Pelo largo, barba, morral. ¿Es él? Sí, tiene que ser él. Un Alejandro Lerner pre adolescente ve su oportunidad en la Villa Gesell de mediados de los setenta y no la desaprovecha. “¿Cuando tocás?”, le pregunta a León Gieco, que interrumpe la pegatina de carteles y lo mira algo extrañado. “Toco mañana, pero... ¿vos sabés quién es León Gieco?”. Hace muy poco se inició en el rock nacional y no está acostumbrado a que lo reconozcan. Menos un chico de 13 o 14 años. “Sí, claro que lo conozco. Es un tipo que pega volantes en la Avenida 3”, le contesta divertido el púber de corte taza y la ocurrencia evidentemente gusta al autor de “Hombres de hierro” porque esa misma noche lo invita a un fogón junto a sus amigos músicos. Y al poco tiempo, impresionado con la desfachatez con la que tocaba el teclado, a participar de las grabaciones de La banda de los caballos cansados, su nuevo disco.

“Yo era un pibe súper ávido de información. Compraba la Pelo, la Expreso Imaginario, la Cronopios. Había ido al BaRock 3, el de Color Humano, Pescado Rabioso y Arco Iris. Soñaba con todo ese mundo”, cuenta Lerner, que se encuentra de festejo por los 35 años de “Todo a pulmón”, una balada a lo Billy Joel que resonó en aquellos años de recuperación democrática y le dio un primer pico de popularidad que coronó con un recordado recital gratuito en las Barrancas de Belgrano. “Es como una vuelta en espiral”, dice sobre el aniversario. “Una sonda que partió hace 35 años, tuvo un destino más allá de cualquier planificación y ahora me muestra dónde estoy hoy. Quizás a una altura del espiral distinta. No sé si más arriba o más abajo. Pero sin duda relacionada con todo lo que viví desde entonces”. 

Una buena excusa, los 35 años de “Todo a pulmón”, para revisar también esos inicios cuasi hippies junto a figuras de aquel rock nacional como Gieco (que le haría conocer “Todo a pulmón” a Mercedes Sosa para que la grabe), Raúl Porchetto (con quien formó Reino de Munt, un fugaz grupo de progresiva experimental), Nito Mestre (fue parte de Los Desconocidos de Siempre) y Gustavo Santaolalla (en Soluna, el grupo posterior a Arco Iris, donde estrenó su primer tema: “Detrás de un vidrio roto”). Todo siendo un adolescente con fama de inquieto y ganas de más. “Épocas en que se tocaba a las tres de la tarde y con toques de queda, incluso antes de la Dictadura”, rememora Lerner que –sorprende– solía tener sus entreveros con la policía. “Es algo que no conté nunca y tampoco quiero profundizar, pero me llevaban preso seguido y se fue construyendo en mí un pibe con mucha bronca y humor ácido. ‘Mediodías con amor’ y ‘Enfermo de poder’, que no se grabaron nunca, vienen de ahí”.

“Mediodías con amor”, una sátira sobre los almuerzos de Mirtha Legrand, tuvo su momento de reconocimiento en BaRock 4, poco antes del retorno de la democracia, cuando un Lerner de chaleco y de cara al sol cantó eso de “el mantel es de oro puro y la vajilla es de cartón/ No ensucien las servilletas que después las lavo yo” y los rockeros allí reunidos aplaudieron con ganas (Los Encargados de Daniel Melero, recibidos con intolerancia, no tuvieron la misma suerte). El tecladista presentaba Alejandro Lerner y La Magia (1982), su primer disco, y aunque todavía faltaba un año para la repercusión de “Todo a pulmón”, el periodismo especializado ya saludaba la aparición de quien hasta entonces habían sido un instrumentista talentoso, pero no un cantautor al frente de sus canciones.

¿Cómo diste ese paso?

–Yo creo que lo que pasó... Bueno, es algo que sé hoy, pero no en aquel momento: que la vida cambia cuando uno toma decisiones. Y si no, obra por default. La realidad es que yo ya no quería acompañar, ya no quería ser el sostén de otro cantante. Entonces asumí ese riesgo. No había nada que me asegurara que me iría bien. Sí: mis primeras canciones habían funcionado en la voz de Sandra Mihanovich. Pero ella tenía una impronta. Y no había garantía que fuera a suceder lo mismo conmigo. Eso no lo sabés hasta que animás y te tirás a la pileta.

Podemos hacerlo

La historia de cómo Mihanovich, también una reciente cantante, fue la primera en apropiarse de varias de sus primeras canciones, tuvo su vuelta de azar. “Ambos trabajábamos para Aquí no podemos hacerlo, un musical de Pepito Cibrián.  Como había un piano de cola, solía llegar más temprano y probar cómo sonaban ‘Mil veces lloro’, ‘Cuatro estrofas’, ‘La balanza del bien y del mal’. Así todas las veces. Pero un día aparece una chica con su bolsito, que es Sandra, y me escucha. ‘¡Wow’, dice, ‘¿esas canciones son tuyas?’ ‘Sí’, le digo. ‘¿Se pueden cantar?’ ‘Sí, ja, ¿cómo no se van a poder cantar?’ Y ahí no sólo nos hacemos amigos sino que me invitó a ser su director musical por un par de años. Sandra me incorpora como autor de canciones”.

Antes –o por la misma época– Lerner rechazaba un ofrecimiento de Miguel Abuelo de ser el tecladista de Los Abuelos de la Nada (en su lugar recomendó a un muchacho a quien solía prestarle su Fender Rhodes, llamado Andrés Calamaro) y se concentraba en liderar bandas instrumentales con quienes curtir el under y probarse la piel de músico profesional. “Con Miguel Zabaleta de Sueter formamos un grupo que se llamaba Hollywood y tocábamos con camisas floreadas en el Bauen o en los cabarets. Y con otros amigos, entre ellos Jorge Alfano a quien volví a llamar por este aniversario de ‘Todo a pulmón’, armamos Solopororo. Hacíamos jazz fusión y nos llamábamos así porque obviamente no veíamos un mango. Éramos siete y cuando tocábamos en un pub no quedaba ni para un café. Pero no podíamos dejar de hacerlo”.

Siempre el teclado en el centro de atención.

–Sí. Nunca supe tocar otra cosa. La guitarra no me dan los dedos. No la puedo tocar. El piano, en cambio, fue amor a primera vista.

Lerner cuenta que aún retiene en su memoria la mañana que estacionó un camión frente al edificio donde vivía con el instrumento. “Tenía seis años y guardo la imagen de cómo iban subiendo el piano por las escaleras y nos iban diciendo: ‘ya está por llegar, ahora va por el segundo, ahora por el tercero’. Lo pusieron sobre el palier y al principio vinieron maestras a enseñarnos a mí y a mi hermana. Pero a medida que por las noches me ponía a investigar y a descubría todo un mundo de posibilidades, ya no vinieron más. La sorpresa y el disfrute era total”.

El ambiente que se respiraba en la familia era particular. “Mi viejo fue un adelantado de la búsqueda espiritual. Estudiaba la hipnosis, el yoga, la energía, era súper metafísico. Mi madre fue la primera profesora mujer del Nacional Buenos Aires y la creadora del primer gabinete psicopedagógico en los secundarios. Y mis tíos fueron exiliados por ser gente de izquierda. En ese sentido, creo que soy una mezcla de todas esas cosas”.

¿Cómo tomaron tu temprana vocación musical?

–No era una sensación de éxito sino más bien de: “el nene está defendiendo una vocación que muy bien no sabe para dónde va y vamos a dejarlo que haga lo suyo, que busque y se pegue la cabeza contra la pared si es necesario”. La actitud era de libertad y espacio. Pero también de que me la banque si me golpeaba.

Animales que mueven la cola

En los 35 años años que pasaron desde la salida de “Todo a pulmón”, varias cosas cambiaron. Empezando por el lugar que fue ocupando Lerner en las bateas de las disquerías, cada vez más alejado del rock nacional. El disparador, para no pocos, fue el impacto inesperado de “No hace falta que lo digas”, un balada con aires de bolero, incluida casi de casualidad en su tercer disco (Lernertres, 1984), que fue un éxito en Latinoamérica, y le abrió una puerta imprevista hacia la canción romántica más allá de que el álbum en sí no difería tanto de los anteriores. “‘No hace falta...’ la compuse a pedido de una película de Jorge Doria. Pero él prefería ‘Cuatro estrofas’, estaba obsesionado con esa canción, y finalmente no la usó. A mí entonces no me convencía porque era un poco simple y había quedado relegada. Pero Daniel Freiberg, productor de Lernertres, que tiene un oído increíble, me dijo: ‘¿Esta es la canción que no te convence? Decime cuántas otras tenés así que las incluimos a todas. No tenés idea: está buenísima’. Y entonces le metió cuerdas, le hizo unos arreglos espectaculares, y quedó esta canción que pegó en todo el Continente”.

Entre los impactados estuvo un legendario compositor de boleros, que terminaría convirtiéndose en uno de sus padrinos artísticos, y acentuando su giro musical. “Estoy en el DF, en un programa de los de más audiencia y llaman al aire. ‘Alejandro, soy Armando Manzanero, y quiero decirte que tu canción ‘No hace falta que lo digas’ es una de las canciones más bonitas que he escuchado en mi vida. Te voy a pasar a buscar para charlar contigo’. Así hizo. Y desde ese momento, año 84, nunca más me separé de él. Para mí es el songwriter número uno de la música hispana”. Alguien que le mostró un camino artístico distinto. “Vi que dividía su tiempo entre la composición, la producción y la interpretación. ‘Ah, esto me gusta’, me dije. Porque cuando no salís de gira podés componer para otros. Seguir desarrollándote por otro lado. Aprendí que podía componer boleros, música de películas, baladas, temas más funk o más rockeros. Y que no hay límites hacia donde verdad querés ir”, señala quien a partir de entonces enhebró una carrera con altibajos que mechó hits sociales como “Volver a empezar” y “Campeones de la vida” con composiciones para Gino Vannelli o Luis Miguel (hizo “Dame” a su pedido), giras con Santana o recitales con Juanse y Pappo, y una persistente base de seguidores (algunos desde aquellos dorados años ochenta) que conocen bien los vericuetos de su discografía. 

¿Qué te decía Pappo?

–Me decía: “¿Sabés por qué me gusta tocar con vos? Porque no te disfrazás de blusero o de rockero. No te ponés la careta”. Pappo era brillante y los que me invitaron a tocar rocanrol sobre un escenario saben que yo con un Hammond me prendo fuego. Creo que por eso me respetan. Somos animales que mueven la cola cuando se ven.

Para los 35 años de “Todo a pulmón” Lerner grabó una nueva versión que incluyó las voces de Lali Espósito y Rolo de La Berisso, entre otros, pero también las de Sandra Mihanovich y León Gieco, la vieja guardia. “A Alejandro lo vi crecer musicalmente. Nos vemos poco pero cuando lo hacemos nuestro cariño y amistad están vigentes”, señaló Gieco. Lerner retribuyó la confianza convocando para la gira que lo está llevando por todo el país (y que cerrará el 9 de noviembre en el Ópera) a varios de los músicos que lo acompañaron entonces (sus amigos de Solopororo), cuando caía preso seguido y no había mucho dinero para repartir. “Mi viejo se murió cuando tenía 21. Se comió los quilombos policiales, los cabarets, las redadas. No me llegó a ver cuando saqué mi primer disco”, lamenta.

¿Y por qué decidiste celebrar los 35 de “Todo a pulmón” y no por ejemplo los 30, cinco años atrás?

–Nunca fui retrospectivo. Es la primera vez. Y ahora me pareció que el país está re contra todo a pulmón. Como que nosotros ya venimos de una generación pre dictadura, post dictadura, democracia con inflación, democracia con recesión. Lo vimos tantas veces que ya son parte de nuestra identidad y de nuestra idiosincrasia. El otro día le comentaba a un amigo: lo único constante de nuestro país son las crisis y El Zorro. Ojalá alguna vez dejen de serlo.