¿Cómo es la vida de los chicos y las chicas que logran entrar a la mejor escuela de danza clásica del país, el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (ISATC)? ¿Qué los lleva a querer formarse en el semillero de donde surgieron Julio Bocca, Eleonora Cassano, Paloma Herrera, Maximiliano Guerra, Ludmila Pagliero y Herman Cornejo, entre tantos otros? ¿El mito de la exigencia y la disciplina en desmedro del juego y la libertad es tal? Estas son algunas de las cuestiones que aborda el documental de Cecilia Miljiker Un año de danza, en el que acompaña desde el examen de ingreso hasta el espectáculo de fin de año en la sala principal del coliseo porteño a un puñado de niños y niñas de 8 a 12 años. El largometraje combina el registro del examen, de las clases del primer año de formación y de la muestra final, además de entrevistas a los chicos y a las chicas, y a sus padres o abuelos que los acompañan en semejante proyecto. El material se proyectará todos los jueves de septiembre a las 21 horas en el Centro Cultural de la Cooperación (Avenida Corrientes 1543).

“Yo nunca bailé pero disfruté mucho viniendo al Colón con una maestra del colegio que nos traía a ver ballet. Todas las grandes figuras que nos representan en el mundo se formaron en el ISA y me interesó meterme con este mundo, filmar el día a día de la escuela, seguir a los chicos desde que ingresan durante todo un año”, cuenta la realizadora a PáginaI12. Y agrega: “La primera sorpresa es que yo pensaba que el ballet era para un elite, para chicos de familias adineradas y nada que ver. Es una escuela gratuita y vienen muchos chicos de familias humildes que hacen un gran esfuerzo para llegar hasta el centro de la ciudad y costear los pasajes. Y también mucha clase media”. Miljiker descubrió la camadería y el apoyo de los padres, que forman una especie de colchón de contención llevando y trayendo a sus chicos, esperando todos juntos en un café cercano al lugar donde toman las clases, compartiendo las vivencias. Es que no es una rutina relajada: las clases comienzan a las 7.30 de la mañana y cuando terminan al mediodía, de allí muchos parten a la escuela primaria o a estudiar en sus casas para rendir en forma libre. La exigencia es alta y el tiempo de juego y esparcimiento, escaso. 

Desde el comienzo del film, las escenas del examen dan una idea de lo que se viene. Cuerpos delgaditos exhibidos ante la mirada de los maestros que observan y corrigen la postura y los movimientos. Algunos varones no quieren sacarse la remera, prefieren resguardarse. Hay una cierta tensión entre las voces de los profesores que son suaves y firmes a la vez a la hora de indicar las posiciones, y el hecho de tener que mostrar la desnudez de la espalda, de los omóplatos y sentirse examinado. Cuando Miljiker le da la voz a los protagonistas, allí aparecen las motivaciones y las expectativas de cada chico y de su familia. “Vi una pirueta en la tele que me gustó mucho. Le pregunté a mi mamá y me habló del Colón”, cuenta uno. “Ella era muy tímida pero en el escenario es otra persona”, dice una madre. Otra agrega: “Ella sabe que en cuanto le empiece a interesar otra cosa puede dejar”. “Ya no tengo tiempo para jugar en la calle, para ir a la casa de amigos o que vengan a la mía”, dice un varón. “Me tengo que esforzar pero es lo que me gusta”, desliza otro. Muchas chicas ya saben que les gustaría integrar el Ballet Estable del Colón o bailar en alguna compañía extranjera. Otra, asombrosamente templada para los años que tiene, asegura: “Que sea lo que tenga que ser”. Y otra, todas las veces que aparece hablando a cámara con su mamá, tiene los ojos llorosos, está emocionada y es su madre quien mayormente toma la palabra. Las chicas lucen sus rodetes tirantes, sus mallas rosas; los varones tienen algo más reo, aunque a uno de ellos la maestra le pide más prolijidad en su pelo. La cámara los sigue en las clases de técnica con maestros locales y extranjeros, donde nuevamente la calidez y la firmeza se maridan: “¿Cuándo vas a traer la malla rosa?”, le pregunta la maestra a una niña que tiene una malla de otro color, seguramente la única que sus padres pudieron conseguir. En las clases de técnica, los chicos/as van ingresando en ese mundo de líneas perfectas, de ángulos y posiciones exactas, arrimando sus cuerpitos a ese tipo de movimientos. Un brevísimo recreo y arranca la clase de preparación física, donde se los ve sudando: abdominales, espinales, trabajo sobre los empeines, presionando uno sobre el otro. “Las clases más relajadas y divertidas son las de francés y las de música. Los profes lo saben y allí hay mucho juego. Son espacios para aflojar un poco”, comenta la directora. Ella no tuvo problema en conseguir las entrevistas. Una vez que recibió la aprobación del Colón para hacer el documental, fue conociendo a los padres y a los chicos en la entrada del edificio donde tomaban las clases (hoy el ISA tiene un edificio propio en la avenida Corrientes) y arreglando las notas con los que tenían más disponibilidad y ganas de hablar. “Me impresionaron porque son mini–adultos: muy puntuales para las entrevistas, muy responsables. Yo llegaba a su casa y ya me estaban esperando”, remarca.

En cuanto a los padres que aparecen en cámara hay de todo: ex bailarinas o bailarinas frustradas, un padre militar, una madre ama de casa. En los testimonios predomina el entusiasmo de los chicos por la danza a expensas del sacrificio, y el sostén de los padres acompañando el esfuerzo. Aparece la intensidad que supone la doble escolaridad (a la mañana el ISA, de tarde la escuela), la opción de rendir libre, el cansancio físico, el poco espacio para el juego. “Me llamó la atención la madurez y la independencia de los chicos. Y la exigencia, porque no pensé que iba a ser tanta desde el comienzo. También cómo les cambia la vida porque tienen que dejar de hacer muchas cosas propias de la niñez”, destaca Miljiker. Pero sobre el final del documental, cuando ella registra los momentos previos al espectáculo de fin de año, el entusiasmo, la alegría y la emoción de los chicos son tan intensos que se comprende que hayan sostenido el esfuerzo. Sus caras estallan de felicidad, se hacen chistes, se ayudan a vestirse. Están en las bambalinas de la sala principal del Colón, compartiendo la función con alumnos más grandes y avanzados. Todos vestidos y maquillados para salir a escena mientras sus familias y amigos se acomodan. Cuenta la directora que no todos los que aparecen en la película continuaron en el ISA: algunos dejaron por decisión propia, otros porque se lesionaron, algunos tuvieron que rendir varias veces el examen para finalmente lograr entrar. 

Miljiker egresó de la Universidad del Cine, hizo una maestría en Periodismo de Investigación en la Universidad del Salvador y encontró en el documental el medio para combinar su interés por el cine y el periodismo. Lo social y el arte son los campos que más la seducen. Su primer documental, Los Fusiladitos, a partir de la lectura de Operación Masacre de Walsh, recorrió varios festivales internacionales. “Me gustaría que éste pueda verse fuera de la Capital para dar a conocer esta escuela que funciona de manera gratuita en Buenos Aires. Este año se abrió otra sede del ISA en Mar del Plata. Para muchos chicos va a ser mejor no tener que viajar hasta Capital”, concluye.