Los debates permiten cuestionar y repensar los discursos hegemónicos de las lenguas. "El castellano es un mundo de variedades regionales llenas de matices. En América Latina se leen con recelo traducciones hechas en España; en España, traducciones hechas en América Latina", plantea el traductor Pablo Ingberg, director general de las Jornadas Internacionales de Traducción Comparada "Variedades regionales en las lenguas de traducción", que se realizará desde este jueves hasta el sábado con entrada libre y gratuita en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (Agüero 2502), con el objetivo de reflexionar sobre la influencia de las variedades regionales de las lenguas en la traducción de los libros que leemos: por qué razones -lingüísticas, comerciales, políticas o literarias- se traduce a determinadas variedades y qué efectos se producen. Entre los traductores consagrados que participarán del encuentro se destacan el francés André Gabastou, quien ha traducido a Ricardo Piglia, Adolfo Bioy Casares y Enrique Vila-Matas; la italiana Gina Maneri, traductora de Juan José Saer y Jorge Barón Biza; el australiano Chris Andrews, traductor de Roberto Bolaño, César Aira y Marcelo Cohen; Esther Allen, ganadora del Premio Nacional estadounidense por su traducción del libro Zama, de Antonio Di Benedetto, entre otros.

"Hace dos años y medio compartí un panel en Málaga con colegas de España y México y surgió un debate interesante sobre el tema. Al otro día una española me contó que una amiga suya había dejado de leer un libro traducido en México cuando vio la palabra 'ahorita'. Poco antes en Buenos Aires alguien me había dicho: las traducciones españolas son malas porque dicen 'chaval'. Se oyen muchas superficialidades, mucha vociferación, poca reflexión profunda. Hay investigaciones académicas, pero encerradas en su círculo", advierte Ingberg en la entrevista con Página/12. "Uno querría ver más interacción, debate profundo entre diversos actores: traductores, investigadores, editores, lectores. Por otro lado, la analogía siempre me ayudó a pensar; en este caso, por ejemplo: ¿qué habrá de similar y diferente en otras lenguas habladas en más de un país con variedades regionales? De la unión de todos esos cables nació la idea de este encuentro", agrega el director general de las Jornadas Internacionales de Traducción Comparada "Variedades regionales en las lenguas de traducción", organizada por la Asociación Argentina de Traductores e Intérpretes (AATI); la Escuela Nacional Superior en Lenguas Vivas Sofía Esther Broquen de Spangenberg ("Lengüitas"); Interpres, Programa de práctica y estudio de la traducción de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM)-Lectura Mundi y la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. 

--¿Cómo se puede salir de la encrucijada de recelos mutuos entre América Latina y España?

--Ante todo, tengo más preguntas que respuestas. Son muchas las cuestiones en juego: lingüísticas, literarias, comerciales, políticas. Hay que tratar de sacarlas a la luz y debatirlas en profundidad y con amplitud de miras. No todas las traducciones españolas son iguales ni todas las argentinas son iguales. No por tener más o menos términos locales serán necesariamente buenas o malas. Sí podría decirse que existe a grandes rasgos una tradición de la traducción latinoamericana menos localista, como se desprende de estas palabras de Enrique Pezzoni: "Hacer hablar de vos a los personajes de una novela inglesa o francesa es desplazar violentamente un mundo hacia otro mundo". O de estas de Borges: "Para nosotros la traducción al español hecha en la Argentina tiene la ventaja de que está hecha en un español que es el nuestro y no un español de España. Pero creo que se comete un error cuando se insiste en las palabras vernáculas. [...] Creo que un idioma de una extensión tan vasta como el español es una ventaja y hay que insistir en lo que es universal y no local". Ahí se ve que el objetivo primordial no es llegar al mercado español, sino no convertir una obra extranjera en algo totalmente local. Son puntos de vista; por supuesto hay otros y por eso hace falta debate profundo.

--La opción de elegir una traducción que se aproxime a un castellano "neutro", una especie de Frankenstein que intente suavizar las marcas locales, traducir en un español que no asuste a los españoles, ¿es una política que por demasiado "correcta políticamente" termina siendo errática? ¿Qué desafío plantea pensar la traducción y sus variedades como un problema político y de mercado? 

--El castellano "neutro" es sin duda una entelequia. Si hay que elegir, por ejemplo, entre porotos, frijoles, habichuelas o judías, en algún lugar será un término local y en otros, foráneo. Ahora, Frankenstein, la criatura creada por el doctor Frankenstein, me parece una figura muy apropiada. ¿Qué es? Una criatura literaria. Precisamente, la lengua en la que escribe un escritor es una lengua literaria, una "criatura de ficción", no la que se habla en una región determinada. De la lengua utilizada en una traducción puede decirse algo similar: es una lengua literaria, no la que se habla en tal lugar. De nuevo, no creo que se trate de no asustar a los españoles, sino de lo que dice Borges: "insistir en lo que es universal y no local". Pero son generalizaciones. Ciertas obras pueden requerir algo más local que otras. 

--A propósito del título de una de las conferencias que dará Roberto Bein, "El traductor no tiene la culpa", ¿Qué pasa con los editores? 

¿Hasta qué punto la elección de la variedad que se elige para traducir es más responsabilidad del editor, que piensa en los mercados, que del traductor?

--Supongo que un buen editor debe pensar en los mercados, porque vive de vender libros. Eso no necesariamente va en contra de la calidad literaria. Yo diría, al contrario, que la buena calidad de las traducciones también colabora con las ventas. Ahora, el editor es quien paga el trabajo, y sería raro que alguien pagara por algo con lo que no está de acuerdo, ¿no? Por supuesto, al elegir al traductor también está tomando una decisión sobre la calidad y la orientación de las traducciones que encarga. Sería de esperar que un buen editor escuchara a su traductor en cuestiones de traducción, del mismo modo que escucha a su abogado por cuestiones legales o a su contador por cuestiones contables o impositivas. De todas maneras, en eso también puede ser que haya una especie de inercia superficial: se hacen determinadas cosas porque siempre se hicieron así y listo. En eso aprendí mucho del trabajo de Gabriela Villalba, para el cual me encuestaron. Uno dice, por ejemplo: no traduzco voseante porque quiero vender en otros países, y entonces te preguntan: ¿pero alguna vez intentaste vender en otro país una traducción voseante y te fue mal? Así se profundiza: sacándole el asiento a todo lo que se da por sentado.

*La programación completa en www.aati.org.ar