No se trata más que de un pibe que corre, uno más, entre tantos, uno de los que corren como pequeñas multitudes, o erupciones, nada más que eso, uno de los desesperados que corren. ¿Y qué importa si el pibe que corre está, o estuvo, alguna vez, enfierrado? Si es la hora de los fierros y la lata, los caseros y los importados, los automáticos, la chatarra y los decomisos, las reventas, las armas de guerra acopiadas en el estacionamiento del supermercado. ¿Y a quién le puede importar si el pibe fue armado, hizo armas, llevó, buscó, obtuvo, un fierro? Si es esa hora y ellos lo dijeron y lo saben, y al pibe que corre se lo hacen saber. Y si tiene hambre, a quién le puede importar, de esos a los que nada le importó. Entonces él sabe que ellos saben y que todos sabemos lo de los fierros, que no importa si hubo o fueron. Y por eso corre, el pibe, porque quiere salvarse. Y qué importa si está agitado y por ahí re loco, en ese instante lo único que importa es salvarse, correr, llevarse lo que más pueda. Y si le van a hablar de la crisis entonces que lo miren bien.   

Y no escucha que después hablan de pobreza y vandalismo y muestran los fierros, y una cara junto a los fierros, y que no importa si es la suya esa cara, y no importan los fierros, sino la relación, una cara y el fierro, y si no lo escucha ni lo ve es porque una bala lo empujó al suelo. Es que todos saben que hay algo que no puede más y también lo presienten con el cuerpo. Entonces: el pibito corre y la bala entra en medio del pecho. Es la crisis que inyecta picos de adrenalina en la diputada standapera, le divierte, me divierto, soy Lilita, dice y se ríe en la cara de los medianos empresarios, que ríen con ella, y aplauden. Y le van a hablar de crisis a todos los pibitos que quedan y pueden correr. Porque solo el dólar es capaz, tenemos la volatilidad enardecida, solo ese límite se puede correr. Hay una guerra de empresarios y el pibe corre, en medio de las acusaciones y los arrepentidos corre el pibe, acusado, corre y lo penan; lo bajan, lo matan, lo corren. Un gesto hacia arriba que legitime el barrido grueso hacia abajo. El Lava Jato, el periodista de investigación que recibe cuadernos, los hechos, los datos, los tantos, el tanteador de la justicia, los jueces, el partido judicial, el uso indebido, las garantías rotas, la dictadura judicial. Y el salvataje de empresas grandes; vender las medianas; dejar en el camino a las chicas. Las dos Italias se muestran juntas en Vaca Muerta. Más que reconciliación, tregua. Ganan los funcionarios con la corrida, el dólar futuro, los saltos, el precio de cobertura, y se dice bancos y empresas y el valor final.

Se alzó la divisa, está más lejos: hay una nueva camada de pobres en la Argentina. Pero cae la economía. Y los jueces hacen cortes, las causas madres, los saneamientos, los pactos de la Moncloa. Y la caída es la mayor en una década y en siete meses se fuga lo que al país le cuesta generaciones de pibes que corren. Primer tramo, segundo tramo, aceleración, demasiado optimismo, demasiada ambición, el país no estaba preparado. Y ahora a pensar en el clima para las cosechas, las retenciones autodestructivas, las licuaciones. La plata es mía, y es tuya, y es nuestra, y para atacar a los otros, que no vuelven más, que el pasado, que fundamentalmente, que principalmente, que necesariamente hay que terminar con ese pasado y entonces la plata. Y son dos siglos la semana que separa la corrida del dólar y la corrida del pibe. Y otros dos siglos del astillero atropellado por un patrullero. ¿Hasta qué momento, a qué lugar exacto del tiempo, puede llegar un pibe y acurrucarse, ponerse a resguardo, o simplemente temblar en silencio? Corre, corre, corre. La presidenta del Consejo de las Américas se aferra al atril y suelta afirmaciones como chispazos. Gira y mira a los funcionarios. Ella los elogia y ellos respiran aliviados. Treinta minutos más tarde arrancará la corrida que, en cuestión de horas, lleva al dólar por encima de los 41 pesos.

Mágicamente, con los hechizos del mercado, hay cientos de miles de nuevos pobres. El ministro de la Producción dice que se corrigieron los precios relativos y el tipo de cambio eliminó el atraso. Los comercios mayoristas suspenden las ventas por la falta de precios. Hay facultades y colegios tomados en todo el país. Los universitarios colman las calles de la Ciudad de Buenos Aires. Al finalizar la marcha, hay incidentes, corridas. Detenciones al boleo. Un ladrillo justifica el avance policial. Los motorizados rodean las manzanas. Hay agentes de civil. Una parte del gobierno hace un llamado a la unidad ante la emergencia política. Se rumorean posibles salidas anticipadas, soluciones institucionales. El mercado se ríe de todos: esperan que hable el presidente y salen a correr; esperan que hable el jefe de ministros y corren. Al dólar, lo corren, siempre un poco más allá, más lejos, dónde no llegan los salarios y dónde crecen las ganancias. Electroshock para el cuerpo social: más nuevos pobres, pobreza en alza, hay pobreza que va a crecer, recita el presidente, rígido, tartamudo, evacua un ligero delirio, incrédulo, él mismo, desconfiado, dice que va a venir la plata, y que vendrá antes, el plan financiero, las coberturas, estará la plata disponible, y los mercados lo escuchan, y corren, y entonces suben las tasas y la economía de las vidas se posterga un poco más, ni siquiera en el podio de prioridades, ni entre las primeras tres, aún más lejos, cómo el dólar, pero a la inversa, más atrás y no más adelante, a medida que el presidente habla y tartamudea y los mercados escuchan y corren, la economía de esas vidas, los otros que escuchan o, llegado el caso, ni siquiera escuchan, porque andan mal entretenidos con ese asunto de la sobrevivencia, del esfuerzo, del sacrificio, de la entrega triunfal o de la resignación más miserable, o por cualquiera de las causas que fuera por las que no escuchan esos otros, la economía de esas otras vidas se relega, se resiente, se desvive. Y el pibe corre y al ministro de Producción se le cae el ascensor en la visita a los industriales. Y llega la bala y el pibe ya no corre. Pero sí el dólar, que corre y desvive. Y el presidente se desvive al hablar e insufla vida en las chorreras del mercado. El FMI enfría lo que dice el presidente. Ante la duda, los mercados corren. La pobreza crece, el límite se corre. Y el riesgo país y los fondos de garantía y la crisis institucional y el peronismo y los golpistas y el estallido social y la prensa canalla y las maquinaciones y los entreactos parlamentarios y las formalidades compungidas y las ratas huyendo y la gente afuera y las molotov y los tanques de nafta, y entonces los cambios de gabinete. Y el pibe que corre y la bala que le pega y ya no corre. Y esos cambios de ministerios no los hubo, o los hubo, y en el arrebato mataron de un puntazo al de Ciencia, al de Salud y al de Cultura. Se escucha que dicen: Frigerio, Monzó, Larreta. Se escucha que dicen Duhalde y Alfonsín, que dicen fusiones, uniones, alianzas, acuerdos, concordias, salidas. Estabilidad institucional, no traumática. Preliminares de estampidas, rebrotes, destartalamientos. Incertidumbre, fantasmas de la híper, el runrún de los saqueos: ¿y cuánto puede correr un pibe de trece años?, ¿cuánto más rápido que una bala?, ¿hacia dónde puede correr en el revoleo?

El ministro no recibe a los radicales y viaja a la casa matriz a buscar arreglos. Llamada mano a mano entre el presidente y su presidente, Make America Great Again, y el gobernador radical dice que los mercados tienen el liderazgo político, y bufan por la reunión cancelada, y entonces dicen Duhalde, Alfonsín, Frigerio. Y dicen Larreta y Monzó. Y dicen Puerta, Ramón. Y en Olivos el domingo es un día de semana. Y Carrio dice que no va porque hablan pavadas. Y que el presidente no estuvo en Olivos. Y que los radicales y que el jefe de gabinete y que el achicamiento del gabinete. Y achican. Se achican. Y se infla. El vicejefe de gabinete renuncia y lee un poema budista. La sabiduría oriental. Y los vidrios revientan y hay manotazos y corridas y cincuenta indígenas y dicen que eran cien o cientos, muchos, bandidos, que no desarrapados, que no necesitados, que no con hambre, que sí con maldad, que sí con delincuencia, y que los saqueos no porque es daño y que la propiedad y que así no se puede convivir, y entonces no dicen nada del instinto que lleva una piedra en el bolsillo, ni de la urgencia, ni del deseo, ni de la bronca profunda, del gran saqueo, digamos. Y al pibe que corría, lo dejan tirado.