Alfredo Carlino dice que La celebración de la muchedumbre ardida fue, es, el 17 de octubre. Lo puede contar en primera persona, como protagonista de un momento bisagra de la historia. Pero también apelando al recuerdo de otros que vivieron ese día como parte de aquella muchedumbre, que fueron sus espectadores atónitos o que lo denostaron con fervor. Y así el autor recurre a la palabra y el pensamiento de Arturo Jauretche, Leopoldo Marechal, Raúl Scalabrini Ortiz, Ernesto Sabato, Cipriano Reyes, Jorge Luis Borges, a la dirigente obrera María Roldán o a pensadores socialistas y comunistas, entre otros contemporáneos. PáginaI12 presenta con su edición de mañana el libro 17 de octubre. La celebración de la muchedumbre ardida: un viaje a la mítica fecha en la voz de esos protagonistas, y con el prólogo de Norberto Galasso, pero también en la poesía de este “peronista de Perón” que supo ejercer múltiples oficios. 

Uno de ellos fue el de poeta, claro, como puede apreciarse en este libro. Pero Carlino –que falleció en marzo de este año– fue también boxeador, periodista, docente, librero, militante “de toda la vida”, ocupó cargos públicos como el de director de Radiodifusión en RTA. Y así como puede hablar del 17 de octubre en primera persona, fue testigo directo del bombardeo a Plaza de Mayo en el 55. La imagen de la destrucción de dos trolebuses que iban llenos de chicos, rumbo a la escuela, contaba, fue algo que nunca pudo borrarse en de su cabeza. Y si se encargó personalmente de investigar cuántos muertos dejó esa fatídica plaza –y hasta le reprochó personalmente a Perón haber declarado que sólo habían muerto 380 personas–, aseguraba que nunca se podría saber exactamente tal cifra: 1840, contó él junto a otros periodistas. Otros han sumado varios miles más. 

Galasso agrega otros saberes destacables de Carlino en el prólogo del libro: cuenta que fue titiritero, actor, bailarín, jugador de fútbol, recuerda su librería especializada en psicoanálisis y filosofía, y por supuesto su pasión inquebrantable por la militancia política. “No solo tiene una fina sensibilidad artística, sino también una gran sensibilidad deportiva, aún hoy, ya grande, hace natación, camina de treinta a cuarenta cuadras por día y va a bailar, todo como deporte”, agrega. Y anota que integró el Nuevo Teatro, fue compañero de Héctor Alterio y Carlos Gandolfo, que estudió danzas modernas con Renate Schottelius, entre otras.

“Alfredo es un personaje indispensable, querible como pocos, siempre estando donde debía estar, viviendo la experiencia de nuestro pueblo. No se crea, sin embargo, que lo valoro como poeta porque soy un viejo amigo que compartió con él partidos de fútbol en Palermo y lo vio furioso consigo mismo porque la falta de aire le impedía hacer un gol, o lo vio cargado con un bolso vendiendo libros de psicología en un hospital porteño, o lo calmó, alguna vez, para que no recurriese a su mortífera trompada aprendida en épocas de boxeador. Lo valoro y lo admiro porque en sus versos corre la vida plena y palpitante, nuestra, con cánticos, flores, perfumes, pájaros, muchachos y muchachas querendones, anhelos, tangos y vino. Y esperanzas, por supuesto”. 

“Nosotros, adolescentes de aquella época, nos habíamos entregado a la pasión de lo nuevo y lo nuevo era, indiscutiblemente, el coronel Perón con sus ideas”, repasa Carlino en primera persona. “Narrar la pasión y el fervor de ese día es casi imposible. Todo era tan majestuoso. Un pueblo sometido había resuelto liberarse”, evoca, y se remonta a los días previos, describiendo los veloces acontecimientos y repasándolos en el capítulo “Aquel 17 de octubre había empezado mucho antes”. El asesinato de su gran amigo Darwin Passaponti, a los 16 años, también joven, también poeta, “baleado frente al edificio del diario Crítica, en Avenida de Mayo al 1300”, cuenta, durante la desconcentración del 17 de octubre, lo marcó para siempre. El rol de Cipriano Reyes y de otros dirigentes obreros, la previa al 17 de octubre y el clima posterior, también son bien desarrollados.

“Los nacionalistas salíamos a diario hacia la calle Florida, era peatonal. El tránsito vehicular estaba autorizado hasta las diez de la mañana. Luego iban nada más que los galeritas de polaina y bastón, es decir, la aristocracia expoliadora. Todos los días del 45, nos dirigimos al centro de Buenos Aires hacia esa aristocrática calle al grito de ‘la Argentina sin Perón, es un barco sin timón’; ‘Patria sí, colonia no’, y otros cantares”, evoca sobre el que Rodolfo Walsh calificó como “un año de trompadas”.

Ya adentro del 17 de octubre, la descripción del momento incluye la huelga general, los cánticos que se coreaban, el modo en que la multitud fue entrando a la plaza, las reacciones azoradas de la sociedad porteña, cómo cruzaron el Puente Alsina los que venían del sur (“nadie sabe cómo se levantó”, recuerda Cipriano Reyes), algunos por el Riachuelo, a nado. También el discurso completo de Perón entre las interrupciones de la multitud: “¿Dónde estuvo, dónde estuvo?”. 

“Las barriadas peronistas hasta entonces no habían conocido el centro de la ciudad de Buenos Aires, las elegantes avenidas donde se aislaba la soberbia aristocracia vacuna, que detrás de esos muros, se preguntaba aterrada: ¿y estos grasas, son también argentinos? ¿Dónde estaban? Nunca se habían visto antes. De dónde viene esta chusma?”, cita Carlino a la poeta y periodista Blanca Brum. Y anota las declaraciones del Partido Comunista: “El malón peronista, con protección oficial y asesoramiento policial que azotó al país, ha provocado rápidamente la exteriorización y el repudio popular de todos los sectores de la República, en millares de protestas. Hoy la Nación en su conjunto tiene clara conciencia del peligro que entraña el peronismo y de la urgencia de ponerle fin. Se plantea así para los militantes de nuestro Partido una serie de tareas que, para mayor claridad, hemos agrupado en dos rangos: higienización democrática y clarificación política”. 

“Octubre significa la realización de los oprimidos”, concluye Carlino en su poesía. “Los sueños socializados deberán ser protegidos. La sinfonía del canto, y las consignas, nos transforman en uno solo”.