“Algo que cambió mucho en mí en estos años y a partir de Ni una Menos fueron las representaciones que yo tenía sobre las violencias. Cuando cursaba cuarto año, para mí la violencia de género era equivalente al femicidio, y me costaba entender otros tipos de violencia, entender que no es solo física. La figura del abusador era la de un tipo que te atacaba de noche en la calle, y hoy me doy cuenta o sé que entre el 60 y el 80 por ciento de los femicidios se da en el ámbito familiar. Para mí eso fue muy importante para entender qué era esa incomodidad que vivíamos, para entender la diferencia entre una caricia y un abuso. Y para entender que aunque no nos violaran estábamos siendo violentadas igual. Una mezcla de abuso de poder y violencia institucional muy fuerte. Y eso me sirvió en mi vida personal para salir de relaciones tóxicas, para entender que una relación violenta no es solo aquella en la que hay insultos o golpes. Y esto se lo debo al feminismo” dice Lara Ciani, una de las redactoras del discurso que rompió todos los moldes el jueves de la semana pasada, en el Aula Magna de una de las instituciones más respetadas de la educación pública de nuestro país. Allí donde hay prestigio y bronce, las pibas dicen “también hay violencia”. Y no están dispuestas a dejarla pasar. Por ellas y por las que vienen. Por la lucha por el aborto y por el empoderamiento que adquirieron en estos años de marea verde, en la calle, al interior de las agrupaciones en las que militan, convencidas que el escrache es una herramienta política cuando el Estado mira para otro lado. Ya no debaten sobre escrache sí o escrache no: saben que esa herramienta les pertenece y desde el jueves están trabajando, recogiendo testimonios y escuchando a quienes se acercan a contarles su historia, a agradecerles. El martes presentaron alrededor de 100 relatos de abuso a la Dirección de Derechos Humanos de la UBA y lo están tratando con carácter de urgencia. “Estamos convencidas que el feminismo va a vencer” dice Lara, de 20 años, estudiante de Letras en la UBA.

Quien escribe esta nota estaba casualmente allí cuando ocurrió. El clima era el de una entrega de diplomas más, con el acartonamiento de estas expresiones públicas de cierre de una etapa y la frialdad de la bandera de ceremonia esperada de pie, el himno cantado sin ganas y también de pie y esa luz mortecina de los salones de actos. Las autoridades repiten que la salida al mundo de estos egresados y egresadas será tan auspiciosa como su paso por “el” colegio pero algo de incomodidad preanunciaba la revolución. Los carteles esperaban atrás de las butacas. “Exigimos que nos escuchen”, “Son opresores, cómplices y testigos” y “Mujeres y disidencias CNBA” se podía leer en cartulinas negras y letras blancas cuando fueron convocadas a dar un discurso tres egresadas y pasaron más de veinte, remarcando al comienzo del discurso que no solo eran mujeres, sino que hay quienes no se identifican con esa categoría. El lenguaje inclusivo atravesó todo el texto, que las tres leyeron cada una a su turno, para sorpresa e incomodidad de muchxs, gente que se levantaba y se iba, gente de pie, gente llorando que las escuchaba. Los pibes que se miraban entre ellos. Ellas, que terminaron con un aplauso explosivo y abrazos. El primer paso ya estaba dado.   

Ahora cuentan a Las12 que creían que podía no pasar nada, quedar como un discurso más. Sin embargo, las empezaron a llamar de medios de comunicación y varias salieron al aire. Es notable cómo gran parte del periodismo insiste con el punitivismo y el paternalismo: “¿Por qué no hicieron la denuncia?”, “¿Qué dicen sus padres?”, como si esas fueran las únicas respuestas al planteo del abuso jerárquico e institucional que por primera vez se denuncia con tanta claridad y con tantos ejemplos. Esto pasó en el programa ¿Y ahora, quién podrá ayudarnos?, con Ernesto Tenenbaum al frente, quien charló con Catalina Gobelli y Ana Traversi, ambas clarísimas en sus planteos. “Fueron muy amables con nosotras pero me parece que no se dan cuenta que es muy grave pensar que enmarcando a personas que perpetúan prácticas violentas, en otro contexto se pueden justificar sus prácticas, y eso fue de hecho lo que les contesté: “Estamos hablando de menores de edad, en una institución, con mayores que estaban ejerciendo abuso de poder”. Es una relación jerárquica entre autoridades y alumnes, es muy importante poner esto de manifiesto” explica Gobelli. “La difusión no era nuestro principal objetivo y ver que llegó hasta El País de España para nosotras es muy fuerte. Sabemos que la difusión mete presión al colegio para hacer algo y por eso nos parece muy importante pero de todas maneras implica un nivel de cuidado muy alto” completa, y cita un caso en que el alumnado pidió a las autoridades que intervengan en un abuso en el año ‘93 pero fueron ignoradxs. Como fueron ignoradas cuando una combi se quiso llevar una chica a la vuelta del colegio o un varón adulto entró al colegio y se masturbó frente a una adolescente. “También las agrupaciones en joda como La Liga (agrupaciones de estudiantes que son tomadas en serio por la institución a la hora de presentarse a elecciones pero que no tienen objetivos políticos concretos) son profundamente machistas. Pibes que ponían carteles sobre el cuerpo de las pibas, “fulanita de todos” o “fulanita del pueblo” o “fulanita le hizo una paja a fulanito”, fueron cosas que ocurrían en el espacio del colegio. Zorzoli (Gustavo, el rector de la institución), con su manera de comunicarse a través de correos electrónicos, decía “esto es culpa de las fiestas” o “que los pibes no vayan a Tilcara porque van a consumir drogas”, y esa dinámica no nacía en las fiestas o en un viaje de estudios, esa dinámica nacía en las aulas y en el espacio físico del colegio que está totalmente atravesado por todos estos testimonios que fueron apareciendo, porque son todos en el baño, en el claustro, en el subsuelo, en el patio, en el campo de deportes, en la puerta” dice Lola Romero. 

Las demandas son concretas: visibilización y cambios para adelante. El eje no está en el escrache, sino en demostrar que hay un sistema que se reproduce una y otra vez y si se sigue cuestionando el síntoma y los medios para denunciarlo, se sigue perpetuando. Para Romero, de 20 años, estudiante de Diseño de Imagen y Sonido: “Valió la pena porque está teniendo repercusiones que vamos a aprovechar. Las reivindicaciones que nosotras planteamos son: que haya una educación atravesada por la perspectiva de género, que haya bibliografía feminista, que haya Educación Sexual Integral para todes (en todas las escuelas del país) con información real que hable de consentimiento y placer, que haya un espacio apropiado para que si hay una situación de abuso se pueda denunciar, que se aplique el protocolo de acción ante las violencias de género. Nosotras estamos poniendo el cuerpo al reclamo porque tenemos ganas de construir y por primera vez estamos desnaturalizando y siendo capaces de imaginar un futuro distinto y ser protagonistas de ese futuro. No tenemos ganas de quedarnos sentadas y estamos completamente empoderadas”.