Esta semana mi sobrina colombiana salió de su oficina en Palermo y en la puerta de calle se cruzó con una señora mayor que paseaba su perro, que justo había depositado una caca en la vereda. Mi sobrina, de muy buenos modales, le pidió “por favor, levántela”. La mujer le respondió: “Venezolana de mierda. ¿Por qué no te volvés a tu país?”.

Seguramente no me hubiera pasado lo mismo a mí, con mi acento norteamericano y la tez más blanca (también hay que decir que las señoras chetas de esta ciudad tiendan a atacar a las mujeres con más virulencia).

Podría decir lo mismo si la policía me hubiera agarrado en la ultima manifestación cuando detuvo a los cuatro extranjeros. Simplemente por mostrar mi pasaporte norteamericano (y no mi credencial de periodista) me hubieran dejado ir al instante, y probablemente me hubieran pedido perdón.

Sé que para muchos argentinos ser del primer mundo tiene sus privilegios. Si voy a un pub en la City y grito a todo pulmón “Argentina es un país de mierda”, alguien probablemente me invitaría una ronda de cerveza. Si un sudamericano hiciera lo mismo empezaría una batalla campal.

Cuando en una charla casual alguien me pregunta “¿de dónde sos?” y le respondo de Nueva York invariablemente me contestan: “¡Ay, qué lindo!”. Y muchas veces me repreguntan: “¿Y cómo caíste acá?”, en el mismo tono en que podrían preguntar: “¿Como caíste en la escuela pública?”. Porque para ellos haber venido de Estados Unidos a Argentina implica un descenso.  

Veo que se habla de xenofobia, pero eso no es una descripción correcta. En la Argentina de hoy lo que existe es aporofobia, el miedo a los pobres, o un racismo. 

Ahora los detenidos –dos venezolanos, un turco y un paraguayo– enfrentan la posibilidad de ser extraditados, aunque los cargos en contra de ellos no fueran confirmados. Hasta el presidente Macri quiere replantear la política migratoria usando como excusa la detención de los cuatro extranjeros.

Ese cuarteto me parece más víctimas que victimarios, no obstante la cobertura en los medios grandes y amarillos del país. La policía actuaba como siempre, esquivando encarar a los encapuchados y los violentos para reprimir gente pasiva a una gran distancia del Congreso.

Se puede decir que esto no pasa solo en Argentina mientras Donald Trump agrupa miles de tropas en la frontera con México con la excusa de proteger la población contra posibles ataques de la caravana de pobres centroamericanos que marchan a pie a mil cuatrocientos kilómetros de dicha frontera. En la misma línea están otros líderes en Europa, o algunos de los dichos de Jair Bolsonaro.

Lo que sí se puede decir es que esas fuerzas extranjeras del mal envalentonaron a Macri y su gobierno a usar la carta aporofóbica en un momento en donde el país esta cayendo en una depresión económica totalmente por culpa de su administración. Si Argentina sigue con las mismas recetas económicas no va a tener que preocuparse de la ola de inmigrantes, van a tener que tratar de revertir la éxodo de su propia población. En zonas fronterizas del norte del país hay miles de argentinos cruzando para trabajar en tierras bolivianas. Y los amigos que viven en Argentina y  provienen de países limítrofes ya están armando sus planes de escape.

Quizás en unos años los únicos que van a quedarse son las señoras chetas de Barrio Norte y Palermo que no tendrían que preocuparse de limpiar los excrementos de sus perros en sus calles. Puede tener mucha caca en cada calle y nadie para llamar “venezolana de mierda”.