Me tome el micro “Río de La Plata” a la Capital en plaza Italia de la ciudad de La Plata, donde aún vivo. Me dirigía al Centro Cultural General San Martín, sede de la Conadep casa central. Sólo sabía que estaba por calle Corrientes. Siempre solo, después de haberme presentado en la Legislatura de la Plata ante la Conadep. Cuando declaré ahí, por las caras de los que me escuchaban, sentí que algo importante había hecho. Llamaron a un abogado de Buenos Aires y escuché que le decían que era importante, me pidieron que me presentara al abogado Gerardo Taratuto. Lo hice y fueron horas, días, semanas… Declaré y declaré. Él iba hilando, consultaba datos y me decía lo que tenía, armaba el rompecabezas. Yo tenía convulsiones de palabras, de hechos. Él anotaba. 

Juntos vimos que había un hilo conductor en el testimonio, un secuestro sistemático de estudiantes secundarios entre agosto y octubre de 1976 en La Plata. La evidencia surge de amigos, conocidos, estudiantes que salieron, aparecieron. Entonces surge un documento entregado por un represor que hablaba de varios operativos y un final trágico para algunos. Ahí aparece la Noche de los Lápices, la manifestación por un boleto escolar. Yo sólo dije “estuve ahí”. Estaba escrito y nos sorprendió. Luego de semanas de reconstrucción, supe por papeles que en el Pozo de Banfield habían separado a siete chicos, entre los que me encontraba yo,  para el “traslado final”, la desaparición eterna, la ausencia permanente y el escarmiento perpetuo al movimiento adolescente de militantes sociales y políticos.  

Un año más tarde fue el Juicio a los ex comandantes responsables del golpe de Estado. Supe que iba a declarar y ser testigo principal sobre la Noche de los Lápices. Luis Moreno Ocampo, fiscal de entonces, sabía que solo me importaba recordar y nombrar con quién había estado más de noventa días en cautiverio, la obsesión de hablar de ellos. Al salir del tribunal e ir a la sala donde esperaban otros testigos recuerdo que le dije a Norita, hermana de Horacio: “Lo nombré. No me olvidé”. Y nos abrazamos y lloramos. No me importaban mis más de cuatro años en una unidad carcelaria bajo el régimen del PEN. Les había hecho un juramento en el Pozo. Llegó el día y di testimonio. El país y el mundo supieron que había estado en el Pozo de Banfield con otros adolescentes y mujeres embarazadas. Que adolescentes de 15 a 18 años y mujeres embarazadas que habían dado a luz no habían sobrevivido. Que ahí habían sido asesinados. En un sótano en el Pozo.

Fui amenazado para que nunca contara lo visto y oído. Era un salvoconducto para no matarme. No cumplí el silencio, era imposible. No dudé. Cientos de poemas escondidos en la cárcel fueron testigos de esa obsesión. Al final, mi familia había logrado que apareciera. Nunca supe cómo lo lograron. El silencio de mis padres siempre lo respeté, aunque lo denuncie en los juicios. Hoy han fallecido.

Con el tiempo, tuve la sensación de no cumplir el juramento que les había gritado, de que se supiera de ellos, de su existencia, identidad, militancia, vida. Necesité hacer algo mas. En 1985 recibí una invitación del organismo Familiares de Detenidos-Desaparecidos por Razones Políticas de la Plata, e hicieron un audiovisual de la historia reivindicando su adolescencia en la militancia y organización. Se presentó el 16 de setiembre, día elegido como aniversario, en la facultad de Bellas Artes de la Plata, junto a los familiares de los chicos ausentes. Fue mágico. Terminó y cientos de adolescentes, entre lágrimas y emoción, salieron a la calle. Llovía y marcharon. Y así, desde ese aniversario, desde ese día, nunca más se dejó de recordar. No hubo un año de ausencia.

Todo esto, más el libro y la película, fueron mi forma de “sacar” a mis compañeros del Pozo de Banfield. De alguna forma, cumplí el juramento aferrado a las rejas. Ya no están en el Pozo. Ya no son víctimas sino compañeros de ideas justas. Sensibilidad social, amor y lucha digna: tres pilares de su identidad recuperada. Andan libres en cada marcha, en cada acto. Para algunos serán revolucionarios, para otros serán pasiones, y para muchos se funden en los jóvenes luchadores de hoy, con un tiempo y consignas nuevas. Para mí, en soledad, también son lágrimas y orgullo de una historia vivida junto a ellos en el Pozo de Banfield.