Claudio Gabis y Jonnhy Tedesco, Jonnhy Tedesco y Claudio Gabis. No, no hay errores de ortografía ni de tipeo, ni delirium tremens. Hay empiria pura, natural. Ambos, intrépidos, desprejuiciados, darán un show conjunto bajo el nombre de “Orígenes del rock and roll y del blues en la Argentina”, y a ninguno le tiembla el pulso a la hora de legitimarlo. “La idea fue nuestra, nadie lo sugirió”, arranca Tedesco. “La razón es básicamente afectiva, pero también musical. De hecho, yo grabé un simple con Claudio en la primera guitarra (“Gata de la piel oscura”), y me parece una idea seductora y natural que ambos hagamos un recital juntos”, anuncia él, a horas de concretar la juntada hoy a las 20 en Sirhan (Gorriti 5568). Gabis no se queda atrás, claro: “Es posible que representemos dos estéticas diferentes, pero en definitiva ambas son parte de un mismo proceso, que incluso tiene un origen común”, asegura el exguitarrista de Manal.  

Planteada así la cuestión, la distancia no parece abismal. Sobre todo si se la aborda desde un lugar más histórico que historiográfico, porque en esta dimensión –la historiografía del rock argentino– es en donde se origina la grieta entre ambas tradiciones. Dicho mejor, es entre ciertos músicos, el público y los pensadores de la cultura rock donde aparece la sensación de rareza o extravagancia de una juntada así. “Lo que pasa es que está el rock and roll auténtico que encarna Jonnhy, y el movimiento de rock que vino después, que fue el que incorporó otras músicas más un pensamiento de cambiar el mundo y esas cosas, pero esto debería verse más como continuidad que como ruptura”, se planta Gabis. “Y a nosotros dos nos tocó ser el inicio de ambas cosas”, engancha Tedesco. “Por eso me seduce que podamos tocar juntos, porque se trata de juntar gente que habitualmente no se junta. No queremos hacer docencia ni nada que se le parezca; lo único que queremos mostrar es que nos une la música, más allá de los prejuicios”. 

–Igual, están metiendo el dedo en la llaga. ¿Son conscientes de eso?

Claudio Gabis: –(Risas.) Hay un deseo de conseguir algo que en la Argentina es un fenómeno destructivo, que es la idea “revolucionaria” que implica que lo “nuevo” tenga que destruir lo “viejo”. Creo que unir las cosas y mostrar que no existen antagonismos. No hay nada raro en que dos músicos amigos, que se conocen hace cincuenta años, se junten para hacer algo. Esto sucede en todo el mundo, sin problemas.

–Aquí no. Ni siquiera se encuentra consenso a la hora de detectar en qué momento ocurrió el comienzo del antagonismo. Algunos hablan de Los Gatos Salvajes, otros de Los Gatos, otros de Los Beatniksy otros de Sandro y los de Fuego...

Johnny Tedesco: –Tiene que ver con el ángulo desde el que cada uno lo aborde, sí.

C. G.: –Pero la gente debería saber al menos que el principal padrino del movimiento de rock, antes que aparecieran Pedro Pujó, Jorge Álvarez y Mandioca fue Roberto Sánchez… ¡Sandro, loco! 

El show conjunto está pensado de manera clásica: un set a cargo de Tedesco, otro de Gabis, y un final zapadito entre los dos. Entre las tres instancias, resolverán clásicos como “Rock del tom-tom”, aquel que deliró a las jóvenes de principios de los ‘60; “Gata de la piel oscura”, “Jugo de Tomate”, “No pibe” y “Blues de un domingo lluvioso”, y más, bajo el sostén de una banda común formada por Pablo Marchetti en batería, Pablo Castagneris en bajo y Pehuén Innocenti en teclados, más Abel Tedesco (hijo de Jonnhy), que tocará guitarra en el set de su padre. “Hay un montón de elementos comunes entre ambos y por eso vimos que no era necesario tener dos bandas. Esto lo notamos hace poco, tanto como cuando él me invitó a tocar en Lucille, como cuando yo hice lo mismo en Mr Jones. No hay nada que explicar, porque la idea de ambos es divertirnos y además articular una narrativa musical para el futuro. No sé, Caetano Veloso-Luciano Pavarotti es más complicado de explicar, ¿no?”, se ríe el ex Manal. “Nosotros manejamos un material que tiene más en común de lo que parece. Los dos somos porteños, los dos tenemos influencias de la música afroamericana, los dos podemos transmitir un mensaje interesante para la gente, porque en este país hay que explicar las cosas”, insiste Gabis. “Sí, se súper intelectualizó todo al pedo”, arremete Tedesco, que ha perseguido la senda del rockabilly y el country rock hasta hoy.

–Entonces no hay tanta intrepidez como parece en la juntada.

C. G.: –Creo que no. Me gusta que nos digan intrépidos, pero no es tan así. Lo que prima es el deseo de hacer música juntos y divertirnos. Esto tiene que ver con el placer, con lo didáctico.

J. T.: –Y con el amor por el rock, que es el leit motiv total de esto. Además, los músicos nos conocemos entre todos. 

 –¿Otra misión de la juntada podría ser la de derribar mitos fundacionales del rock argentino?

C. G.: –Totalmente. 

–¿Cuáles, por ejemplo?

C. G.: –Y, siempre se dice de nosotros que nos llamábamos Ricota antes de llamarnos Manal... ¡Ricota! (risas). Eso que Marta Minujín se atribuye a sí misma, pero yo creo que viene de Alejandro Peralta. No sé, la cosa es que nos comparaban con Cream y se inventó toda una bola que no tiene nada que ver con la realidad. Eso es un mito total. ¡Detestábamos ese nombre, por Dios!

–Un mito que, si se quiere, asume un carácter solemne, dado que ese rock (el que arranca con Manal, Almendra y Los Gatos) necesita de un aura mítica, “seria”, que no requiere el de la era de Tedesco. ¿Acuerdan?

J. T.: –Sí. Igual, me gustaría dejar en claro algo que tiene que ver con los mitos de mi época. A mí se me asocia mucho con El Club del Clan, como que nací ahí, cuando dos años antes, en 1961, ya era disco de oro con “Rock del Tom Tom”, que vendió 460 mil discos en ocho semanas, y es considerado el primer rock and roll de autor en el país. 

C. G.: –Por qué creen que estoy acá (risas)...

J. T.: –A lo que voy es que mucha gente me encapsula con El Club del Clan, el suéter, los 70 puntos de rating, cuando yo venía desde antes. El problema es cómo sacarle de la cabeza a la gente esas cosas que están tan metidas, como lo de Ricota en el caso de Manal.

–Igual, convengamos que había que inventar una mística. Toda cultura se constituye desde la funcionalidad del mito.

C. G.: –Sí, claro, es necesaria esa mística. Pero eso no implica negar que el ídolo de Bob Dylan era Elvis Presley. La verdad es la verdad, también.

J. T.: –Veo esa mística que se inventa como un pico para consolidar una tendencia y no está mal. Lo que sí lo está es deslegitimar a lo anterior. 

–Lo que pasa es que gravitó mucho tener que presentar al movimiento de rock argentino, o la cultura rock, como una contracultura. Y una contracultura necesita atacar una cultura para legitimarse. En ese sentido, uno de los blancos fue El Club del Clan, por ejemplo. O lo convencional. Y Tedesco quedó de ese lado de la trinchera.

J. T.: –Pero hay que ir al fino porque, sí, es cierto, yo fui parte del Clan durante 1963. Pero dos años antes, y con solo 16, ya había grabado rock and roll. Lo del Clan fue para joder en televisión. Es más, el único rockero ahí era yo.

C. G.: –El Club del Clan, que a mí no me gustaba, quiero aclarar, tenía dos tipos que sí aguantaba: uno era Jonnhy, por supuesto, y el otro Nicky Jones. A los demás no los soportaba. Igual, no hay que darle muchas vueltas a eso. Cuando se hace rock and roll no hay mucho que explicar.

J. T.: –Yo no me imagino a Chuck Berry y Keith Richards teniendo que dar explicaciones por tocar juntos. No hay que explicar nada.

C. G.: –De hecho, tenemos pensado seguir con el fin de armar una narrativa que explique el origen. Javier Martínez, por ejemplo, no era un hippie, era un beat, un rockero. Alejandro Medina venía del beat. Y yo era como el modernito que tenía los discos de blues, que no habían escuchado ni Javier ni Alejandro. Entonces, en los últimos shows me dedico a contarle cosas a la gente. Me gusta. Por ejemplo, agarro “Informe de un día”, de Manal, y me mando: casa de Pipo Lernoud, Barrio Norte, habitación full time para Javier y la negra Blanca cuando querían pernoctar.

–¿Ahí nació “Informe de un día”?

C. G.: –Claro. Esa habitación daba a un patio interno de un edificio de doce, catorce pisos, desde la que a las seis, siete de la mañana, empezaban a iluminarse las ventanas de los baños, de las cocinas, de los dormitorios, y Javier veía eso mientras él movía los dedos de los pies, y Blanca preparaba café, o le hacía alguna otra cosa que, igual, le permitía a Javier seguir mirando por la ventana. Lo que veía él era cómo esos tipos iniciaban su rutina diaria mientras él aún no se había dormido.

–¿Y a usted, Tedesco, qué le gusta explicar? 

J. T.: –No me gusta hablar en los recitales, porque si no me cuelgo y me paso. Pero a veces es inevitable. ¿De qué hablo? Bueno, del momento del quiebre, que fue el que me tocó vivir a mí. Javier Martínez suele decirme que yo soy como el despertador, como el tipo que tocó el timbre y nos despertó a todos (risas). ¿Por qué me lo dice? Porque él fue testigo de que en una época que venía todo muy prolijito, muy estandarizado, aparecía un loco como yo, que se colgaba una guitarra y se descontrolaba. Muchos me tenían como el diablo, me puteaban en cincuenta colores, porque estaba moviendo el avispero.

–¿En qué sentido?

J. T.: –En que proliferaba la sospecha de que si este pibito de 16 años vendía, las compañías iban a cambiar de artistas. Se vivían cosas muy locas... Llegó a existir un momento en que las madres de los colegios de niñas empezaron a pujar para que me prohíban en TV, porque era un mal ejemplo para sus hijas. El problema era que a las pibas no las podían parar... He llegado a tener guardias personales, una cosa tremenda. En ese contexto aparecieron los Pick Ups de Horacio Ascheri, también, y lo estándard, lo prolijo, se fue al carajo con nosotros.

C. G.: –Ojo que Tedesco está hablando de un momento en que la juventud no existía como público, ¿eh?

–La categoría juventud, quiere decir, como sujeto de consumo.

C. G.: –Claro, la inventaron Los Beatles. Ahí la juventud empezó a despuntar con el rock and roll y se consolidó después de los Beatles. Por eso, todas las grabaciones del momento te muestran al público, no al tipo que está tocando. Se inventó ese espacio de consumo. Fue la época de Rebelde sin causa, loco. Y Jonnhy ya estaba ahí.