Desde Trelew

Mónica Santino infla la pelota. Cuando está turgente, la histórica DT feminista, que logró imponer el fútbol para las pibas en la Villa 31, arroja la N° 5, amarillo estridente, a la canchita que armaron más temprano, con arcos pequeños, en un sector verde de la Plaza Centenario, epicentro del aquelarre feminista, donde se enfrentan equipos de cinco jugadoras. Fútbol y militancia. De eso se trata. Está por empezar el taller de Fútbol y Mujeres, que por primera vez se incorpora a la grilla de talleres del Encuentro Nacional de Mujeres, -que este año suman 73, con distintos ejes temáticos-. Las participantes, acordaron mudarlo de la escuela que tenía asignada, a un espacio abierto, público, visible, para sacar al fútbol que ellas juegan y alientan de la invisibilidad a la que se las condenan en los clubes deportivos.

Aunque no tenía la formalidad de un taller, en realidad, el fútbol tiene presencia en los encuentros desde 2014, en Salta, a instancias de Santino y otras activistas. “Usamos el fútbol para empoderarnos, porque creemos en el derecho al juego”, se presenta Santino, aunque ella, no necesita presentación. Desde La Nuestra hace 11 años que abre la cancha para las chicas de barrios vulnerables, que nunca han accedido a la práctica de un deporte. “Es el quinto encuentro de mujeres que jugamos al fútbol”, dice una integrante de Las Martas, fútbol feminista de Santa Fe. Habitar el espacio, deporte y maternidad, deportistas y aborto, fútbol militante, son algunos de los ejes propuestos para el debate. La ronda se arma en el pasto, con más de medio centenar de participantes. La mayoría son jóvenes. Pero el fútbol feminista atraviesa generaciones. También. Se van pasando el micrófono.

Flor lamenta que la liga cordobesa decidió que para los clubes no sea obligatorio tener un equipo de mujeres. Es un retroceso. Un guiño al machismo que históricamente caracterizó al mundo del fútbol. Otra toma la palabra. Destaca la situación de niñas de 12 años de distintas provincias que a esa edad son expulsadas de los equipos mixtos sin poder seguir participando de torneos, porque en sus terruños no hay liga femenina. Otra exclusión. El sol de la tarde da caricias. Mientras, la plaza desborda de encuentreras que van y vienen. Que escuchan a otras, que conversan. Que se abrazan y se ríen. Que se maquillan con purpurina.

Habla una integrante de “Boca es pueblo”, una organización mixta -integrada por varones y mujeres- y evoca a Marcela Lesich, jugadora, técnica y dirigente, un emblema en el club bostero, que fue clave para el desarrollo del fútbol femenino, y falleció el 3 de octubre, hace pocos días. Lesich, dice, fue víctima de la misoginia del club de la Ribera. La echaron en 2016 por ser mujer, después de haber sacado 7 veces campeonas a Las Gladiadoras, el plantel superior femenino. Lesich completaba su sueldo en Boca trabajando como taxista para poder sostenerse económicamente. ¿A qué DT varón tan exitoso le sucedería lo mismo? “En Boca no hay ni una mujer en la asamblea de representantes ni en la comisión directiva”, dice la joven y cuenta que Boca es Pueblo busca recuperar el club “de antes de la llegada de Macri” y que vuelva a ser de los vecinos del barrio, además de combatir el machismo.

Una miembro del Movimiento Evita y de la CTEP, de la localidad bonaerense de San Martín, cuenta que se les ocurrió organizar un torneo de fútbol en los barrios y descubrieron que en cada uno había al menos cinco equipos femeninos. En San Lorenzo de Almagro, comenta otra chica, la dirigencia está “más propensa” a escuchar sus demandas, aunque siguen excluidas de los lugares de poder. “Somos el 20 por ciento del padrón pero solo hay una en la comisión directiva”, aclara. “Hace cuatro años hay escuela de fútbol femenino para chicas desde los 6 años pero se lo piensa como un divertimento”, destaca. Y señala que el plantel superior femenino “está disputando la Copa Libertadores pero no se transmite por ningún lado”. Las jugadoras sin apoyo institucional, un clásico.

Cinthia fue jugadora de River. Tiene 46 años y forma parte del sindicato APUBA, de trabajadoras administrativas de la UBA, donde armó una liga de fútbol. Se compara con las más jóvenes, que hoy encuentran espacios para jugar entre mujeres, y cuenta que “las más viejas estamos acostumbradas a jugar desde chicas con hombres. Nuestros hermanos, amigos, primos, siempre querían jugar con nosotras, pero los que nos miraban mal eran nuestros vecinos, que nos hablaban de nuestra orientación sexual, cuando nosotras no sabíamos a qué se referían”.

Sol llegó a Trelew desde la Comarca Andina, donde forma parte del movimiento de fútbol callejero en Lago Puelo y El Bolsón. “Estamos abocadas a los jóvenes. Es mixto, Queremos recuperar el fútbol como algo recreativo, recuperar la solidaridad del juego”, dice.

Victoria Basso es abogada. Vive en Córdoba, y forma parte de la comisión de Cultura de Atlético Belgrano de Córdoba. El ENM fue punto de encuentro con su madre, Chavela, y sus dos hermanas, de 37 y 33 años que llegaron de Tierra del Fuego. “Las mujeres siempre la corremos por detrás en cualquier ámbito. En la cancha también”, grafica. En la CD de su club, de 30 integrantes, apenas 2 son mujeres. “Ninguna en cargos relevantes”, aclara. Al equipo femenino el club no le regala más que un par de tuits de aliento, dice, mientras la hinchada está enfocada al plantel masculino. Discriminación adentro y afuera de la cancha.

Los relatos arman un mosaico. Las escenas, con ciertos matices, se replican en distintas geografías. Ponerlo en palabras, contarlo, compartirlo, permite entender la matriz estructural del patriarcado, sacarlo de la invisibilidad, de la vivencia individual. Ahí está la potencia de los encuentros. De la palabra se pasa a la organización. De la organización a la acción. La ola feminista sigue rompiendo cercos. Encontrarse es más que verse y escucharse. Es trama, textura, gambeta y gol.