales o racistas, raramente son sancionados por sus superiores y excepcionalmente castigados por los jueces. Pero por otra parte, la mera definición legal de castigo, la cual implica que sea dispensada por la autoridad legítima del sistema de la justicia, ignora estas formas extra-judiciales. En consecuencia la impunidad del Estado y la elusión de los expertos hace a la sociedad indiferente a estas prácticas, excepto cuando toman una forma extrema, por ejemplo cuando alguien es asesinado. Pero incluso en este caso, a veces la gente no reacciona. Piense en Brasil y Filipinas. E incluso hasta hace poco los Estados Unidos, donde más de tres personas son asesinadas diariamente por la policía. 

–Si cada sociedad tiene la policía que merece o produce, como señaló usted alguna vez, ¿qué tipo de policía tienen hoy en Francia? ¿Cómo la caracterizaría?

–La policía es por supuesto necesaria para asegurar la protección de los individuos y luchar contra crímenes y delitos. Incluso aquellos que viven en barrios desfavorecidos dicen que necesitan de la policía. Pero esta tiene que ser competente, respetuosa y justa. Tiene que conformarse con el estado de derecho. Solía haber dos modelos de vigilancia. El policía en el Reino Unido estaba desarmado e insertado en la comunidad. El policía en Estados Unidos tenía armas y poco contacto con los habitantes. ¡Hoy la policía mata a más personas en 25 días en los Estados Unidos que en 25 años en el Reino Unido! Lamentablemente la mayoría de la policía evoluciona hacia el modelo norteamericano. Este es el caso de Francia, aunque el uso de armas y el número de asesinatos son mucho menores. Pero se considera que la policía francesa sirve al Estado en lugar de a la población. En consecuencia, han sido protegidos por los sucesivos gobiernos, de derecha y de izquierda, pero son poco responsables ante la sociedad. La violencia contra las protestas, el acoso a los pobres y el perfil racial se han normalizado. Debido a que no se ve directamente afectada por esta situación, la mayoría de la población ha hecho la vista gorda.

–Como la distribución de los castigos contribuye a agravar y perpetuar las disparidades sociales, la pregunta ¿a quién se castiga? conecta con otras preguntas, formuladas en su libro “Por una repolitización del mundo”: ¿Quiénes tienen hoy derecho a una existencia digna? ¿Cómo trazan los poderes públicos la frontera entre los que se salvan y los condenados a la expulsión? Esta desigualdad cada vez más evidente en la distribución de los castigos, ¿es una estrategia biopolítica del Estado para excluir a una parte de la población que considera una amenaza?

–A través de la manera en que se tratan a los individuos más vulnerables, sean pobres, minorías o inmigrantes, cada sociedad define su ética colectiva. Es evidente que formas justas y dignas de castigar son partes esenciales de esta ética. En el mundo contemporáneo, se trazan líneas invisibles entre aquellos que son, por así decirlo, punibles y aquellos que deben ser perdonados. Esto se hace por medio de una mayor severidad hacia los delitos cometidos por los estratos más bajos de la sociedad y más impunidad hacia los delitos cometidos por los estratos superiores. Pero no sólo es más dura la sentencia, sino que su implementación también es más cruel. El encarcelamiento nunca es simplemente una privación de la libertad. Siempre es mucho más: una privación de la intimidad, de los derechos, e incluso del significado de castigo, ya que la rehabilitación juega un papel muy pequeño. Por lo tanto, a través de las diferencias socioeconómicas y etnorraciales en la forma en que castigamos, establecemos jerarquías implícitas entre el valor que tienen las vidas humanas.