Sofía Viola hace poco volvió a vivir a Remedios de Escalada, el barrio de toda su vida. Sin embargo, es muy difícil que se quede quieta durante tiempo en un mismo lugar. No está nunca en su casa, se la pasa viajando. Hoy puede estar en el Conurbano, mañana en México, pasado en Colombia y la semana siguiente en España. Y ahora dice que quiere irse a vivir a Chile. “Tengo curiosidad de conocer el mundo; yo no sabía que mi vida iba a ser así”, confiesa la cantora y compositora de 29 años, una de las artistas más interesantes y completas de su generación. “El conurbano me atraviesa. Ir y venir en el tren Roca, tomarme el 160 a las tres de la mañana para volver al sur. Me cuesta decir que tengo pertenencia, pero siento algo mío de ahí que me lo llevo a todas partes”, dice sobre las historias, “colores y olores conurbanos” que se filtran inevitablemente en las canciones de su nuevo disco, La huella en el cemento, un recorrido, claro, que se proyecta desde Escalada hacia Latinoamérica y el mundo. La presentación será hoy a las 21 en Xirgu Espacio Untref (Chacabuco 875), con la participación del poeta Fernando Noy y la apertura a cargo de Los Bichunos.

El cuarto disco de la cantautora, a diferencia de los anteriores, se caracteriza por un sonido de banda. Las canciones –salvo “Gaspar al mar” y “Ferro conyugue”, que son más “rústicas”– fueron encontrando identidad junto a El Combo Ají: Nicolás Echeverría en batería, Juane Telechea en bajo, Leonardo Zumbo en teclado, Horacio “Pollo” Viola en trompeta y Ezequiel Borra en guitarras, accesorios y, además, a cargo de la producción artística. “No es una banda de ocasión: tiene un color, una impronta, un repertorio que se fue ampliando cada vez más”, dice Viola. No faltan en estas once canciones la versatilidad musical, la fuerza interpretativa y la poética picaresca, que ya son una marca personal.

Si bien el grueso del disco se grabó en los estudios Mawi Road y El Placard, hay algunos registros grabados en una cabaña ecológica de San Marcos Sierra y percusiones tomadas en Colombia. El viaje arranca con la serena “La huella en el cemento”, la balada “Ahorita”, y va creciendo en intensidad con el blues “La noche deja el pañal” y “Suposición del temporal”, una especie de huayno cruzado con dark metal. “Después tiene como un despegue más caribeño, porque está la cumbia rioplatense ‘Pitanga’ y el merengue ‘Vea vea’. El disco también tiene una impronta jazzera y en eso tiene que ver la presencia de mi viejo, el Pollo. La música que consumí desde muy niña era jazz y en mis composiciones siempre se me escapa el ‘trompetismo’ que llevo en mi voz”, cuenta Viola, muy magnética en vivo.

En la tapa del disco hay un hombre con el rostro curtido por las desventuras de la vida. Es Manolo, su tío, que además protagoniza una canción arrabalera con aires funk. “Vivió con nosotros en casa mucho tiempo. Cuando yo era niña, él estaba en la cárcel. Es la oveja negra de la familia, es un atorrante”, dice ella y larga una risotada. “Tiene todo un prontuario de historias. Y yo quería inmortalizarlo, porque siempre se reivindica a los héroes. ¡El es la huella en el cemento! Porque tiene experiencia, calle, ha andado... y también es víctima de un sistema”.

–¿Qué lugar ocupan los viajes en su música?

–Siempre soy muy inquieta y estoy queriendo irme. Es un destino que me autoimpongo: viajar. No quiero vivir acá en un departamento, no quiero vivir en ningún lado. Acá cuesta bastante remar la cuestión cultural. Entonces, siento que tengo que estar en movimiento para poder nutrirme. Y se me van adhiriendo los ritmos de los lugares a los que voy.