¿La conflictividad permanente es parte de la estrategia del Gobierno?

–No, más bien se insinúa como un talón de Aquiles al que sólo se insinúa enfrentar con las bravuconadas del Ministerio de Seguridad y el apoyo entusiasta del presidente. La alta conflictividad distributiva es una de las diferencias específicas argentinas que suele llevar al fracaso a las experiencias aparentemente más pretenciosas: más de una dictadura fracasó frente a este fenómeno. Justamente esa es la Argentina que el macrismo pretendió enterrar en el pasado. Esos son los “setenta años”, los de la fuerza del movimiento sindical y social, los del sueño de una Argentina industrializada e inclusiva; es la Argentina peronista la que, una vez más, pretenden dejar en el pasado (igual que la última dictadura, igual que el menemismo y la Alianza). Por ahora nada asegura el éxito de este nuevo intento.

–Es un dato cotidiano el aumento de la conflictividad, sin embargo no surge proporcionalmente una alternativa opositora que se consolide.

–Por supuesto la conflictividad no genera automáticamente alternativa política. Todavía está vivo el intento de un sector de la oposición de cerrar filas con el gobierno neoliberal. Pero ese designio está por pasar pruebas muy exigentes, la de la discusión del presupuesto es la más cercana. El macrismo dice querer un “gran acuerdo nacional”, utilizando así una fórmula que el dictador Lanusse incorporó a la historia. Nadie puede pronosticar si tendrá o no éxito porque los pronósticos son una práctica ajena al análisis político. Pero sí se vislumbra un tiempo muy tenso y muy intenso. El gobierno tendrá –en el mejor de sus horizontes– que desarrollar promesas electorales en tiempos de recesión, inflación e inestabilidad. Las posibilidades de un amplio frente de recuperación nacional están intactas. Como mínimo van a ser tiempos interesantes para saber quién es quién en la política argentina.