Cromañón fue contado muchas veces, generalmente mal. Es una tragedia que entraña otra tragedia: la de haber sido sobrenarrada pero incomprendida. Uno de los problemas acaso sea que la generación que la padeció no fue quien la relató. Porque los imaginarios sociales construidos alrededor de Cromañón provinieron de otros actores involucrados, los cuales operaron en la forma en que las cosas fueron contadas. Y así quedaron: fueron condenados más músicos que el resto de todos los otros acusados juntos, desde funcionarios públicos (como autoridades de gobierno o efectivos policiales) hasta los productores privados. Un dato para nada inocente en el contexto de un poder judicial esmerado en beneficiar a ciertos sectores en detrimento de otros.

Los integrantes del grupo teatral Nos|otres no fueron a Cromañón ni seguían a Callejeros, pero son parte de esa juventud mojoneada por una tragedia que explicará aquello que, cuando envejezcan, llamarán “mi época”. Una que estuvo atravesada por un episodio esencialmente triste. Triste por las muertes y por las formas en las cuales se produjeron, pero también porque desnudó tramas de poder latentes y ocultas: aquellas que giran alrededor de las habilitaciones a lugares que no están aptos y las del profundo sistema de intereses e influencias que rodean a ese inframundo.

La obra Esta es mi sombra (y ella también se ve) no es un stand up con lo que se le ocurre decir sobre Cromañón a una decena de pibes sino la puesta en escena de un trabajo de casi tres años que irá todos los viernes de septiembre a las 22.30 en el centro cultural de la fábrica recuperada IMPA (Querandíes 4290). “Un grupo de egresados de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático nos empezamos a juntar en 2014 con la idea de explorar desde el lenguaje del actor y desde diversas formas de improvisación”, explica Vicky Lombardero, integrante del colectivo Nos|otres. “Y una profesora nos sugirió investigar Cromañón porque vio muchas similitudes con nuestra búsqueda. Por un lado, un universo muy ligado a lo juvenil y a lo under, y también muy cargado de urbanidad y de violencia institucional. Y, por el otro, una gran necesidad de hablar del duelo y de la pérdida, elevando experiencias individuales a algo más colectivo.”

En 2015 comenzaron su trabajo de campo entrevistando a sobrevivientes y haciendo un mapeo de organizaciones pos Cromañón: “Líneas que se enfocaban tanto en la lucha como en la lectura del hecho”, aporta Lombardero. “Nos interesaba corrernos de los discursos hegemónicos que desde los medios y el poder judicial se habían usado como una forma de poner el foco en un lugar determinado para invisibilizar las responsabilidades del Estado y los empresarios. Por eso decidimos no centrarnos en la banda, pese a que tuvo su responsabilidad. No estuvimos en Cromañón, aunque podríamos haber estado tanto en ésa como en otras situaciones donde se expresan las mismas lógicas mercantiles en las cuales el Estado, en vez de protegerte, te expone a que vulneren tu vida por un rédito económico.”

La obra comienza de manera demoledora. En absoluta oscuridad se oyen unos ruidos intensos. Parecen tiros o cascotes estrellándose contra el piso de cemento. Una estela de ecos se replica en la inmensidad de la fábrica mientras el polvo emerge entre la penumbra. Y, cuando el agobio se impone, hacen su aparición los primeros haces de luz. Allí se puede ver que lo que caían eran decenas de zapatillas, símbolo ineludible del dramatismo que encarna Cromañón: la presencia de esos calzados vacíos remite instantáneamente a la ausencia de quienes los usaban para ir a recitales de rock. De ahí en adelante el guión sigue su curso entre luces y sombras, entre silencios y mazazos, entre la dinámica de las múltiples reflexiones.

“Queríamos aprovechar las características del espacio escénico. Verdaderos sitios de una cultura under porteña que, aunque suene curioso, también tiene sus lugares mainstream”, explica Lombardero acerca de la sordidez que aporta el entorno del IMPA, emblema de vaciamiento de empresas estatales y también del posterior movimiento de fábricas recuperadas por sus trabajadores. “La intención también es hablar de qué pasa con estos espacios y cuáles son sus lógicas después de Cromañón. Problematizar los cierres o habilitaciones de espacios, que marcan mucho a la política del macrismo en Buenos Aires. Visibilizar qué implica que un lugar esté abierto hoy o no. Es un mecanismo que está en la obra: ir de Cromañón como hecho a Cromañón como sistema y estructura político-social. Y traerlo a la actualidad tanto desde la narrativa como desde el espacio.”

El colectivo Nos|otres expone con su potencia performática lo que muchos sostienen: que no sólo fueron responsables Callejeros incentivando el uso de pirotecnia, el pibe que encendió la bengala o Chabán mirando para un costado. “Once, con Cromañón y lo que luego sucedió en la estación de tren, hermana estas tragedias en las cuales el Estado es responsable porque te reduce a un número en beneficio de negocios para pocos. Es necesario desarticular esos discursos que tuvieron mucha llegada a una sociedad que se considera progresista pero es conservadora. Por ejemplo, el de culpabilizar a las víctimas. Nos parece importante porque, además, es algo que lamentablemente se sigue repitiendo.”

* Esta es mi sombra (y ella también se ve) va los viernes de septiembre a las 22.30 en el IMPA, Querandíes 4290.