“Tener una vida es un milagro. Existir. Cada momento trascendente y cada momento insignificante. Este segundo es un milagro… Este segundo es un milagro… Este segundo es un milagro…”. Con voz en off de Cecilia Roth, narradora omnisciente, así abre La vida extraordinaria, flamante obra del director y dramaturgo Mariano Tenconi Blanco, de reciente estreno en la sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes. Una pieza que se zambulle en ambiciosa tarea: contar el arco de dos vidas, “tan inmensas y tan baldías como cualquier otra”, en palabras del autor. Ubica Tenconi a sus personajes en Ushuaia, en lo que se presume –por el vestuario– es la década del 40, amén de relatar la historia de dos amigas entrañables, confidentes, cómplices, incondicionales. Lorena Vega es Blanca Fierro; Valeria Lois es Aurora Cruz: dos actrices fuera de serie, en su apogeo, con recursos en sazón, desplegados en una pieza que deviene oda a la amistad femenina. 

Con mirada empática aunque desprovista de cualquier atisbo de solemnidad, La vida extraordinaria atraviesa además tópicos tan vitales y sensibles como el tabú de la muerte, la pérdida de los padres, la sexualidad femenina, la maternidad, los amores perros, el poder transformador de la ficción, cómo salva la poesía… Algunos temas que MTB ya había explorado en obras previas, como la enorme Todo tendría sentido si no existiera la muerte, sensación de 2017, y que aquí retoma en un fino entramado de dos horas de duración, en un trabajo que ganó el primer premio en el 18° Concurso Nacional de Obras de Teatro del Instituto Nacional del Teatro. Algunos temas sobre los que Vega y Lois discurren amenamente en distendida charla con Las12.

Antes, a modo de petite presentación (aunque no la necesiten), cabe mencionar que Lorena se formó con maestros como Nora Moseinco, Paco Giménez, Guillermo Angelelli, Alejandro Catalán, Cristina Moreira, Gabriel Chame Buendía; y no ha parado de trabajar desde los 16 años, con directores como Kartun, Matías Feldman, Bernardo Cappa… También con Tenconi Blanco, en la mentada y consagratoria Todo tendría sentido, en rol protagónico. Valeria, por su parte, que estudió con Pompeyo Audivert, Catalán y Giménez, entre otros, ha sido dirigida por Maruja Bustamante, Ciro Zorzoli, Daniel Veronese, Gustavo Tarrío… En paralelo a La vida extraordinaria, Vega sigue con el exitosísimo unipersonal Yo, Encarnación Ezcurra, y en septiembre podrá vérsela como protagonista del film El año del león, ópera prima de Mercedes Laborde (estrena en Malba, Gaumont y otras salas). En octubre, Lois retomará La mujer puerca, con texto de Santiago Loza y dirección de Lisandro Rodríguez, pieza a la que tanto el público como la crítica acompañan desde su estreno en 2012.

A fines de los 90 y durante casi una década, formaron parte de la compañía Grupo Sanguíneo, experiencia que consolidó su amistad fuera de las tablas, incólume desde hace más de 20 años. Ese cariño y entendimiento mutuo, ¿facilitó el proceso de encarnar a dos amigas incondicionales?      

Lorena: Estoy segura de que operó, pero de manera inconsciente; en ningún momento nos lo planteamos abiertamente. Como pasa con nuestros personajes, Vale y yo somos una presencia permanente en la vida de la otra desde hace dos décadas. Nos hicimos amigas a los 22, 23 años… 

Valeria: …Y desde entonces somos como familia. Aunque no siempre nos veamos con frecuencia, estamos ahí para la otra, acompañándonos, ayudándonos, muy compañeras. A mí me encanta leer comentarios que dicen que nos sacamos chispas. Tengo tan naturalizado nuestro funcionamiento, la compensación que hacemos la una con la otra, que me pregunto: ¿Qué verá el afuera?

L.: Evidentemente, algo se percibe. Mariano quiso sumar escenas donde estuviésemos juntas porque decía que se notaba que nos conocíamos mucho, la onda que tenemos. Con Vale, hay coincidencia de criterios y algo de entendimiento al instante. Para mí, ella es un par completo: cronológico, de historia, de estilo, de gustos compartidos. Y nos reencontramos en el escenario después de haber hecho un arco de crecimiento parecido. Somos las de siempre, pero, a la vez, estamos distintas. Más grandes, obvio es decirlo, pero también más tranquilas, más confiadas, más afianzadas, incluso más reconocidas.

A pesar del –nocivo y falso– mito de la rivalidad femenina, las mujeres siempre hemos hecho culto de la amistad, con vínculos que duran literalmente una vida.

V.: En este momento de tanta sororidad, queda claro que el problema no es la otra; nunca lo ha sido. Hoy muchas nos pensamos y miramos como hermanas; entendemos cuán poderosa es nuestra unión. Cuán potente ha sido siempre el vínculo con nuestras madres, primas, amigas… Tanto Lore como yo formamos parte del colectivo Actrices Argentinas, y ese lugar también es una confirmación más de la fuerza femenina, de cómo –a partir de un encuentro un día equis– un grupo crece, desarrolla contenido, un pensamiento propio. Con tensiones, sí, pero volviendo siempre a reunirnos, porque las mujeres estamos magnetizadas.  

¿Existe el flechazo amistoso entre damiselas? 

V.: Claro que sí. Nos pasa aún de conocer a alguien y, casi instantáneamente, pensar: “Somos amigas”. Hay algo de la unión…

L.: …que es a fondo, que sucede sin necesidad de explicarse nada. 

V.: En el caso de nuestros personajes, el flechazo ocurre en la infancia, cuando tienen 5 años, y a partir del interés común por la lectura, por la escritura. 

En una escena encantadora, de absoluta fantasía…

L.: La idea era precisamente ésa: que opere el idealismo de la infancia, la fantasía visual, escaparle a la literalidad del realismo aniñado. De ahí que se nos vea como divas en ese encuentro, con esos vestidos preciosos estilo hollywoodense, esa luz de ensueño… 

Además de que Aurora y Blanca tienen pasión por las letras, el mismo texto de La vida… es un homenaje a la literatura, con su amalgama de referencias a Sarmiento, Sara Gallardo, José Hernández, Borges, Storni, Arlt, Piglia, Aira… 

V.: Hay muchísimas, y de distinto orden. Citas concretas, parafraseadas, juegos de palabras… Los apellidos de nuestros personajes, por arrimar un ejemplo, hacen referencia a Martín Fierro y el sargento Cruz.

L.: De modo explícito y de manera inconsciente, eso ayudó mucho a la construcción de estas vidas, porque estaba constantemente en operación ese clima, ese universo literario que es parte del ADN de Blanca y Aurora. 

Aunque el vestuario precioso –destacable creación de Magda Banach– ubica en la década del 40, emperifolladas ambas como dos chicas Puig, en el texto no hay datos fechados que ubiquen en época precisa. De hecho, se permite ciertos anacronismos…    

V.: Esa mezcla es parte del juego dramatúrgico que propone Mariano. El vestuario grita “¡década del 40!”, pero de pronto Blanca lanza un “No me banco a mi mamá”, propio de un decir más actual. En cierto momento, estábamos preocupadas de estar volanteando demasiado para el lado de época, de hacer alusiones un poco maquineas, cuando lo lindo es que esa noción está constantemente intervenida en el texto…

Hablemos de los personajes masculinos, patéticos, lastimosos… No se salva ninguno. 

L.: Mariano da apariencia de pibe serio porque es muy correcto, pero tiene mucho humor, y disfruta mucho riéndose de su género. 

V.: En un momento, en juego, le propusimos hacer la obra en tres partes, en tres temporadas. Y él, bromeando, nos respondió que no, que era imposible, que el año próximo iba a estrenar La vida ordinaria… Ordinaria porque la iba a hacer con todos los varones de La vida extraordinaria (risas).   

L.: Situarnos en los años 40 nos ayudó a imaginar a estos hombres: machirulos bastante estereotípicos de ese tiempo. A Juan Carlos, el marido de Aurora, por ejemplo, lo supusimos un contador de pueblo sin mucho vuelo. A Alberto, el novio de Blanca, dueño de una bicicletería, un tipo rústico, que no tiene muchas luces… Por algo ella cuenta: “Me aprieta los pechos fuerte como cuando te revisan la pinchadura de una rueda”.

Hay algo de la crudeza con la que Blanca y Aurora relatan sus experiencias sexuales que no pareciera ser propio de mujeres de los años 40…

L.: Mariano es alguien que llamativamente tiene una forma de observar el mundo femenino y de poder traducirlo de una manera que es muy sensible y muy detallada. No me parece que sea masculino el trato; sí lo siento atrevido, irreverente, que quiebra con lo que una cree que está establecido. Estas mujeres –o estas niñas, al comienzo de la obra– son capaces de hablar de sexo cuando están juntas. Y después, cada una en su intimidad, en su diario, expresa lo que le pasa con una claridad bárbara. Hay algo de lo sexual que es de un orden muy misterioso, que muchas veces te arrasa, te convierte en otra. Y sí, las señoras se calientan. Cuando estás trabajando un personaje, puede pasar que te preguntes: Che, ¿por qué acá no fluye?, ¿por qué el personaje se me detiene? Y en este caso, jamás me sucedió. Más bien, me sorprendió gratamente pensar que en los 40 una mina podía escribir un poema sobre la vagina. 

“Me meto los conejos en la vagina. Los corderos. Las cabras. Me meto mi cama, mi casa. Me meto toda la ropa de las clientas. Me meto la Singer. Sí. La Singer en la vagina…”, ¡increíble poesía! A la que se suman otras, además de cartas, diarios, citas, escenas juntas… Es como un apasionante rompecabezas.

L.: No puedo explicarte lo cansadas que terminamos (risas), son funciones de una intensidad tremenda. Porque es una pieza muy delicada, entonces hay que tocar todo el tiempo la nota justa, el violín a la perfección. No se puede descarrilar ni un centímetro. 

Los momentos coreográficos ¿les sirven de apoyo o las distraen un cachito? 

V.: Al leer este texto tan bellamente escrito, una se ve tentada a decir sentada en una silla, cada una su parte, armando desde un espacio mínimo. A lo sumo, el movimiento que se ve en el radioteatro… Romper y salir al espacio fue un trabajo difícil, pero el trabajo con Jazmín (Titiunik, coreógrafa) fue sumamente orgánico y delicado. 

L.: Y esos momentos terminaron teniendo su utilidad, se volvieron necesarios. El cuerpo va a buscarlos. Sirven para reacomodar, crear otro clima, dar otra respiración.  

(Spoiler alert) Espléndidas en sus vestidos glamorosos las encuentra la escena final, distópica, apocalíptica, donde Procne y Filomena -como Tenconi bautizó a los meteoritos fatales, en honor a estos personajes de leyenda griega, capaces de la venganza más brutal- están prontos a arrasar con el planeta tierra… 

L.: Habrá quien lo entienda como una metáfora de fin de etapa, y es válido; para mí cayeron dos meteoritos y se terminó el mundo. Y ese final las encuentra haciendo lo que verdaderamente les gusta: estar juntas, leyendo. Es parte de la búsqueda de Mariano, de ciertos interrogantes que viene explorando en su material: qué lugar ocupa la ficción en nuestras vidas, de qué manera eso nos constituye, nos va haciendo dar saltos… Ellas están en esa realidad, entrando en la ficción que propone la lectura, siendo parte de una catástrofe (absolutamente ficcional para el planeta, ¡por fortuna!).

Aurora propone reemplazar la palabra muerte por la palabra poesía ¿Qué quiere decir?

V.: Que morirse también puede ser un acto hermoso, un acto bello. Habrá que hacerse amigo del momento que se viene, que a todos nos llega; y que sea poesía… Cuando se han sufrido pérdidas cercanas, decir que alguien está muerto, como algo acabado, es muy difícil. Quizás haya que acercar a la muerte para detonar el tabú, iluminarla, como hace Mariano.  

L.: De hecho, la descripción de esos meteoritos que se aproximan es preciosa, como si se tratase de un fenómeno atractivo. Le cambia la cara a la muerte; no la maquilla, solo la muestra de otro modo. Y

La vida extraordinaria. Jueves a domingo a las 21. Teatro Nacional Cervantes, Sala Orestes Caviglia. Libertad 815. CABA.