Sábado, una de la mañana. Salía de la casa de unxs amigxs, hacía mucho frío, lloviznaba, Callao y Corrientes estaban menos transitadas. Comencé a caminar y a metros de esa esquina, reparándose en la entrada de un local, veo a una pareja joven y a un nene jugando con un robot a pilas. Lxs tres están recostadxs en el piso, abrigadxs bajo unas frazadas; también hay almohadas, un cochecito para niñxs, un chango de supermercado y varios bolsos. Todo cuidado, parece casi nuevo.

Ya estaba trabajando en esta nota, paré y los saludé. Primero miraron serios, pero el nene sonrió, me mostró su juguete y los padres se aflojaron cuando me acerqué más y elogié lo que el chiquito compartía. Sin más rodeos les expliqué que quería hablar con ellos por una nota de gente en situación de calle. La respuesta fue “si es sin fotos, sí”. Yo estaba sola, me hicieron un lugar entre sus frazadas y me invitaron a sentarme con ellos.

Él es Sergio (33), ella Liliana (31) y su único hijo Benicio (3). Hace tres meses que viven en la calle. Él fue despedido de su trabajo de repositor en un gran supermercado chino que achicó el plantel de empleados. Lo tenían en negro, así que no hubo indemnización. Como indemnización le regalaron algunos paquetes de fideos y el robot para el nene. Ella es maestra y cuidaba a un bebé mientras los padres trabajaban. Benicio iba a un jardín de infantes unas horas por día.

“Todo se vino abajo cuando Sergio fue despedido -dice Liliana-, con el sueldo de él pagábamos el alquiler de una pieza en La Boca, pero hasta ahora le fue imposible encontrar otro trabajo y nos desalojaron por falta de pago. Yo también perdí mi trabajo, que era en la pieza, y Benicio dejó de ir al jardín. No tenemos ni familia ni garantía para alquilar y nos encontramos en la calle, nos vinimos al centro porque hay más posibilidades de sobrevivir. Gracias a Dios hay alguna buena gente que nos ayuda, pero vivir así es infernal.”

Una vecina del barrio la invitó a bañar al nene en su casa y en la semana les acerca comida. Una chica, también solidaria, está por conseguir para Benicio una guardería gratuita. “Sergio a veces hace alguna changa y diariamente busca trabajo, pero no consigue algo estable”, dice Liliana. 

Se bañan en paradores, comen en distintos lugares en los que se reparte comida para gente en su misma situación y tratan de eludir ranchadas y sitios de conflicto. A veces el programa Buenos Aires Presente del Gobierno de la Ciudad acerca una vianda misérrima, pero contradictoriamente la policía de la Ciudad los persigue y muchas veces les quita sus pocas pertenencias o se las moja con mangueras. Hace muy poco les prohibieron el uso de colchones y comenzaron a cambiar en plazas y paradas los bancos que ahora, cruzados por barras metálicas, impiden que la gente pueda acostarse. Todo bien Rodríguez Larreta. Sigamos Cambiando.

“Es horrible vivir así, tal vez nos vamos a Tucumán, allá Sergio tiene familia, pero dicen que tampoco hay trabajo. Pero aquí es tremendo, estás siempre con miedo, por la policía o por alguna gente que te roba lo poco que tenés o molesta a las mujeres, hay peleas. Yo tengo miedo cuando Sergio no está. De día andás de acá para allá, es inhumano”, relata Liliana al borde del llanto.

El último censo completo de gente en situación de calle se hizo en 2017 y se calculó que había bastante más de 7.500 personas en la Ciudad. Hoy Horacio Avila, de la ONG “Proyecto 7” e impulsor de ese censo, afirma que entre calle y paradores, hay alrededor de 14 mil personas y día a día se suman más por la pérdida de trabajo y la imposibilidad de seguir pagando alquiler. 

En el mismo sentido aumentó la cantidad de mujeres, ya que ahora son familias enteras y antes eran mayoritariamente hombres. Por su parte el Gobierno de la Ciudad afirma que actualmente hay en total  1.091 personas sin techo. 

FELIZ DOMINGO…

Es mediodía. En San Juan y Piedras, pleno San Telmo, alrededor de cien personas en situación de calle se reúnen en la Asamblea Plaza Dorrego. Allí un grupo de voluntarixs, entre ellxs Jorgelina Di Iorio, ofrecen el comedor y realizan actividades destinadas a compartir con quienes concurren al lugar. “Se trata de construir un lugar de pertenencia, deambulamos por muchos sitios y parece que no vamos a ningún lado, pero el tema es encontrar un espacio que se sienta como algo propio. No damos vivienda ni trabajo, pero creemos que dar espacio para sentirte reconocido, tener algo para decir, para expresarte libremente y reconocerte en la mirada del otro o la otra es lo primero, porque se trata de una población que no es vista.”

Alejandra Lemos (50) es una de las mujeres que pasa los domingos en la Asamblea, era taxista pero su empleador la tenía en negro y terminó en la calle cuando quedó sin trabajo: “Me vi en la vereda del lugar donde vivía, sola, con todas mis cosas. Yo pensaba que un ciruja no le iba a robar a otro ciruja y enseguida me di cuenta de que eso es frecuente, me costó mucho entender que si yo dejaba algo en un lugar y me iba a unos metros, desaparecía. Después de que me robaron todo me echaron de donde paraba, en Núñez; dijeron que las mujeres traían problemas en las ranchadas. Me sacaron lo poco que tenía y me dejaron sola. Ahí empecé a aprender lo que es estar en la cochina calle. En ese momento yo había caído mucho en el tema del alcohol, la gente me encontraba tirada en la calle y llamaba al SAME, me llevaban al Hospital Pirovano y terminé en el parador Azucena Villaflor, el único que hay para mujeres”.

Una noche llegó alcoholizada y no la dejaron entrar, volvió a la calle sin poder retirar las pertenencias que le quedaban: “Mi experiencia en los paradores no fue buena. Prefiero la calle, mirá lo que te digo. Y en los paradores no te quieren recibir porque tienen que blanquearte y conseguirte un subsidio”.

Alejandra estuvo en la calle hasta que pudo conseguir un subsidio habitacional. “Igual  quedás en la calle porque perdiste la tarjeta y tardan un mes y medio en darte una nueva; está todo hecho para que termines de nuevo en la calle. Ahora vendo golosinas, hago pulseritas y a veces pido en la calle con estampitas. Cada vez somos más pidiendo. Pero por lo menos no tomo y estoy un poco mejor anímicamente. Y bueno, voy a volver a Alcohólicos Anónimos. Al taxi no puedo volver porque tengo una causa judicial. No chicas, fotos no quiero…”

Analía Verónica Airala (45), hace años que está en la calle y lo atribuye a que tiene problemas con las adicciones. No le importa que la fotografíen, al contrario, posa y agradece a la fotógrafa. 

 “Estuve internada en Lobos, en tratamientos, pero no en lugares psiquiátricos… No voy ni ahí, sólo me dejo en lugares terapéuticos, nunca un Moyano. Ahora estoy en calle desde hace un mes, antes estuve alquilando, después pedí paradores pero no me dieron bola.  Voy a otro comedor de lunes a viernes. Paro acá en San Telmo vendo lapiceras y me las rebusco con cosas así, pero no llego a poder alquilarme algo, los hoteles están caros y lo máximo que puedo juntar por día son doscientos o trescientos mangos. Y para los paradores no te dan bola si no tenés hijos o panza.”

Analía todas las noches va a Congreso, donde el Ejército de Salvación da de comer, o frente al Cabildo, donde ocurre lo mismo. “Hay mucha gente en la calle, es muchísima, más que nunca, y una de esas soy yo. Y trato de sobrevivir, a veces remonto y a veces ¡pum! recaídas, estoy en eso y pienso en internarme otra vez en Lobos, estaba muy bien pero me fui… Desgraciadamente mi consumo es el alcohol y las drogas de todo tipo.  Hoy voy a tratar de tener un día tranquilo, viste, si Dios quiere. Uno nunca sabe porque te tira abajo la calle.”

¿Cómo empezaste a estar en la calle?

-Yo estuve detenida siete años, tenía mi familia. Pierdo a mi madre, tengo tres hijos que no quieren saber nada conmigo por mi depresión, y en cuanto al motivo de mi detención, es secreto mío. En esos siete años laburaba, estuve muy bien, ranchaba o convivía con una chica más. Yo tenía todas mis cosas, cremas, comidas, pinturas, estuve en Ezeiza. Pero cuando estás en calle no sabés qué va a pasar hoy a la noche… Sí, yo tengo mucho problema con la adicción al paco, y bueno… el paco, la merca, el alcohol. Sí, arranco con el alcohol y atrás viene todo bien. Y vicios no, son adicciones, pero el tema es el alcohol. Y mirá que le esquivo. Estuve internada, fui a los grupos de Alcohólicos y de Narcóticos Anónimos. También me manejo en el Borda, soy participante en la radio La Colifata, la amo. Y acá hay que bancarse cierta gente, viste, pero es que vienen de todos lados; es el domingo que no hay comedores y acá te facilitan un plato de guiso, con este frío… y arranca a la mañana. Pero es un bajón cuando a eso de las dos de la tarde se termina. A veces vemos películas.

LA VERGÜENZA Y EL DOLOR

Los jueves alrededor de las 18.30 la organización de apoyo a gente en situación de calle “Ciudad sin Techo” arma en la plaza del Congreso un gazebo y hace años acompaña resolviendo problemas legales, ayudando a conseguir subsidios para acceder a hoteles y aportando soluciones a la diversidad de dificultades que atraviesa la vida de esas personas. Claudia Enrich está al frente de la organización, estudió en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo Trabajo social y decidió aplicar sus conocimientos en favor de lxs más vulnerables.

Anochece, hace mucho frío y a un costado del gazebo desembarca una docena de mujeres integrantes de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, CTEP, acarreando ollas llenas de guisos humeantes para repartir a la gran cantidad de jubilados, familias con niños y gente en situación de calle que asiste para, en muchos casos, ingerir la única comida del día.

La mayoría huye ante la cámara fotográfica y se niega a dialogar con la cronista; una señora de alrededor de 70 años, jubilada y viuda, subraya amable y firmemente que “no queremos fotos, ni tenemos ganas de hablar, muchos de nosotros somos nuevos, nunca, jamás habíamos venido a buscar comida a la calle. Ahora la plata no alcanza para alimentarnos y agradecemos a Dios la ayuda que nos da esta gente. Pero tenemos vergüenza, mucha vergüenza y también rabia por lo que está pasando en este país. Ustedes son periodistas y no necesitan explicaciones, disculpen”.

Romina (27) está junto a César (33), su marido, y sus hijos Jonathan (5) y Daylan (1). 

“Estamos hotelados pero venimos a buscar la comida acá. Somos de Capital, comemos acá desde el año pasado, estamos sin trabajo, buscamos pero no se encuentra nada, está re difícil ahora. Los chicos van al jardín, pero el más chiquito no porque está mal de salud”, explica Romina.

“La CTEP viene los jueves y los demás días hacemos el recorrido… saben venir de muchas iglesias. Yo antes cartoneaba y también limpiaba vidrios de  autos, pero hace un tiempo que nos corre de todos lados este gobierno, nos manda a la policía… Nos comemos una contravención por cualquier cosa, nos meten en cana y nos tratan como delincuentes Y no tenemos carro para salir a cartonear, el mío  me lo sacó la policía, ahora tengo que ver cómo conseguir otro, son muchos billetes…” relata César

 Es difícil acceder a la gente, no quiere ser fotografiada y la mayoría no quiere hablar, la vergüenza es palpable, Claudia Enrich nos acerca a una chica que quiere contar su historia siempre y cuando se la fotografíe de espalda.

“Soy Paola Sánchez, tengo 48 años, la peleo desde los 19, viví en la calle muchos años, en Constitución, atrás de la estación… Después conocí a una persona, me enamoré, me sacó un tiempo de la calle, pero me separé embarazada de una de mis hijas de 24 años. Quedé de vuelta en la calle, a veces andamos durmiendo de un lado para otro, corriendo tanto de la policía como de la gente. Hay muchas personas malas, desprecian porque nos ven cocinando o durmiendo en un colchón con criaturas, pero eso no es culpa de nosotros, la culpa es del Gobierno”, afirma.

Paola tiene quince hijos y está atravesando un embarazo de mellizos de su actual compañero. Estuvieron viviendo “hotelados” pero el lugar era sucio, había ratas, mordían a los niños y volvieron a la calle.

“Porque uno vive mejor y mucho más limpio que en ese lugar asqueroso -explica-; no es que toda la gente que vive en la calle es sucia, una puede ser humilde y limpita. Se calientan ollas de agua, llamamos a Buenos Aires Presente del Gobierno de la Ciudad, que muchas veces no aparece;  tienen que traer agua, cobijas, agua caliente, vianda, más si hay menores. El otro tema es la policía, nos ven haciendo fuego para la comida de los pibes y nos patean las ollas, te pegan, o el Gobierno de la Ciudad te amenaza y te saca los chicos”. 

A Paola la acusaron de obligar a sus hijos a pedir limosna y se los llevaron a un Hogar, ella jura que jamás sus hijos tuvieron esa actividad. Un tiempo después se los entregaron a la abuela, madre de Paola, en guarda provisoria.

“No me dan los nenes por una denuncia que hizo ella. Yo tengo depresión desde chica, mi papá y mi hermano abusaron de mí desde chica. Y por lastimar a uno de mi familia y defender a mis hijos fui a parar al Moyano con una crisis emocional. Mi psiquiatra me hizo un papel que dice que estoy apta para vivir en sociedad. Tengo depresión crónica por el abuso sexual de mi familia y lo único que pido es tener a mis hijos y un techo digno”, concluye. “Ahora ninguno está conmigo, solamente los dos que tengo en la panza. De mis quince hijos los cinco mayores están casados y los otros estaban conmigo.”