Gilda. Rodrigo. Todo parece indicar que con el estreno de El Potro, el próximo jueves, la realizadora Lorena Muñoz completa un díptico de películas biográficas dedicadas a cantantes populares de la Argentina on vidas intensas y finales trágicos. ¿O acaso se trata de una trilogía en proceso? Muñoz sonríe y hace un gesto con la mano. “No, no, ya está”. El puntapié inicial de la conversación con PáginaI12 refiere a lo que algunos pueden asimilar como una tendencia, una moda exitosa, pero que para ella ha sido una forma de acercamiento al cine, tanto en el terreno del documental como en el de la ficción. “Alguien el otro día me preguntaba sobre la moda de las biografías. Le respondí que es algo que hago hace veinte años. Yo no sé qué me han hecho tus ojos, codirigida con Sergio Wolf, es biográfica, y también lo es el documental sobre el mural de Siqueiros, Los próximos pasados. Puedo afirmar que, en mi caso al menos, no se trata de una moda, aunque en este momento pueda haber una suerte de furor”. El film de ficción basado en personajes famosos, usualmente llamado biopic, existe desde los inicios mismos del cine, aunque no se lo denominara de esa forma. Para Muñoz, sin embargo –teniendo en cuenta sus aproximaciones a las vidas y obras de Miriam Alejandra Bianchi y Rodrigo Alejandro Bueno–, se trata no tanto de bañar en bronce a una figura popular como de investigar las posibilidades dramáticas de una posible representación ficcional de los momentos más relevantes de su carrera y vida personal. Los altos y los bajos, las caídas y ascensos, los pecados y redenciones seculares. “Cuando proyectamos Gilda en Córdoba, todo el mundo nos decía ‘bueno, ahora viene la de El Potro, ¿no?’. Pero en ese momento no había nada en concreto”. Muñoz hace una pequeña pausa y continúa relatando el origen de El Potro - Lo mejor del amor, película que, a diferencia de Gilda, no me arrepiento de este amor, surgió a partir de una propuesta externa. “Gilda fue una película pensada y gestada durante muchos años. El Potro tuvo un origen diferente. Fue Fernando Blanco, uno de los productores, el que me convocó y me hizo el ofrecimiento, que reunía características que me parecían indispensables y que tienen que ver con respetar ciertas pautas autorales. Para mí, el guion es fundamental y tiene que ser mío. No por una cuestión de capricho sino porque considero que hay una forma de escribir y un tipo de mirada sobre la puesta en escena y el punto de vista que me gusta poder controlar. No me pasó nunca eso de dirigir algo de otra persona. Nuevamente escribí junto a Tamara Viñes, que es la coguionista de Gilda y de los capítulos de Soy tu pueblo, la serie de la Televisión Pública que dirigí hace algunos años, también centrados en vidas de estrellas. Lo que pasó también fue que estaba cerrando un ciclo con la productora Habitación 1520 y me vino muy bien aceptar el proyecto, por un lado porque era un desafío y, por el otro, porque era una manera de empezar a hacer cosas afuera, después de muchos años de trabajar junto a mis socios”.

El Potro tiene como protagonista al debutante (y homónimo del músico) Rodrigo Romero; Fernán Mirás encarna a su representante artístico; Florencia Peña y Daniel Aráoz como la madre y el padre, respectivamente; Jimena Barón aparece en el papel de Marixa Balli y Malena Sánchez como su novia, Patricia Pacheco. El film comienza con la recreación de uno de los famosos recitales en el Luna Park del artista cuartetero, cuya escenografía incluía un ring de boxeo, a su vez acompañado por un equipo deportivo a tono como parte del vestuario. El ingreso al escenario tal y como lo haría un pugilista, en estricta cámara lenta, le permitió a Muñoz imaginar una introducción que referencia ineludiblemente otras películas de la historia del cine. La imagen de Gatica, el Mono –el ser de carne y hueso y el homenaje cinematográfico de Leonardo Favio– es una de ellas. Aunque no la única. “Amo a Favio. Pero, en realidad, esa escena del comienzo es una cita a Toro salvaje, de Martin Scorsese”, afirma la directora y se para de la silla, como signo de reverencia. Y vuelve a sonreír, sin aclarar si se trata de una cábala o de un profundo sentimiento de respeto. “Es una película que amo profundamente y fue un referente importante”.

–Más allá esa referencia pugilística, hay varios puntos de contacto en cuanto al tipo de personalidades y también en cuanto al arco dramático de esas películas.

–Rodrigo no tenía un origen humilde, pero esa sería la única diferencia importante. Por encima de todo, está esa cosa de querer comerse la vida, esa voracidad por lograrlo, por llegar. Y a medida que más se escala en la popularidad social, más profundo es el hundimiento emocional.

–Es muy diferente a la historia de Gilda, en parte por el hecho de ser una mujer.

–En el caso de El Potro es más complejo, porque el conflicto es interno. Es el tipo de conflictos a los que los guionistas les tememos, porque son complicados de trasladar al espectador. En el caso de Gilda, estaba el marido, un poco también la madre. Y el mismo entorno. Todo se oponía a que ella triunfara en el mundo de la música. Su condición de maestra jardinera, de mujer muy femenina que no estaba dispuesta a contradecir ciertos principios. Ella nunca se tiñó de rubia, o apareció semi desnuda o cantó canciones sin contenido. Al no negociar nada, le costó mucho entrar y, cuando finalmente lo logró, se murió. El caso de Rodrigo fue diferente: fue alguien para quien esa misma pasión y voracidad que lo hizo único y maravilloso se transformó en un fuego, que se extinguió por su propia intensidad. En lo personal, además, debo decir que fue muy distinto filmar la historia de un hombre que la de una mujer.

–Lo interesante es que aquí, a diferencia de lo que ocurría en Gilda, el punto de vista no es siempre el del protagonista.

–Así es. El punto de vista se corre, y por momentos pasa a ser el de su mujer y madre de su hijo. Hay dos instancias en las que eso ocurre. La primera es cuando él se va con ella en pleno embarazo y, más tarde, cuando la separación ya es un hecho. Evidentemente, me cuesta correrme del punto de vista de la mujer, pero también me resultaba interesante ese quiebre. En particular, porque quien me contó la historia es ella, Patricia Pacheco, entre muchas otras personas, desde luego. La investigación fue vastísima, pero Patricia fue la persona con la cual estuve más cerca. Ella confió mucho en mí, se formó una relación muy linda. Siento que empaticé con ella, que la comprendí. Y era imposible no pasar por ahí.

–¿Encuentra otras diferencias entre ambos personajes, entre Gilda y Rodrigo?

–En principio, Gilda se encontró con la muerte, la sorprendió. No podría decir que Rodrigo fue responsable, pero él manejaba el auto, no es lo mismo. A Gilda la muerte le llegó en un momento de mucha felicidad y libertad, y a Rodrigo lo encontró intentando hallar un equilibrio. Gilda era un víctima y, si bien Rodrigo también lo fue en parte, creo que tuvo un lugar de mayor responsabilidad en cuanto a sí mismo. Ella estaba en un lugar en el cual las cosas le pasaban, la amenaza venía de afuera; él se convirtió en su propia amenaza. Ese es la diferencia más sustancial. Por supuesto que no queríamos juzgarlo, la idea era presentar un personaje con toda su humanidad, correrse un poco del mito. Y ahí es donde aparece toda esa zona complicada, donde uno se da cuenta que de no puede, de que no logra equilibrarse. Las cosas que hizo, no las hizo de mala persona, tuvo que ver con otras condiciones.

–Tampoco fueron similares sus inicios en el negocio de la música.

–Rodrigo, a diferencia de Gilda, venía de una familia ligada a la música. Su padre era un tipo importante, llegó a ser ejecutivo de la EMI. Fue el tipo que trajo a Raffaella Carrà a la Argentina, a Electric Light Orchestra... Por eso, cuando Rodrigo empezó a cantar lo hizo dentro del marco de lo melódico. Creo que lo que intentaban hacer era transformarlo en algo más cercano a un Luis Miguel. El cuarteto estaba lejos todavía.

–¿Cuán fiel a la historia real es el relato de la película? Como suele ocurrir en estos casos, los fans van a estar muy atentos a los detalles.

–La película es una representación, una adaptación, no es la realidad. E incluye cosas que consideramos que pudieron haber pasado. Entiendo que es difícil para la gente que lo idealiza o que lo conoció de primera mano. Es imposible que les cierre en un ciento por ciento.

–¿Fue difícil hallar al actor ideal para el papel? Es notable como, por momentos, el espectador tiene la impresión de estar mirando a Rodrigo Bueno y no a su intérprete.

–Casi desde un principio fue Rodrigo Romero. Hicimos un casting de 500 posibles Rodrigos. Hay algo interesante y es que la idea no era encontrar a alguien para que lo imitara a la perfección, sino que tuviera cierto espíritu. Lo que sí era importante era que fuera cordobés. El hecho de que Rodrigo no fuera actor lo volvió algo incluso más real, cercano a la idea de documental. Rodrigo Romero vendió autos, hizo changas, trabajó un poco de lo que pudo. Para mí es sorprendente que nunca hubiera hecho nada ligado a la actuación; tampoco cantar imitando a Rodrigo. Lo cual es loco, porque si te vienen diciendo desde chiquito que sos muy parecido al otro Rodrigo y encima cantás bien... Es un milagro lo de él, realmente. El trabajo de preparación fue de cuatro meses antes de comenzar el rodaje, acá en Buenos Aires. Y lo que hicimos fue armar escenas del guion, ensayarlas con otros actores profesionales, y filmarlas con maquillaje y caracterización. Y fue impactante. El trabajo de entrenamiento actoral fue diario. También el vocal, porque tuvo que grabar todos los temas dos meses antes de filmar.

–¿Se tomaron muchas referencias reales a la hora de imaginar la forma en la cual se iba a construir visualmente la película?

–Miramos muchísimas fotos, buceamos en internet, investigamos a fondo el tema del maquillaje y el vestuario. ¡Hay muchas pelucas en El Potro! En términos de producción, el rodaje no fue fácil y no fue filmada en orden cronológico, así que el tema de los cambios en el cabello de Rodrigo –largo, corto, verde, rojo– fue todo un tema para tener en cuenta. En cuanto a la puesta en escena, la idea no era diferenciarse adrede de Gilda, pero sabía que iban a ser diferentes, porque las referencias eran otras. La otra era una película de seguimiento, que estaba todo el tiempo sobre el personaje, y eso acá no ocurre. No quise ni obsesionarme ni negarme. Me relajé pensando que soy la misma autora, con la misma coguionista y el mismo equipo técnico, contando historias análogas. Por eso creo que hay un diálogo entre las dos películas que, creo, es algo bueno.

–En El Potro hay mucho sexo, a diferencia de lo que ocurría en Gilda, y es claro que se trata de una característica esencial del personaje.

–Todo el mundo sabe por qué le decían El Potro: tenía fama de amante feroz. En las amantes que tiene en la ficción, con la excepción del personaje de Marixa Balli, trabajamos un poco el imaginario popular, los rumores. Por todo eso, me parece que la secuencia en la cual canta “Soy cordobés” se sintetiza el último año de su vida, el año de gran desborde, de esa pasión desbordada. Somos seres humanos, la vida es muy difícil y tendemos a los excesos. Cada uno hace lo que puede para pasar por este mundo. Lo que intentamos es que la película hable de la compasión, de entender al otro.