Después de la Revolución de Mayo llegaron a Santa Fe nuevos interventores con los nombres de tenientes gobernadores. Ninguno de ellos fue bien recibido por el vecindario.

El primero en asumir en agosto de 1810 fue un europeo, el español Manuel Ruiz cuando la elite santafesina pensaba que ese lugar era para Candioti. Después llegó el coronel Juan Antonio Pereira, “un tirano”: en 1812 deliró con armar a los indios contra los españoles que nunca llegaron a estas costas, luego dictó un bando que prohibía las reuniones de más de dos personas porque los sujetos distinguidos de esta ciudad, decía, que no son más que setenta, todos parientes entre sí, que se hacían notar con sus vestimentas y espadas al cinto, preparaban un movimiento popular para detenerlo.

Lo reemplazó a fines de ese año Luis Antonio Beruti (figura clave en la semana de mayo, ahora burócrata que alerta a Buenos Ayres sobre futuras sublevaciones populares). En junio de 1813,  su lugar lo ocupó Luciano Montes de Oca, quien anunció el pago obligatorio de contribuciones voluntarias, el primer oxímoron en nombre de la patria. –Si los porteños antes mandaban tiranos, ahora mandan ladrones –se quejó uno de los vecinos que recibió la comunicación del pago forzoso.

En febrero de 1814, fue sustituido por el coronel Ignacio Álvarez Thomas, quien a pesar de que su nombre no aparezca consignado en las crónicas del 25 de Mayo, por sus deberes militares se consideraba, jactancioso,  uno de los fundadores de la independencia nacional. La orden que tenía del director supremo Gervasio Posadas, del que había sido su edecán, era anular la influencia política de Artigas en Santa Fe. Mantiene varias reuniones con Candioti. “Los natulares somos tratados como perros y no como hermanos”, se quejó Candioti ante el director Posadas.

Alvarez Thomas deja las tertulias políticas en Santa Fe y vuelve a las armas, se traslada al  sitio de Montevideo. Al rendirse los españoles el 23 de junio de 1814, y entregar Montevideo a la administración porteña, Alvarez Thomas recibe una medalla de oro en manos de su amigo Alvear,  al mando  ahora del ejército sitiador en lugar del desplazado Rondeau.

Posadas renuncia como director supremo y es reemplazado por su sobrino Alvear; las tropas porteñas abandonan  Montevideo, debilitadas ante el poder político y militar de Artigas.  Es 1815, el año de la revolución federal en Santa Fe.

 

***

El coronel Eustoquio Díaz Vélez es el nuevo teniente gobernador de Santa Fe. Para la élite santafesina, una organización basada en relaciones personales con acceso al poder real, la preocupación principal son los indios que entran a la ciudad y así se lo hacen saber en la primera reunión que tienen.

–- Me niego a enviar tropas para enfrentar a los indios, las necesito para luchar contra Artigas; él es el peligro –responde.

–- Coronel, los indios han llegado a la quinta de Don Manuel Ignacio Diez de Andino. Él resiste con sus peones, pero nos ha pedido que mande usted refuerzos –insisten los patricios.

–- No teman, señores, son solo unos ladrones de vacas. Se irán cuando se cansen.

Díaz Vélez convoca de urgencia al Ayuntamiento, al Cura y  a varios de los principales vecinos.

 –- Quiero comunicarles que por unos documentos originales que tengo en poder mío, Artigas mandó a su hermano Manuel a unirse con los indios fronterizos para atacar a las tropas del estado de las Provincias Unidas radicadas en la ciudad… Considerando que las fuerzas con que cuento resultan insuficientes para hacerles frente, he decidido retirarme con ellas a Buenos Ayres a fin de no exponer a este pueblo a los desastres de una guerra.

–- Es la solución más adecuada –interrumpe un vecino.

–- Dejo a ochenta y dos blandengues armados y con municiones y dos piezas de artillería con sus pertrechos.

–- ¡Debe dejar más armas! –exclama otro de los presentes.

-– Las armas que llevan las soldados son las únicas que tienen, puedo dejar unas pocas sueltas que entregaré a los capitulares.

De todas maneras, Díaz Vélez intenta un acercamiento final con Artigas, que espera con mil quinientos hombres del otro lado de la orilla del río Paraná. Envía al comerciante José Francisco Tarragona, con simpatías inocultables con los porteños (su pasado lo definía: dirigió el Cabildo abierto de 1810, fue integrante de la Junta Grande, leal a Cornelio Saavedra)  para abrir una negociación. Pero el caudillo no recibe al “embajador”. También cruza Candioti, quien tiene más suerte y se reúne con su amigo. La respuesta que escucha el hacendado santafesino es terminante: Díaz Vélez debe rendirse.

 

***

Es Viernes Santo y amanece en la ciudad. Tres goletas, botes y canoas acaban de llegar al puerto. La tropa de Hereñú ha tomado la aduana, la plaza principal, se ha hecho de los caballos, con él llegó Manuel, el hermano de Artigas, con sus custodios, tres caciques y el cura del pueblo de San Javier, mientras a cuatro leguas de la ciudad cuatrocientos indios esperan órdenes suyas.

A las siete de la mañana del 24 de marzo de 1815, Díaz Vélez, lejos de sostener su puesto hasta el último momento, se rinde sin disparar un solo tiro al verse rodeado en el edificio de la aduana. El alcalde, ni lerdo ni perezoso, le ordena que desocupe la casa que habita y entregue los papeles del gobierno, libros, documentos y cuentas pertenecientes a la administración de Hacienda. Recién entonces parte Díaz Vélez con sus soldados y oficiales desarmados por el río Coronda.

Es urgente nombrar interinamente a una persona de crédito, celo y actividad a quien encargar el gobierno. El elegido es Candioti.

–- ¿Ofrece a Dios y a la Patria ejercer bien y fielmente los empleos de Gobernador Político y Militar e Intendente de Hacienda, procurando conservar el buen orden y sosiego de la ciudad, su seguridad y propiedades individuales, la defensa de sus enemigos y el arreglo de la administración de la Hacienda Pública con todo lo demás consecuente con estos negocios? –pregunta el Alcalde a modo de juramento al príncipe de los gauchos, la definición más popular que identificó a ese hombre rico, alto, rubio, pelo largo y de ojos celestes.

La tarde del domingo 2 de abril, el patriarca asume como primer gobernador autónomo de Santa Fe, con el acompañamiento de tropas, vecinos, con el correspondiente saludo de artillería para afianzar la unión con el protector de los Pueblos Libres, y Te Deum en la Iglesia Matriz.

 –- La plaza ha sido ocupada con el objeto de poner al pueblo en perfecta libertad e independencia para que se gobierne por sí –exclama Manuel Artigas, acompañado por Hereñú, y procede a dar la orden de enarbolar por primera vez la bandera tricolor (roja, azul y blanca) en el mástil de la plaza de la Independencia; no sólo estaba flameando por primera vez en el cielo santafesino la bandera que imaginó Artigas sino también un signo de los nuevos tiempos: la autonomía provincial de Santa Fe, su independencia territorial del Directorio de Buenos Aires y su incorporación a la Liga de los Pueblos Libres del Sur. Es también una celebración para Artigas porque hacía pie en un territorio clave para ejercer presión al Directorio y una preocupación para los porteños que temen perder los caminos del comercio con el interior.

El 15 de abril es otra fecha emblemática para los santafesinos. Desde la costa entrerriana, ha partido el caudillo de enorme ascendencia en peones, gauchos, esclavos e indios que amenaza con devorar a los porteños, el coronel de la revolución social, de unos cincuenta años, figura agradable, ancho de espalda, estatura regular, tez blanca, afable, fortalecido en las fatigas rurales. Vestido con levita azul con botones militares y sable reluciente entra a Santa Fe montado a caballo, acompañado de una pequeña escolta de veinticinco soldados, y cuando llega a la plaza toma entre sus manos, orgulloso, la bandera de la libertad que mandó a hacer, con los colores de la Federación. Desmonta, los vecinos se acercan entre tímidos y exultantes a saludarlo antes de dar paso a las grandes festividades y honores al coronel victorioso.

–- Las armas de la libertad han triunfado en Santa Fe, ustedes desde hoy son libres de tiranos –dice Artigas.

Una bella sensación de júbilo flota en el ambiente.