PáginaI12 En Brasil

Desde Porto Alegre

El país más grande y poblado de América latina define hoy su futuro bajo las condiciones políticas que impuso su bloque de poder dominante: las fuerzas armadas, el establishment económico y el poder judicial. Con Lula vetado por el Tribunal Superior Electoral y condenado por el juez Sergio Moro, el candidato del PT a la presidencia, Fernando Haddad, aspira a remontar la ventaja que las encuestas le otorgan al militar Jair Bolsonaro del PSL. Son 147.306.275 ciudadanos los que están en condiciones de votar, con prevalencia de las mujeres sobre los hombres. Un 52,5 y 47,5 por ciento. La segunda vuelta también pone en juego trece gobernaciones y el distrito federal de Brasilia pero en un marco de atomización partidaria que no se compadece con la polarización que provoca la elección presidencial, ya reflejada en el primer turno. Nunca antes desde 1985 –cuando João Baptista Figueiredo se convirtió en el último general del régimen militar–, se había instalado con la misma fuerza que ahora la dicotomía entre democracia y dictadura. Lo corrobora una investigación de la encuestadora Datafolha divulgada el 19 de octubre pasado: el 50 por ciento de la población está convencida de que Brasil se encamina a una nueva forma de dictadura.

En la primera vuelta el candidato racista y misógino que apoyan ampliamente las capas medias y las iglesias evangélicas con su insoslayable penetración en todos los sectores sociales, alcanzó un inesperado 46,5 por ciento que no reflejaba ninguna encuesta. Haddad apenas superó el 29%. Hoy según los últimos muestreos electorales, la diferencia que le saca Bolsonaro al presidenciable del PT va desde los doce a los ocho puntos porcentuales, con una tendencia al declive para el capitán ultramontano. Incluso una de la consultora Vox Populi –vinculada a la Central Unica de Trabajadores (CUT)– de ayer por la tarde, los ubica en un empate técnico. 

La espontánea campaña Vira Voto intenta concretar hasta las horas previas de la votación más que una remontada. Va por torcer a través de las redes sociales la decisión de los potenciales electores del militar. Es la contracara de las fake news con que el bolsonarismo inundó de mensajes a los usuarios de whatsapp y otras aplicaciones en una acción coordinada. Una de ellas le atribuía a Haddad haber arrojado una biblia a la basura mientras hacía campaña en el nordeste. La investigación de la periodista Patricia Campos Mello, del diario Folha de Sao Paulo, desarticuló esa arma tramposa de seducción electoral. Hoy vive amenazada. Es una entre los 141 colegas que recibieron agresiones o intimidaciones y que derivó en una denuncia de la Federación Nacional de Periodistas (Fenaj) ante observadores de la OEA, como informó aquí Darío Pignotti. 

Bolsonaro cerró su campaña ante periodistas evangélicos sentados a una larga mesa. Entre otras frases que dejó, explicó que no debía arrepentirse de nada agraviante que hubiera dicho antes. Haddad recorrió ciudades del nordeste, el bastión electoral del PT. No hubo un solo debate pautado entre ambos, como señala la ley electoral. El candidato neofascista ya había esquivado el trámite antes de la primera vuelta, bajo el argumento de la prescripción médica por la cuchillada que recibió el 6 de septiembre. Prefirió darle una entrevista a la cadena evangélica Record en aquel momento, de su aliado el pastor Edir Macedo. El mismo que acompañó al PT durante el gobierno de Lula y cuya iglesia pasó de distribuir la Bolsa Familia a los más pobres a promocionar desde su estructura las fake news de Bolsonaro.

La dialéctica fascistoide del militar que caló hondo en la feligresía de Macedo y su Iglesia Universal del Reino de Dios no explica por sí sola su indetenible ascenso electoral. El derrumbe de dos partidos históricos y territoriales como el PMDB del actual presidente Michael Temer y el PSDB del ex mandatario Fernando Henrique Cardoso y Aécio Neves, provocó que aumentarán las adhesiones al militar sobre esa clientela electoral. Acaso y no tanto por frases como “Brasil no puede seguir flirteando con el comunismo” y sí por su proximidad con el ideario neoliberal en lo económico. La mención de Paulo Guedes –un Chicago boy–, como su futuro ministro de Hacienda lo confirma. Nada nuevo bajo el sol si se busca en la matriz en que se apoyaron las dictaduras cívico militares de América Latina.

La regresión democrática que representa Bolsonaro se nutre de la base territorial donde defeccionaron el PMDB y el PSDB. En cuatro de los cinco principales estados del país (San Pablo, Minas Gerais, Río de Janeiro y Río Grande do Sul) el candidato del PSL (Partido Social Liberal) arrasa en los sondeos. El quinto es Bahía, donde el PT lo supera. Ahí ganó sin ballottage el candidato a gobernador petista Rui Costa con el 75,5 por ciento de los votos. Entre los cinco estados concentran el 55% del electorado brasileño. De los veintiséis que componen su estructura política, más el distrito federal de Brasilia, trece definieron sus gobernaciones en el primer turno. Irán al ballottage San Pablo, Minas y Río, los más poblados que en ningún caso tienen a un candidato oficial del PT o el PSL. Aunque entre ellos –todos de derecha– hubo quienes llamaron a votar por el militar en la presidencial. El partido de Bolsonaro sí competirá con sus propios aspirantes a gobernadores –todos militares retirados– en Roraima, Rondonia y Santa Catarina. 

El 1º de enero Brasil tendrá a su nuevo presidente instalado en el Palacio del Planalto. Si se confirmaran las proyecciones electorales, el emergente sudamericano de una ola de candidatos neofascistas que se desparrama por el mundo, influirá de modo notable en todo el continente. No serían solo 208 millones de brasileños los afectados.

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