Cuando aún era una niñita llegó a las manos de Vera Rubin (1928-2016) un libro infantil que, entre otras bíos, incluía la historia de la excepcional Maria Mitchell (1818-1889), primera astrónoma norteamericana en descubrir un cometa, primera mujer además en enseñar la asignatura en una universidad estadounidense. Fue, sin más, modelo para una petite Rubin que, conociendo las andanzas de la pionera, jamás dudó de que una mujer pudiera ser astrónoma. Certeza que la motivó a convertirse en especialista en un campo que, a la fecha, le debe algunos de los hallazgos más vitales del siglo veinte. 

“Allá lejos, en el cielo nocturno, camuflada entre las estrellas de la constelación de Andrómeda, visible a simple vista pese a que su luz tarda dos millones y medio de años en llegar a nuestros ojos, se exhibe al mundo la galaxia más próxima a nuestro arrabal del cosmos: la galaxia de Andrómeda, el grumo espiral de materia más cercano, y más similar, a la Vía Láctea. Rubin la enchufó con su telescopio de alta tecnología, y lo que vio la dejó perpleja”, anota en un sentido y muy explicativo artículo el científico y periodista español Javier Sampedro; que continúa así: “Las galaxias no giraban de acuerdo con las leyes de Newton o de Einstein, que obligaban a las estrellas centrales a rotar mucho más deprisa que a las exteriores. Más bien, todas las estrellas giraban al mismo ritmo. O las leyes estaban mal, razonó Rubin, o había en las galaxias un montón de materia que no podíamos ver, pero que regía su comportamiento gravitatorio. La materia oscura”. 

Materia oscura que, dicho sea de paso, compone alrededor del 25 por ciento del universo y continúa siendo tamaño signo de interrogación. El trabajo de Vera revolucionó la astronomía y la física modernas al ayudar a introducir un cambio a escala copernicana en la conciencia cósmica.   

Con más de 200 galaxias examinadas en vida, además del invaluable aporte de dar pruebas acerca de la existencia de la materia oscura, no cabe duda que la pasión de VR se transformó en conocimiento, y la curiosidad, en constante motor para una mujer que privilegiaba la búsqueda antes que la certeza. “A tientas nos acercamos a la verdad. Por eso no me preocupa realmente que algunos detalles no cierren; simplemente los ubico en el dominio de cosas por aprender. No veo que exista razón posible para que seamos tan afortunados de vivir en un tiempo que pueda comprender el universo en su totalidad. A medida que los telescopios sean más y más grandes, y los astrónomos más y más inteligentes, nuevos descubrimientos alterarán nuestras teorías. La ciencia, después de todo, consiste en hacer cada vez mejor lo que ha sido útil en el pasado”, ofreció la brillante Rubin en cierta ocasión. Y no se le caían los anillos al decir que humanidad ya había salido del kínder, pero no pasaba de tercer grado…  

La suya, por cierto, era más que una vocación: era un flechazo que la atravesó a tempranísima edad, como ella misma admitiese en una interviú de 1990: “A los 12, ya prefería pasar la noche en vela y ver las estrellas antes que irme a dormir. Comencé a aprender, a ir a la biblioteca y leer todo cuanto podía al respecto. Nada me resultaba más interesante en el mundo que ver las estrellas cada noche. Me parecía la cosa más extraordinaria. Y cuando había lluvia de meteoritos, intentaba memorizar el recorrido de cada uno, para hacer a la mañana siguiente un mapa de sus caminos”. No es casual, en ese sentido, que Rubin consiguiese una beca para estudiar en Vassar -institución donde antaño enseñase su ídola Mitchell-, ni que hiciera caso omiso a la recomendación de su profesor de secundario, que al enterarse del ingreso a la universidad, le dijera: “Mientras te alejes de las ciencias, andarás bien”. “Requiere muchísima autoestima escuchar algo así y no dejarse demoler”, diría ella tiempo más tarde, cuando ya era candidata al Nobel de Física (que nunca le fue otorgado; ni a ella ni a ninguna mujer en los últimos 50 años). 

Cuestión que se graduó de Vassar en 1948, única astrónoma de su clase. Y aunque esperaba hacer un doctorado en Princeton, no le fue permitido (la universidad solo admitió mujeres en astronomía desde 1975). Sin dejarse amedrentar, viró la dirección hacia Cornell y, más tarde, hacia Georgetown University, donde estudió las propiedades y movimientos de las galaxias distantes. Años más tarde, comenzó a investigar en la Institución Carnegie de Washington. Con todo, muchos fueron los embistes que debió soportar en vida. Cuando, a mediados de los 60s, se convirtió en la primera mujer en recibir permiso para utilizar los telescopios del Observatorio Palomar, en San Diego (conocido entonces como “el monasterio” por ser exclusivo club de chicos), informaron las autoridades que no tendría baños a disposición; todos eran para hombres. Rubin procedió a cortar la silueta de una mujer en papel y plantarla sobre un toilet cercano, al son de “Aquí lo tienen, su primer ladies’ room”.

Coincide cuanta dama tuvo la fortuna de haber conocido a la multipremiada señora, que siempre animaba a sus colegas femeninas a perseguir sus intereses, a no dejarse desalentar por las dificultades constantes. De hecho, además de las muchas horas dedicadas a la investigación, y del otro tanto destinado a la crianza de sus cuatro hijos, fue Vera Rubin activísima activista por una mayor y más igualitaria participación de las mujeres en las ciencias, criticando a la Academia Nacional de las Ciencias por la escueta representación femenina, reuniéndose con políticos de alto nivel para la generación de programas inclusivos para niñas o, por caso, ayudando a desmantelar -con éxito- el Cosmos Club, histórico club social de Washington que solo permitía miembros -de las ciencias, de las artes- varones. Qué va, cuando asistía en carácter de invitada a excelentísimas conferencias y veía que en agenda había poquitas colegas. Apenas algunos ejemplos que pintan a una mujer sin par, que nunca jamás perdió la chispa de la curiosidad, motor de las grandes mentes creadoras. En cierta ocasión, interrogada acerca de la materia oscura, respondió VR: “Siento mucho saber tan poco. Siento mucho que todos sepamos tan poco. Pero eso es parte de la diversión, ¿no le parece?”.