“Si te perdés, te come el león. Yo no me cuelgo ningún laurel. Si salió bien tu trabajo, hay que seguir laburando. El problema está en adjudicarte un laurel eterno. El laurel es producto de romperse el culo trabajando”. Peter Lanzani le pone tanto entusiasmo a esa idea que en el decir se derrama sobre su jean el té de jengibre de la taza que sostiene en una de sus manos. El mozo del bar de Palermo en el que se realiza la entrevista con PáginaI12 tendrá mucho que limpiar una vez saldada la cuenta: a lo largo de la charla, el té fue a parar varias veces al piso del lugar. Algunas de ellas, incluso, sin que el actor del momento lo haya registrado. La torpeza no parece ser la causa del vuelo libertario de la infusión; mas bien es la víctima de la energía con la que Lanzani expresa sus ideas y sus emociones. Ya sea cuando habla sobre la actuación o cuando adelanta detalles de la segunda temporada de Un gallo para Esculapio, la ficción que esta noche a las 23 se estrenará en TNT, con emisiones semanales los martes, y que Cablevisión Flow incluirá íntegramente en su catálogo a partir de mañana. “Soy un afortunado de todo lo que me está pasando”, reconoce el actor que en los últimos años interpretó con solvencia a Alejandro Puccio en El clan, a Brian Miller en La leona y a Miguel Prieto en El ángel.

La continuidad de Un gallo para Esculapio encuentra a Lanzani como protagonista absoluto de esta ficción que supo entrometerse en la marginalidad barrial del oeste del Conurbano a partir del accionar de una banda de piratas del asfalto. El asesinato del Chelo Esculapio (Luis Brandoni) en manos del clan de Yiyo (Luis Luque) hará que el acento de la trama escrita a cuatro manos por Bruno Stagnaro y Ariel Staltari esté puesto en el regreso de Nelson (Lanzani) para recuperar lo perdido, tras haberse “guardado” durante seis meses fuera de Buenos Aires. Traicionado, Nelson vuelve en busca de vengar la muerte de su mentor delictivo, a la vez que intentará quitarle el liderazgo de la zona a Yiyo, reuniendo a antiguos miembros de la banda. En ese camino, Nelson también deberá elegir qué futuro quiere para su vida.

“La venganza es uno de los motores que lo movilizan, pero no el único. Es un tipo rencoroso, que no olvida nada, pero que también lleva la bondad en su ADN. En cierta manera, todos los personajes están cruzados por la venganza. Nelson vuelve por todo, para recuperar su lugar, por venganza e incluso por el amor. ¿En qué clase de persona se va a transformar Nelson? En la primera temporada coqueteó con el delito, mostró su lado oscuro, pero terminó derrumbado. A Nelson se le cayó el mundo, cuando le sucede lo que le sucede con el hermano y con Chelo. En esta temporada vamos a ver qué camino elige para ejecutar su venganza”, adelanta Lanzani a PáginaI12 sobre la serie producida por Underground, TNT y Cablevisión.

–¿Cómo se encara una segunda temporada teniendo en cuenta que Nelson, el personaje que interpreta, ya cuenta con un pasado?

–Se encara con la facilidad que te dan los libros escritos por Bruno y Ariel, donde está muy clara la historia, y las circunstancias en las que está parado el personaje y hacia donde va. Si bien los personajes ya tienen definida sus líneas de acción y pensamiento, trabajamos mucho para comprender por qué ahora cada uno toma las decisiones que toma. En Un gallo… no hay ni una escena escrita al azar. Las cosas pasan por algo, tienen un porqué, tanto para la psicología de los personajes o para la trama. Lo interesante es que seguimos laburando muy meticulosamente cada escena, cada gesto, cada plano, como si fuera la primera vez.

–¿Qué significa encarar la composición como si “fuera la primera vez”?

–A la hora de componer un personaje, soy de los que primero lo trabajan mucho en soledad, anotando las preguntas, dudas o sugerencias que van a surgiendo en el camino. Con ese trabajo llego al set para terminar de pulirlo con el director y/o el guionista. En Un gallo…, específicamente, cada vez que me topaba con Ari o Bruno los inundaba de preguntas. No le tengo miedo a preguntar, básicamente porque no creo saber todo.

–¿Su método alcanza status de obsesión o no es para tanto?

–Soy bastante rompepelotas. Las preguntas sirven para saber de dónde agarrarte. No existen las preguntas absurdas. Con los años me volví más nerd. De chico, era cero: iba para adelante sin mucho mambo. Era más vago. Con los años me fui yendo para el otro extremo. El proceso del entrenamiento actoral y de la composición me divierte muchísimo. No me genera un pesar. Me encanta sentarme en mi casa a estudiar al personaje y las escenas. Después, hay un momento en el que uno tiene que dejar de prepararse y mandarse al set o al escenario a darle vida al personaje.  

–¿Volvió a ver la primera temporada o no fue necesario?

–Volví a ver algunos capítulos y escenas en particular, no solo para captar algunos gestos del personaje, sino también porque co-dirigí con Gastón Girod el quinto capítulo de esta segunda temporada. Tenía que tener bien fresca la historia, la narrativa y el andar de cada personaje. No Creo en el trabajo individual, sino en el colectivo. Me interesa lo que le pasa al otro, tanto en función del personaje como del actor. El encuentro creativo trasciende el hecho ficcional. 

–Una supone que una segunda temporada se hace “de taquito”. Que el mayor trabajo se la llevó la primera.

–No, al revés. Hay que volver a atrapar al público con una historia potente que esté a la altura de la primera. A las dos hay que ponerle lo mismo: el esfuerzo y el compromiso. Un gallo... no es una serie sencilla de hacer. Es una ficción que se hace íntegramente en exteriores, y en la que no filmamos más de 3 o 4 escenas diarias, con numerosas puestas. Son 2 o 3 horas por escena. La TV de calidad no tiene nada que envidiarle al cine. 

–¿Pero no siente una mayor responsabilidad, teniendo en cuenta el antecedente de la primera y que ahora será protagonista casi exclusivo?

–No siento una responsabilidad mayor. La responsabilidad que tengo es la de siempre: la de hacerme cargo del papel que me toca interpretar y no dejar nada en el tintero. Trato de dar todo sin pedir nada a cambio. La respuesta del público depende de muchos factores. Si la historia le contesta las inquietudes que le había dejado la primera temporada, si los personajes que se incorporan resultan atractivos, si ahora tiene ganas de ver una ficción de estas características... Eso ya no lo sé. Nosotros hicimos seis capítulos que son seis películas en continuado. A nuestro favor contamos con que la gente ya conoce la historia, el código en la que se la cuenta y a buena parte de los personajes. Seguro hay un atractivo en saber cómo será el primer encuentro entre Loquillo y Nelson, o entre Nelson y Yiyo.  

–Por eso señalaba que ahora tienen al publico de su lado. ¿Eso no facilita el trabajo?

–Tal vez lo más complejo es no dejarse llevar por el cariño de la gente, que te para en la calle y te va endulzando todo el tiempo. Está buenísimo. Pero el riesgo es que el reconocimiento de la gente te haga soltar la tensión necesaria para actuar. No hay que soltar la tensión ante la caricia. Tuvimos que volver a recargar de intensidad las miradas entre los personajes, la tensión de los físicos y la incomodidad que signa cada encuentro. 

–Nelson es un personaje que tuvo un arco dramático muy amplio, desde aquél ingenuo adolescente que desde Misiones llegó a la estación de Liniers con el gallo bajo el brazo al profesional del pirata del asfalto, que no solo conoce de códigos sino que hasta tuvo que matar con sus propias manos a su hermano. 

–Nelson es el claro ejemplo de la mala yunta. No es casualidad que haya venido de Misiones, aunque podría haber venido de cualquier pueblo de la Argentina. Nelson representa la bondad del ser humano expuesta a relaciones no muy sanctas. La vida pueblerina es diferente a la urbana. Tuve la suerte de viajar a Misiones a recorrer algunos pueblos y me encontré con otra manera de ver el mundo, con otra forma de vivir, con diferentes maneras de compartir. El rasgo humano de Nelson se desestabiliza ni bien pisa la gran ciudad. La mala yunta no es buena consejera para las almas solitarias. En esta temporada vamos a ver a un Nelson que carga sobre sus espaldas una mochila pesada. Nelson es rehén de esa persona oscura que nunca quiso ser, pero al que lo llevó la vida. Ese es el punto de partida: qué hace Nelson con todo esa oscuridad que lo alimentó. 

A los 28 años, Lanzani cuenta con una de esas estadísticas con las que conviven aquellos que comenzaron su carrera de muy pequeños: pasó la mitad de su vida frente a una cámara o arriba de un escenario. De aquél primer trabajo como modelo a este presente consagratorio, el actor destaca la importancia de haber pasado por la usina de Cris Morena, donde fue parte de Chiquititas sin fin, Casi ángeles y Aliados. “La de Cris -señala- es una escuela de formación que nos sirvió para entender el mundo artístico y la exigencia y el profesionalismo con el que debemos encarar cada proyecto. Después, cada uno tiene que entrenar mucho y hacerse un camino. Lo más interesante de aquellos que transitamos por la mano de Cris es que nos enseña el mundo profesional. Ahí aprendés a laburar profesionalmente, nos dio herramientas muy valiosas. Antes, creo que ese concepto profesional no formaba parte de la producción infantil. Me parece”.

–¿Qué camino quiso elegir después? Porque vinieron personajes mucho más complejos y oscuros que aquellos edulcorados al que acostumbran las ficciones de Cris Morena.

–El physique du rôle juega un papel clave. Yo soy de los que prefieren jugar a asumir roles bien diferenciados. Interpretar personajes con psicologías, situaciones, gestos y posturas bien distintos es lo que busca cualquier actor o actriz. Esos matices hacen que el laburo nos ponga más desafíos y sea más divertido. El actor debe luchar constantemente contra la comodidad. La incomodidad es el motor del actor. 

–Usted está haciendo Emperador Gynt en el Cultural San Martín, basada en Peer Gynt de Henrik Ibsen, donde interpreta a 15 personajes, acompañado solo con un piano.

–Esa fue una búsqueda también. Son casi dos horas en los que hago más de una docena de personajes, con textos de un lenguaje particular, que me requieren de una gran concentración. Elijo desafiarme arriba del escenario antes que estar en un sillón mirando una peli. Tuve la suerte de cruzarme con directores tan grosos como (Pablo) Trapero en El clan, (Carlos) Sorín en Equus, Bruno (Stagnaro) en Un gallo..., Luis (Ortega) en El ángel... Soy un privilegiado. Tuve la dicha de que mis ganas de aprender se cruzaron con el talento y el profesionalismo de grandes directores.

–¿No cayó el entusiasmo?

–Jamás. Soy un afortunado de laburar de lo que laburo. Si no lo aprovecho, me pierdo. Sin entusiasmo no podría actuar. Hay tantas contras en este rubro. La vida del actor es un subi-baja permanente. La fama no es fácil. No la padezco, pero a veces es demasiada. Me gusta la vida más tranca, y eso es dificil de explicarle a la gente. Hay gente que cree tener un sentido de pertenencia de los actores, porque nos miran y piensan la relación desde esa familiaridad tan particular. Algunos creen que uno es propiedad suya porque nos engrosan el rating. Ese extremo es dificil de llevar. Ojo, me hago cargo. A veces estoy muy cansado y no hay como el cansancio para enojarse, como diría mi abuela. 

–¿Nunca se confundió con las luces del éxito?

–Creo que nunca me perdí, tal vez me pude haber confundido en decisiones. En tonterías. Pero siento que en las tonterías también está la construcción de quién es uno. Hoy siento que lo único que quiero es seguir creciendo. Mi meta principal es el estudio. Mas ahora que se me presentan un montón de propuestas que a los 15 años, por mi edad, no aparecían. Tengo que estar preparado para todo. No quiero perderme trabajos que me interesan hacer por no estar capacitado. A los 18 años estás preparadísimo para comerte el mundo pero te falta laburo emocional para encarar otros personajes. Y cuando crecés y tenés el laburo emocional te falta físico. Es muy cruel el trabajo actoral. Siempre hay que estar preparado y entrenado. El futuro es incierto pero hay que estar a la altura de lo que nos propone.