“A mí la música me gusta toda, y quiero tocar de todo, todo el tiempo.” Cuesta poco corresponder tal sentencia con la realidad. La evidencia empírica es tal que hasta quizá Flavio Oscar Cianciarulo se esté quedando corto. Entre aquel amanecer Cadillac de 1985 y un presente dado por la publicación de Paisaje Obscuro, el hombre no ha parado jamás. Treinta y cuatro años y casi treinta discos, repartidos entre Los Fabulosos Cadillacs, el tándem con Ricardo Iorio, el Flavio Calaveralma Trío, De la Tierra, The Flavio Mandinga Project, Misterio (junto a su hijo Astor), y una profusa cosecha solista que enlaza aquel Solo, Viejo y Peludo de 2001 con la buena nueva. “Soy un viejo, y tal vez por eso hablo mucho”, se ríe él, que en efecto no escatimará palabras ante PáginaI12 para dar cuenta rediviva de todo ese pasado. “Desde tocar un death metal lleno de violencia y amor con mis hijos (Sotana), hasta salir de gira con Boom Boom Kid, o la orquesta funky latina eléctrica pop Cadillacs, me gusta todo. Y tocar, claro... tracción a sangre y tocar”, va empezando este señor del bajo, que ha mechado ese hábito con el de producir discos para Massacre, Almafuerte y Satélite Kingston, entre otros; escribir libros; hacer programas de radio y surfear en el océano que ama tanto como la música.   

“Amo el surf, sí. Vivo con mi familia en un pueblo pequeño en las afueras de Mar del Plata, donde surfeamos en contacto con la naturaleza porque, lejos de lo que se cree, el surf no es un deporte sino una práctica mucho más profunda. Algo parecido a la del montañista y su relación con la montaña”, asegura uno de los fundadores de los Cadillacs, tornando su iris hacia ese mar interminable. “Con mi familia vivimos aislados de las grandes ciudades. Acá no hay farmacias, no hay taxis, estamos lejos de la urbe y cerca del gran océano, que para nosotros es sagrado”, dice, y se encarga de que quede claro. U obscuro, tal vez, como el paisaje que define el flamante disco. Un disco que no tiene letra (es totalmente instrumental, ambiental) pero sus sonidos parecen encenderse como el mar de noche, esa imagen que también lo conmueve. “No sé por qué le puse así. El título vino hacia mí, y no hay una explicación racional sino más bien abstracta. Me lo sugirió el disco, porque me parece que es sombrío. Igual, no hay que darle muchas vueltas... no me gusta caer en frases trilladas”, sugiere el creador de “Mal Bicho” en trance de evitar palabras vanas. 

En todo caso, Paisaje Obscuro implica un paso más en la batalla. Una larga batalla que, restringida al plano solista, va por su séptimo capítulo y una búsqueda que, excepto la guitarra a cargo de su hijo Jay, lo torna multiinstrumentista. “No sé. Esto es lo que me pintó hacer hoy. La elección puede sorprender para afuera pero a mí no me sorprende, porque vengo tocando mucho en casa. Toco mucho solo... toco el piano, o toco el bajo encima de discos de jazz. Pongo tutoriales de jazz sin bajo, y toco. Lo instrumental, entonces, es parte de mi vida íntima musical. Por eso el disco es un fiel emergente de lo que pasa en mi música hoy en día”, cuenta Sr. Flavio, cuyos días presentes también transcurren junto a sus hijos Jay y Astor; las letras (acaba de terminar Cuentos diabólicos para estas Navidades, su sexto libro); la radio (conduce Radio Sardinista todos los jueves por la Mega de MDP) y más música. “Me encanta tocar el bajo con Boom Boom Kid, es uno de los músicos más profundos de la Argentina”, arriesga. 

–Retomando Paisaje Obscuro, ¿en qué sentido lo lee como “un disco de jazz”?

–No lo leo necesariamente como un disco de jazz, sino más bien como cercano a ese género. Yo estudié con Javier Malosetti, y ahí aparece un puente. Además, el jazz estuvo siempre cerca de mí: el Calaveralma Flavio Trío hacía jazz fusión con algunas improntas folklóricas, en fin... hay vínculos, quiero decir.

–¿Cuáles son los provechos y cuáles las carencias de hacer un disco en el que usted toque “casi” todos los instrumentos?

–Es divertido grabar solo, y jugar con los beneficios y las privaciones, porque te permite saber hasta dónde podés llegar, para darte cuenta hasta donde podés grabar, y no pretender grabar algo que te excede. Es interesante jugar con esos valores musicales, y esas herramientas. Hago un disco instrumental hasta donde yo puedo, quiero decir, empezando por el bajo y siguiendo por el piano.

–Si tuviera que trazar una elipsis entre este disco, y Sólo viejo y peludo, aquel que hizo cuando arrancaba el siglo, ¿qué sacaría en concreto respecto de similitudes y diferencias?

–No sé qué relación exacta tendrían ambos discos, porque yo me desdoblo en los diferentes proyectos. Una de las influencias que acuerdan con las similitudes, no tanto en lo musical sino en lo filosófico o en lo artístico motivacional, es Mike Patton. Él comparte Mondo Cane, Dead Cross, Fantomas y Faith No More, y esa diversidad que siempre tiene un pie en el punk y otro en cualquier otra música es una gran influencia para mí. Esto vale para Solo, viejo y peludo, tanto como para Sardinista!, por ejemplo. Este es otro de los proyectos que conviven en mí. Señor Flavio, por lo tanto, implica dos escenografías totalmente diferentes. Y otra vez vuelvo sobre Patton: es lo mismo que le pregunten a él qué encuentra en común entre Mondo Cane y Fantomas. La similitud solo es él, quiero decir. 

–¿Cuál sería la especificidad de Sardinista!, entonces?

–Que fue una ópera rock que se adelantó a La salvación de solo y Juan, el último disco de los Cadillacs. Ambos configuran dos discos teatrales, donde hay un inicio, un nudo, un desenlace y un final, además de un personaje.

Señor Flavio acaba de cumplir 54 años, y confiesa que sacó Paisaje Obscuro, impulsado por la libertad de subirlo a Youtube y a Spotify, y bajo la esperanza de que alguna vez se fijen en él para ambientar musicalmente una película “que aún no existe”. “El disco es como un soundtrack ficticio de films que aún no existen. Quizá alguna vez exista alguna, y me llamen a mí”, se entusiasma, mirando la tapa del disco que –intuye– da con el tono sombrío de las músicas que hay dentro. Músicas que, corridas de este plano, tienen nada y poco que ver con su rol productor. “No hay un trabajo de productor aquí, sino ganas de tocar el piano hasta donde pueda, con Jay, que incluso compuso el tema “Vacío del Cosmos”, en las guitarras. Es más, diría que no es un disco exclusivamente mío, sino que es suyo también. Por eso le pusimos Cianciarulo a secas al proyecto. Quiero decir con esto que no se subraya la producción sino la interpretación”.  

–Un poco de historia: seguramente su sentimiento y sus pensamientos musicales respecto de Los Cadillacs fueron variando con el paso del tiempo. Si tuviera que valorizar hoy su larguísima experiencia con esa banda, ¿qué pondría en el debe y qué en el haber?

–En principio, decir que nos hemos permitido un montón de gustos musicales, de caprichos artísticos. En La salvación de Solo y Juan, el último disco, lo que aparece es la continuidad de una banda durante treinta años. Y todo ese tiempo si no la destruyó es porque la hermana a un nivel musical, espiritual y humano imposible de definir con palabras.

–¿Reivindica hasta esos primeros tiempos bien ska, cuando los rockeros les salían con los tapones de punta?

–Sí, porque la música simple y despojada me gusta tanto como tocar jazz con tutoriales de standards, y todo lo que está en el medio. De hecho, una de mis bandas preferidas es 2 Minutos. Reivindico los inicios del ska, sí, y de hecho de vez en cuando vuelve como ocurrió con “1985”, un tema de Sr. Flavio y Nueva Ola. Respecto de la reacción rockera, me encantaba. Nosotros nos creíamos lo más cool del mundo, y lo que sentíamos era que ellos no nos entendían.  

–Las vueltas de la vida –viene al caso– lo llevaron a grabar Peso Argento, uno de los mejores discos de la década del noventa, con Iorio. ¿Fue aquella una manera de contrarrestar los preconceptos “pappistas” (por Pappo, no por el Papa)?

–(Risas) Bueno, en los últimos años de su vida la casualidad me llevó a ser muy amigo del Carpo. Toqué muchas veces en vivo con él y con tantos, que una de las cosas que atesoro es que hay mucha gente a la que no le gustan los Cadillacs, pero sí cómo toco el bajo. Eso es lo que más tengo y poseo, además de una familia hermosa. Respecto de Peso Argento, bueno, Ricardo es más hermético y yo todo lo contrario, creo que esa alquimia logró que el disco fuera lo que fue. Pappo también era cerrado, ojo, pero tocamos mucho juntos, y salió. No sé, creo que el músico cerrado divierte mientras no agreda. Me parece hasta cariñoso y entrañable. Ser críptico, incluso, también da una fuerza.

–¿Qué agregaría sobre la experiencia de tocar con Pappo?

–Pappo era un genio. Fue increíble tocar temas como “Insoluble”, que tiene una coda tremenda en el solo de bajo. Y no solo toqué en el disco Pappo & Amigos, sino también en el Rock and Pop Beach que se hizo en la playa Tamarindo de Mar del Plata, mi ciudad, o en lugares del Conurbano. Me llenaba de orgullo que me dijera que le gustaba como yo tocaba el bajo. Eso es invaluable. 

–Contemporáneos a aquellas incursiones están los discos Fabulosos Calavera y La marcha de golazo solitario. ¿Cómo convivían “ambos mundos” por decirlo de alguna manera?

–Bien, porque no tengo conflictos a la hora de asociar lo que puede ser disociado. Para mí eso no existe... puedo gozar de haberle tocado el bajo a Malosetti cuando él pasaba a la guitarra o a la batería, y a la vez con 2 Minutos en el Luna, o con Sotana, el grupo que tengo con mis hijos, en la vinoteca Perrier de Mar del Plata, un tugurio hermosísimo de punk y de rock under. No tengo conflictos con esos mundos... no existe esa pregunta en mí. Me gustan ambos, y por eso Patton o The Clash son como mi norte. Strummer es papá Strummer para mí. Un gurú. Un semidios hereje, blasfemo y hermoso, que derribó prejuicios en la tierra. Además, los prejuicios son opiniones, no verdades. 

–¿Fueron aquellos los dos mejores discos de los Cadillacs?

–No sé si los mejores, pero sí los que abren puertas en nosotros para disparar hacia lugares que nos permitieran hacer lo que queríamos hacer. Más que los mejores, los veo como discos de una experimentación riquísima, de mucha inquietud estética, y de quiebre alocado. El León sí fue un disco clave. Tiene una magia muy grande, y salió en un momento en el cual nadie daba dos mangos por nosotros. En ese sentido, fue el disco que nos fortaleció. Fue un disco de culto. 

–¿Cuál es su veredicto sobre La salvación de solo y Juan, el último?

–Bueno, cumplió con lo que queríamos, que era hacer una historia con un argumento, que se pudiera usar para hacer una obra de teatro o una película, porque hay personajes que viven, sufren, mueren y todo eso está plasmado en la música y en un relato.