La Copa Libertadores es el torneo más popular, deseado y redituable de Sudamérica. Pero también el más violento, amañado y corrupto del continente en sus 58 años de historia. La Conmebol se lanzó a transparentar su imagen en vísperas del gran negocio que tiene cerrado. Una nueva competición en 2019 que se definirá a un solo partido final y 1400 millones de dólares garantizados por los próximos cuatro años. Además proyecta para 2020 la inclusión de clubes de México y Estados Unidos, un objetivo que quedará en manos de su socio estratégico, la consultora IMG & Perform. La entidad que todavía sigue salpicada por el escándalo de las coimas en la FIFA, acaba de dar un golpe de efecto para demostrar que va por el camino correcto. Instó a los cuatro clubes semifinalistas de la Copa (Boca, River, Gremio y Palmeiras) a que firmaran un acuerdo de Fair Play que se presentó con toda la pompa el martes pasado en Asunción. Lo bendijeron el presidente de la Confederación, Alejandro Domínguez, el embajador argentino en Paraguay, Héctor Lostri –un cuestionado funcionario macrista que pasó por el gobierno porteño y Fabricaciones Militares–, y su par brasileño. 

Domínguez hizo público un deseo complicado: “Este es un año histórico, porque será el último con finales de ida y vuelta. Es importante que en estos partidos de semifinales y finales los equipos tengan su brillo y su prestigio potenciados”. Los antecedentes de otras instancias semejantes no son alentadores. Cómo le resultará posible a la Conmebol garantizar el acuerdo que suscribieron los cuatro clubes de “competir en forma limpia; cumplir con las reglas del juego; respetar al contrario, compañeros de equipo, árbitros, jueces de línea, oficiales y espectadores; y por último, rechazar la corrupción, las drogas, el racismo, la violencia, el juego y otros peligros de este deporte”. Sería como suponer que los presidentes Daniel Angelici y Rodolfo D’Onofrio, más sus colegas de Gremio y Palmeiras, tienen las llaves del paraíso terrenal.    

La Copa Libertadores despierta tantas pasiones como histerias. El encuentro que se realizó para moderarlas dejó frases bienintencionadas que a partir de esta semana se verá si alcanzan. Angelici dijo que “esta Conmebol ha hecho cambios que nunca nos hubiéramos imaginado. Es un mérito muy grande de Alejandro. No solo en lo económico, sino en lo moral y lo ético”. D’Onofrio comentó: “Es mucha la pasión que le ponemos a nuestros clubes para que puedan competir, en medio de problemas económicos y sociales de nuestros países”. Todos se felicitaron, desearon buenos augurios por la palabra empeñada y empezaron a frotarse las manos por el premio que espera a los dos clubes que lleguen a la final. Será de 6 millones de dólares para el campeón y 3 millones para el subcampeón. En 2019, a esas sumas se agregarán 2 millones adicionales por finalista, más el 25 por ciento de las entradas vendidas en el partido decisivo. Se decidió jugarlo un sábado y en horario central para la televisión. La sede ya ha sido elegida: el estadio Nacional de Santiago de Chile. Comenzó a copiarse el formato de definición de la Champions League.

Esa final podría trasladarse a Miami en 2020 si la Conmebol avanza en su estrategia comercial de permitir que la Copa integre a los clubes franquicia de México y EE.UU. Serían seis de las dos ligas con el objetivo de captar un mercado fuerte en divisas, sponsors y audiencias y que ganó en competitividad en los últimos años. La Major League Soccer (MLS) es un crisol de futbolistas latinoamericanos y también de figuras europeas en su ocaso deportivo, pero que todavía se las rebuscan en un fútbol de segundo orden como el estadounidense. Los mexicanos tuvieron presencia en la Libertadores hasta 2016. La última vez que cumplieron un papel destacado fue en 2015, cuando River se impuso en la final a Tigres. Sus equipos no desentonaron en general. También salieron subcampeones Cruz Azul, en 2001, y Chivas, en 2010. No es descabellado suponer que la Confederación Sudamericana atará su futuro comercial a la Concacaf, que recibirá el Mundial de 2026 en EE.UU., México y Canadá. La Copa Libertadores es la carta más fuerte que tiene para mostrar.

IMG, la compañía que le garantiza 1400 millones de dólares por derechos de TV a la Conmebol entre 2019 y 2022, como la Copa, no tiene una historia virtuosa. Si bien derrotó en una licitación –la primera desde que Domínguez está en la presidencia– a sus competidoras Infront y MP&Silva, su estrecha relación comercial con los empresarios Hugo y Mariano Jinkis imputados en el FIFA Gate no es un buen antecedente de la transparencia que se pregona. En noviembre de 2014 la filial de la empresa (Perform South América) mantenía como presidente a Hugo Jinkis y como director suplente a su hijo Mariano. La relación incluso venía de antes, desde 2012. Pero todavía no había estallado el escándalo de la FIFA.

Un dato curioso de la presentación que se realizó en Asunción a favor del juego limpio en la Copa lo dio la presencia del embajador argentino Lostri. Ex subsecretario de Planeamiento Urbano porteño durante la gestión de Macri en la ciudad, tuvo una causa por negociaciones incompatibles con la función pública de la que zafó mediante una probation. En su último cargo en el país como interventor de Fabricaciones Militares y antes de partir hacia Paraguay, despidió a 140 empleados. La Conmebol lo invitó a participar junto a su colega brasileño, Carlos Sima Magallanes, tal vez porque le atribuyó al acuerdo entre Boca, River, Gremio y Palmeiras el status de un protocolo diplomático. Una demostración más de cómo el fútbol puede convertirse en una cuestión de Estado. Lostri posó para la foto que selló el encuentro entre Angelici y Domínguez. La Confederación le dedicó un video con los acordes musicales de la Copa Libertadores y él bendijo el momento con palabras ocasión: “El mundo está pendiente de esta llave…”. Si los dos grandes rivales de la Argentina llegaran a la final tal vez se pida una mediación papal.   

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