Carlos no parece muy inteligente. Tal vez su indolencia se deba a cierta afección a la normalidad, o a todas las virtudes de un sistema que lo ha moldeado como un sujeto prototípico.

El universo de Carlos va a comprimirse en un cuadrado blanco, dispositivo ascético para esta ratita de la civilidad que la doctora Edeltraud se propone examinar. Ella también es un ser funcional a una instrumentalidad ausente, absoluta, que los multiplica como a peces muertos. Ella tiene el saber desglosado en una despensa de pruebas que saca de su artillería científica para humillar a Carlos, el hombre siempre vencido que en la interpretación de Luis Machín deviene en histrión alegre, hábil con el público que se ríe de su medianía, de todo lo previsible que desgranan sus respuestas. 

Siempre se trata de hostigar pero en este caso la técnica tiene la fachada de la ciencia. María José Gabín es pulcra en su actuación porque ella no será jamás un personaje. Su doctora Edeltraud pondera esa obediencia kafkiana que simula su poder como una breve licencia que le regalaron sus patrones.

Idiota podría ser una obra de tesis. Su trama dialoga con la prueba que ocupaba un fragmento del film francés I como Ícaro donde ciudadanxs convocadxs por un aviso bien genérico demostraban ser capaces de quemar con descargas eléctricas a sus compañerxs de test. Claro que la mecánica de tortura no tenía efectos reales porque sólo se trataba de actores que simulaban sus contorciones ante el falso contacto con la corriente. La conclusión de esa prueba, que sirvió como sustento científico de la Obediencia Debida, era que cualquier persona sin adoctrinamiento podía, bajo la orden de una institución que le mereciera confianza y que resguardara su culpabilidad, provocar lesiones a un desconocido. 

En la dramaturgia de Jordi Casanovas la intervención de la doctora Edeltraud busca asignarle cuotas desmesuradas de responsabilidad a cualquier frase impulsiva que Carlos pudo haber soltado como acto reflejo. Lejos de pensar al personaje en el marco de un contexto, el accionar de la científica intenta exacerbar los límites morales de su objeto de estudio. Cada estímulo implica una injuria que sólo se soporta en el anhelo de poseer esa valija plateada llena de dólares que le ofrecen al pobre tipo como una zanahoria. Pero no existe en Casanovas complacencia hacia ese ser que encarna Machín. Su idiotez es la traducción política de la voluntad en masa que copia y repite sin comprender jamás la trampa de esa dinámica social. 

La decisión de Daniel Veronese de quitarle carisma al personaje de Gabín para que el fervor del público se lo lleve Carlos, implica la necesidad de encontrar alguna empatía con este tontuelo. Un afecto complaciente que le permite a la platea disfrutar de cierta superioridad en relación al protagonista. Con ese estado instalado casi sin notarlo, surge la urgente voluntad de diferenciarse de tamaño perdedor hasta que la crítica aparece cuando se revela el efecto final de la historia. Porque Idiota es una obra que establece con el público una relación incomoda, como si intentara despabilar su mansedumbre pero lo hace de un modo casi imperceptible, bajo el amparo del rótulo del argentino medio, en el que nadie quiere reconocerse.  

Lo minúsculo del sujeto, la docilidad con la que responde a la manipulación, no deja de advertir la obligación de diseñarlo. El poder precisa adelantarse a sus reacciones y limitar su posibilidad de cuestionar. La estructura dramática exige esa verosimilitud científica pero empuja a sus criaturas a deformar esa rigidez para hacer entrar la tensión, la intriga por descubrir hasta donde podrá llegar Carlos en su idiotez. Esa que la doctora Edeltraud utiliza como una oportunidad para representar su inteligencia. ~

Idiota se presenta de miércoles a domingos a las 20.30 en El Picadero.