David Wapner es un hacedor, un defensor y un multiplicador de la poesía. Así, sin adjetivos, aunque ha editado y trabajado especialmente pensando en “personas niñas”. O en “lectores en situación de infancia”, según los define. Vive en Arad, Israel, desde hace diez años, junto a su esposa Ana Camusso, con quien ha hecho libros tan bellos como el reciente Operita de corazones (ver aparte), también obras multimedia y cortometrajes de animación. Desde allí dirige una colección que se hace en la Argentina: Los Libros del Lagarto Obrero, que tiene la infrecuente de particularidad de poner en acto aquello que suele postularse: que la literatura, y en este caso la poesía, es una sola, y que no tiene sentido compartimentarla en edades posibles de receptores ídem. 

La colección Los Libros del Lagarto Obrero surgió en la joven y premiada Editorial Maravilla, que tiene sede en la pequeña localidad de Villa Ventana, al sur de la provincia de Buenos Aires. Los primeros títulos se han abierto un sorprendente paso dado lo acotado del campo para el género, parados en la idea de “libros de poesía para personas niñas y jóvenes”. Un invento de María Hortensia compila la escasamente rescatada obra poética de María Hortensia Laclau, con ilustraciones de Cris Sóbico. Conversación con el pez, ilustrado por Pablo Pick, es una antología personal del chubutense Juan Carlos Moisés. 

En estos libros,el tal lagarto dice “a viva voz de saurio” que el concepto de “poesía para personas niñas y jóvenes” “no se define por un estilo o forma de utilizar el lenguaje, sino por la voluntad de ofrecer a los chicos los mejores libros de poemas que hayan sido capaces de gestar y empollar los poetas o incubar los editores”. “‘Infantil y juvenil’ son artificios que no responden a lo que es escribir para chicos”, amplía Wapner en la charla con PáginaI12. “Infantil es algo hecho por un niño: poesía infantil seria la que hace un niño. Nosotros escribimos para niños. La poesía para chicos es poesía. Y como tal, no debe diferenciarse en cuanto a carga poética de la poesía ‘para mayores’. El niño anda siempre muy cerca de la poesía, como experiencia. Es su territorio natural”. 

–¿Por qué?

–A los niños les gusta leer, son curiosos del lenguaje, entiendenque el lenguaje en sí tiene vida propia, y es lo que ellos practican: vivir ese lenguaje, darle forma, inventar y experimentar. En eso sí nosotros estamos muy alejados de la experiencia. Tal vez los juegos populares estén más cercanos a la poesía, las antiguas canciones populares, absurdas, sin sentido, están más cercanas a la experiencia del poeta. En cambio, cuando se pensó en escribir “para chicos”, la tendencia fue buscar un lenguaje y temáticas “accesibles a los niños”, tratando de evitar algunas y favorecer otras. Eso hace que haya mucha producción muy producida, orientada, dibujada y moldeada, y siempre con el niño incrustado ahí. Creo que un buen libro para niños incluso podría prescindir de la figura de niños.

–¿Y qué se plantean Los Libros del Lagarto Obrero, en ese sentido?

–La idea fue publicar poesía acercando ambos mundos (supuestamente para chicos y supuestamente para grandes) y crear un cauce común. Tomar poesías que consideramos escritas en este territorio, aun sin que hayan sido pensadas específicamente como tales. Creo que este espacio debe ser el de la poesía sin preconceptos. Sin segundas intenciones, sin prejuicio de quién lo va a leer. Pero teniendo en cuenta que el campo de los libros para chicos, es el campo de la poesía por excelencia. Juan Carlos Moisés nunca imaginó escribir para chicos, sin embargo yo he experimentado mucho con su poesía en escuelas, ¡y a los chicos les encanta!

–¿Así pensaron Un invento de María Hotensia, rescatando a Laclau?

–Tengo incorporada su poesía desde hace muchos años. Ella quedó un poco asociada a editoriales como Plus Ultra, inclusive mucha gente relaciona su poesía con la dictadura, y no tiene nada que ver. María Hortensia Laclau fue quien prologó la primera edición de La torre de cubos, del 74, una poesía muy jugada y muy profética. Era una mujer de ideas de izquierda, pero en un envase profesoral; también eso confundía. Varias generaciones estudiaron en el secundario con los libros de Lengua y Literatura de Laclau-Rosetti, pero ella escribió mucha poesía para chicos. Además, rescato que eran libros-libros: con muchos poemas, libros de verdad, no “como si”. Con mucho desarrollo, estructura, libros conceptuales. 

–¿Por qué lo marca?

–Es algo que se fue perdiendo con la nueva literatura para chicos que surgió con la aparición de la democracia; desde entonces, el libro se fue acortando peligrosamente. Tanto El Quirquincho como Coliuhue presentaron un formato novedoso, con mucho peso del diseño gráfico, el trabajo de avanzada del Negro Díaz, la colección Pajarito Remendado... Pero eran libros cortos, tenían esa condición.

–Sin embargo, esa apertura y ese momento es lo que permite a la literatura entrar a la escuela...

–Puede ser, eso por un lado fue positivo porque abrió un campo que estaba como encorsetado, pero por otro lado fue en detrimento de la poesía. Surgió una tendencia a condensar, que fue capitalizada por el libro álbum. Explotó con la irrupción de Libros del Eclipse y Pequeño Editor, que fueron los que se lanzaron de lleno al concepto de libro álbum. El texto se reduce, se busca un camino visual. Salieron libros importantes y yo publiqué varios libros en ese formato, como Los piojemas del piojo Peddy, pero me las ingenié para que incluyera muchos poemas. Pero, por lo general, la poesía reapareció en el libro álbum, constreñida a un poema extendido, desglosado. Con Calibroscopio hubo un regreso al libro de poemas y después apareció la primera editorial dedicada exclusivamente a poesía para chicos, Mágicas Naranjas, que empezó con un formato de único poema y ahora publica libros con una serie de poemas. El Lagarto Obrero es una colección de libros grandes, de mucha poesía. Queremos libros que duren mucho y que una vez que se terminen dejen muchas cosas en el tintero, cosas que queden...