Juan “Tata” Cedrón: “Soy del 39. Fui pibe en la década re-contraaaa ga na daaa y siempre digo que las canciones me formaron. ‘Si ganamos o perdemos lo queremos al rival’, ‘Se ennoblece la vida trabajando’, pero la más polenta es ‘todos unidos triunfaremos’. Volveremos con la marchita al frente, jamás con la frente marchita”.
Acho Estol (guitarrista y compositor de La Chicana): “La simbología es algo poderoso, desde el lenguaje en adelante nos diferenciamos de los animales porque somos seres simbólicos. Desde un club de fútbol de barrio hasta una nación, necesitan de sus himnos, sus marchas, sus banderas y banderines, sus colores. Son significantes que parecen pequeños, pero contienen significados tan variados, numerosos y complejos como los corazones de cada simpatizante. Recuerdo haber cantado la marchita en los setenta cuando era chico, solo por provocar, y mi familia me retaba, ‘no cantes eso’, me decían severamente (eran todos religiosamente antiperonistas) y yo no podía creer que una canción pudiera tener tanto poder. Hace años que la canto con el corazón (y varias veces la hemos tocado en el escenario, acompañando al público del que surgía espontánea) y cada vez siento esa fuerza. Cómo la fuerza que tiene el Himno Nacional, y su poder catártico, cuando termina y quedas hiperventilado y manija por todo lo que se puede expresar colectivamente en tres minutos con una ‘canción’; lo afectivo y lo ideológico (y hemos visto presidentes argentinos que no podían ni entonarlo, mucho menos sentirlo). En tiempos de posverdad y políticos sin política, sin ideología y sin cultura, la marcha sigue siendo un “en tu cara”, de la unión del pueblo, una marchita que fue prohibida y negada, que quiso ser extirpada de la faz de la tierra, y sin embargo sigue, con su belleza simple, levemente tanguera, combatiendo el capital. Sé que en setenta años más seguirá siendo cantada, y que ‘ellos’ nunca tendrán algo así, porque los une solo el odio y el rechazo al proyecto de justicia social, porque son individualistas cuya única simbología es el supuesto derrame, y la marcha peronista siempre será un puñal en el centro de su egoísmo”.
Quique Pesoa (locutor y periodista): “Nostalgias de mi padre. De aquel peronismo fósil. De aquel movimiento nacional y popular. De la soberanía política, la independencia económica y la justicia social. Digámoslo despacio, lento, como masticando cada frase… para darnos cuenta de su inexistencia total y de nuestro simulacro. Si alguna vez hubo que cantar ‘con trabajo y capital’ cuando en realidad la querida marcha decía “combatiendo al capital”… Inútilmente nos maravilla la sobrevida del movimiento, digo inútilmente porque de aquellas intenciones, de aquel ‘la tierra es del que la trabaja’ de aquel estado de bienestar, de aquellas vacaciones de los obreros en Chapadmalal… nada queda. Nada. Solo mezquinas reyertas por hilachas. No creo que haya que insistir en volver a aquello, no. Debemos parir un hombre nuevo, una mujer nueva, nuevos pibes, con albedrío, pensamiento propio e independiente que ni se les ocurra echar culpas afuera. Los muchachos peronistas, o se murieron o envejecieron demasiado o han sido reemplazados por posteos. La marcha, ahora, es como un tango viejo que se escucha en una victrola a cuerda con un disco de pasta 78 rpm.
Vicente Muleiro (escritor y periodista): “La Marcha Peronista tiene para mí una rara cualidad reivindicativa y festiva. Es como si su letra y su música retumbante y tribunera se impusieran más allá de su literalidad y sirvieran para darle cuerda al ánimo. Se mueve, con su ritmo, la evocación de un nosotros posible que derrota cualquier polémica sobre su significado. Suena la marchita: por fin pasa algo. La he susurrado aún para epifanías íntimas que poco tienen que ver con la política”.
Edgardo González (guitarrista y compositor de 34 Puñaladas): “La versión de la marcha de Hugo del Carril formó parte de la banda de sonido de mi infancia, transcurrida en una familia de clase trabajadora que me hizo abrazar al peronismo desde el vamos. Los versos que remiten a ‘la Argentina grande con que San Martín soñó’, fueron mis preferidos por muchos años, y entiendo esa preferencia como el deseo que por entonces tenía de vivir alguna vez una ‘realidad efectiva’. Hasta el 2003, mi convicción ideológica se sostuvo más por anhelos que por realidades, y luego los gobiernos de Néstor y Cristina materializaron gran parte de las políticas anheladas. Desde entonces, creo que la estrofa más linda es la agregada por la nueva militancia”.
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