Nuevo exponente del negocio de hacer películas basadas en novelas infantiles que abrevan en el imaginario de la literatura y el cine de terror gótico, pero pasteurizadas por el filtro de la comedia, La casa con un reloj en sus paredes es además el primer trabajo apto para todo público de Eli Roth, conocido por una filmografía construida entre el terror, el gore y el humor negro. La apuesta de ponerlo a dirigir una película para chicos era fuerte y a priori la volvía un objeto digno de curiosidad. ¿Hasta dónde se permitiría llegar Roth, amante de poner en escena descuartizamientos y torturas con detallismo explícito, a la hora de contar un cuento de terror infantil? O más aún, ¿hasta dónde lo dejarían ir? Lo cierto es que llega lo suficientemente lejos como para que Una casa con un reloj en sus paredes pueda representar para muchos chicos algo así como “mi primera película de terror”.

Los recursos a los que se les echa una mano en este caso no difieren demasiado de los que se usan en general para contarles cuentos de miedo a los chicos. Para generar empatía en estos casos se coloca a un nene como protagonista, si es huérfano mucho mejor. Y si este tiene que mudarse a lo de un tío al que casi no conoce y que vive en un viejo caserón gótico, entonces cartón lleno. Que esta vez el tío esté interpretado por Jack Black (quien ya conoce el género por haber sido protagonista de Escalofríos, película con demasiados puntos de contacto con esta), garantiza que la cuota de payasadas estará cubierta. La casa por supuesto está encantada, pero en principio resulta amistosa con su nuevo y pequeño morador. Algo cambiará.

Roth aprovecha bien estos elementos para jugar con el gran miedo de cualquier chico: perder a mamá y papá. La sensación de desamparo al llegar a la vieja casa representa el primer momento tenebroso. Pero el director también hace un buen uso de Black, cuyo personaje evitará que la cosa termine de ponerse sombría, al menos al principio. Por supuesto no se trata de una película novedosa, sino de una que justamente aprovecha ciertos códigos clásicos para definir las fronteras del territorio en el que se desarrollará su historia. 

Será en la búsqueda del pequeño protagonista por sobreponerse a su repentina soledad que deberá enfrentarse a los fantasmas que él mismo acabará liberando. Es ese segmento de la película el que tal vez represente para los pequeños espectadores el desafío de sus primeros sobresaltos en la oscuridad del cine. Eli Roth sabe cómo provocar miedo y acá parece disfrutar de andar asustando niños. Por supuesto, no se trata de nada que vaya a dejar traumado a nadie: la película, se dijo, es ATP y siempre se mantiene dentro de ese límite. No hay nada en La casa con un reloj en sus paredes que la mayor parte de los chicos del siglo XXI no hayan visto ya en otra parte. Ahí se encuentra también su mayor debilidad.