Nació en Tucumán. Se exilió a Brasil, Ecuador y Holanda. Vive en Córdoba. Ana Falú es arquitecta y urbanista y habla de una ciudad segura pero con una seguridad que atenta contra las balas y promueve la vitalidad de los barrios y los lazos comunitarios, con puntos violetas, para disfrutar de la movilidad y la autonomía. “El bien más escaso de la vida de las mujeres es el tiempo”, destaca Falú y promueve que la perspectiva de género atraviese las calles, los trabajos, los lugares de cuidado y los transportes. Y que el tiempo y el territorio se crucen para potenciar la alegría y no la sumisión o el encierro. Es Directora del Instituto de Investigaciones de Vivienda y Hábitat y de la maestría de la Gestión y Desarrollo Habitacional de la Universidad de Córdoba. Es feminista y activista de derechos humanos y Directora Ejecutiva del Centro de Intercambio y Servicios para el Cono Sur (CICSA). Además es impulsora de la Red Mujeres y Hábitat. Y fue directora de ONU Mujeres en los países andinos (Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador) y el cono sur. Pero más allá de las instituciones promueve una seguridad que no se quede en la teoría, que viva y se plante en la calle, que se organice, se escuche y se vea. Y que brinde derechos y libertades para moverse y disfrutar de un género de piernas y puertas abiertas. 

–¿Cómo se puede pensar en otra forma de arquitectura y acceso a la vivienda con perspectiva de género?

–Es sustantivo mirar la sociedad, atravesada por una profunda desigualdad, que se expresa en el territorio de maneras obscenas con fragmentos de riqueza y de pobreza. Tenemos que pensar en el derecho a la ciudad y a la vivienda. Todas somos merecedoras de la atención pública, pero algunas parecen serlo más. 

–¿Cómo influyen los hogares a cargo de mujeres en la dimensión de las ciudades? 

–Los hogares a cargo único de las mujeres y únicas responsables de sus hogares subieron a más del 30 por ciento y en algunas ciudades llega a más del 40 por ciento. Ningún municipio debería obviar este dato. Mientras en Latinoamérica se disminuía la pobreza, en el 2012 y el 2014, las mujeres crecían en la pobreza. 

–¿En los gobiernos populares no se frenó la pobreza de las mujeres?

–No se vio esto. Si hay una deuda social que persiste es la deuda social con las mujeres. Las mujeres crecieron en la pobreza, las mujeres crecieron en la indigencia, las mujeres pobres tienen el doble de hijos que las mujeres ricas. Y las mujeres pobres viven en los territorios más alejados de los centros urbanos que son los lugares del desarrollo, de la oferta laboral, de la oferta de educación, de la oferta de recreación y de goce. Si pensamos esto en la Ciudad de Buenos Aires o Córdoba vemos que las mujeres tienen que recorrer, por lo menos, 12 kilómetros para llegar al trabajo, a los lugares de atención médica o para ir a vacunar a sus hijos. La microfísica del espacio hace a la vida cotidiana.  

–¿Cómo se puede incorporar el feminismo a políticas de cuidado?

–La ley de género de España tiene la exigencia de lugares de cuidados en sitios donde hay más de 25 funcionarias u operarias. Hay que tener en cuenta el cuidado de la limpieza, la higiene, la atención de salud, el traslado. Las mujeres usan entre 15 y 22 horas a la semana más que los hombres para responder a estas demandas. En el territorio, una forma de responder a la división sexual del trabajo (hasta que la transformemos) es que los servicios estén próximos: que el cuidado infantil sea de calidad, con amplitud horaria y a distancias cercanas y se pueda ir caminando a los servicios de salud. Hay que revitalizar los barrios. 

–¿Qué lugar ocupa la calle?

–La calle es un lugar potenciador y de resistencias, es el lugar del Ni Una Menos, de los 8 de marzo, de las protestas contra el glifosato. Pero la calle también es un lugar de temor y restricción para las mujeres. Y a las plazas van los jóvenes a jugar al futbol, siempre diseñadas en clave masculina, o las mujeres a llevar a los chicos, pero no hay espacios pensados en clave femenina, ni para las adultas mayores, aunque sobrevivan a los hombres, en peores condiciones, eso sí.

–¿Qué hace la diferencia en políticas públicas?

–Las mujeres pobres están privadas de muchos derechos. Se necesita una política habitacional que las considere, una acción positiva de las jefas de hogar que permita el acceso a la vivienda y que no tengan que tener participación en la ayuda mutua porque no tienen tiempo de entrega disponible. El bien más escaso de la vida de las mujeres es el tiempo. 

–¿Cómo se puede pensar un transporte en clave feminista?

–Necesitamos un transporte al servicio de toda la población y no solo al servicio de algunos sectores y pensado en clave femenina. Esta el ejemplo de “Viajemos segura”, en la ciudad de México, “Quito Segura” y un proyecto en Bogotá. Hay proyectos iniciales y otros que llevan una década que nos permiten decir que las mujeres se mueven en el territorio distinto que los hombres. En general los varones van del trabajo a la casa y de la casa al trabajo o al deporte, en promedio. 

–En la implementación de la SUBE se tiene en cuenta que alguien use más de un medio de transporte, pero no que una mamá se suba al colectivo, deje a su hija en la escuela y se vuelva a subir al mismo colectivo para llegar al trabajo. ¿Hay un desaprovechamiento de las políticas públicas por no tener en cuenta el tiempo de cuidado?

–Este es el ejemplo que estamos discutiendo. La tarjeta tiene que dar la posibilidad de dos o tres conexiones. Las mujeres más pobres van al trabajo y llevan a sus hijos a la guardería, van a llevarle a la mamá mercadería porque están enfermas y el transporte tiene que ser pensado así. En México se hizo algo muy interesante que no es solo el metro y los buses rosas en el programa “Viajemos seguras” para la denuncia inmediata con un botón que comunica con la policía, con un anuncio que dice que hay un agresor y apelar a la comunidad en el colectivo, en el metro y en el barrio. Hay que rescatar la conectividad barrial. Es mucho mejor que haya trabajo en La Matanza y que la gente no tenga que ir hasta el centro urbano o hasta Pilar para poder trabajar. 

–¿Cómo se puede pensar a las mujeres e identidades sexuales con pluralidad?

–Las mujeres están atravesadas por la edad, la elección sexual, las etnias. No es lo mismo ser una mujer joven que una adulta mayor, no es lo mismo tener 30 años que ser mayor de 60. Hay que ver cada especificidad en relación al territorio. 

~¿Cómo se revierte la desigualdad territorial?

–En Rosario hay muy buena política de género pero si cotejás dónde están los lugares de cuidado están en lugares de mayores recursos y no en los de más bajo recursos. Es muy importante que la desigualdad territorial pueda acercarse un poco con inversión del Estado en redistribución de los servicios fundamentales y lo que más necesitan las mujeres es cuidado infantil para poder generar ingresos. Lo que más le cuesta es tener apoyo para el cuidado infantil. 

–¿Qué pasa con la violencia hacia las mujeres?

–Desde el femicidio hasta el acoso y el robo la violencia es un problema. Según Naciones Unidas una de cada tres mujeres sufre violencia y hay casi una muerte por día. Esto tendría que ser una alerta muy grande para la política pública y la sociedad. Yo creo mucho en las estrategias comunitarias. Hay que restituir la vitalidad barrial. Por ejemplo, en Barcelona, la alcaldesa Ada Colau está disminuyendo el tráfico del vehículo para priorizar lo colectivo por sobre lo individual. Igual que, como dice Francesco Tonucci, que los niños vuelvan a la calle para transgredir a los temores como hemos hecho históricamente las mujeres. 

–¿Cómo se puede pedir una ciudad segura para mujeres sin ser punitivistas ni absolutamente teóricas y abstractas?

–Hay que ver y ser vistas, oír y ser escuchadas, saber dónde estamos (situarnos), puntos para pedir socorro, la iluminación ayuda, cortar las ramas que entorpecen los faroles. Hay que cambiar la subordinación femenina, pero tener trabajo con la comunidad. Hay que tener cuidado con creer que la mayor policía o servicios de control como forma de disminuir la violencia. Una guardia urbana amiga del vecino, sin armas, más democráticas, es una cosa y las fuerzas militares en las favelas matando a Marielle Franco. Son modelos absolutamente opuestos. Pero hay que tener en cuenta que la percepción del temor coarta la libertad y el derecho a moverse en las ciudades. Hay que hacer campañas, capacitaciones, vecinos alertados, invitar a tocar a músicos en túneles (y no poner policía) o arte en las plazas para que las niñas puedan moverse más tranquilas. Si el temor hace que la gente se aleje de los ligares públicos el temor crece. El remedio puede ser peor que la enfermedad. 

–¿Cómo se puede garantizar el derecho al goce y a la noche?

–Hay derecho de ir al boliche, al festival de rock, al goce de la ciudad y no cuestionar ese derecho de las mujeres jóvenes. La noche es nuestra y no está restringida a la barra de la esquina que ejerce el dominio de los territorios y hace que las chiquilinas cambien su recorrido para no pasar por la barra de la esquina. Hay normas perversas que limitan los derechos de las mujeres. Por eso, una buena iniciativa de España son los puntos violetas para chequear donde están los tipos violentos o riesgosos para que las jóvenes puedan disfrutar de la noche. Estas experiencias comunitarias son muy promisorias porque cuando la política no llega los grupos se organizan con políticas autogestivas.