Carlos Núñez es uno de los más encantadores emisarios de la cultura gallega y celta en el mundo. Desde hace más de dos décadas, cuando asomó con su primer disco A Irmandade das Estrelas, el gaitero vigués asume su trabajo con el peso de una misión, siempre convencido de que una cultura no termina de definirse sino en el diálogo con las demás. La identidad, entonces, se convierte para el músico en una propuesta de viaje, de intercambio. Hoy a las 21, en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125) Núñez, ofrecerá un concierto en el que celebrará lo propio junto a su hermano Xurxo en las percusiones, Pancho Álvarez en guitarra y el violinista y bailarín canadiense Jon Pilatzke –integrante de The Chieftains–; también la Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías de la Untref. “Vamos a dialogar con los instrumentos de esta tan particular orquesta argentina y mostraremos instrumentos medievales del Pórtico de la Gloria, de la Catedral de Santiago, desde el organistrum hasta la fídula, además de gaitas y sanfonas. En fin, vamos a usar la música como una máquina de tiempo”, dice Núñez. Tendrá más presentaciones: el jueves 8, como invitado de Gustavo Santaolalla en el Festival Jujuy Corazón Andino, y el domingo 11, junto a la Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías de la Untref en la presentación del Festival Internacional de Música de Bariloche.

“Siempre me suceden buenas cosas en la Argentina”, continua Núñez y enseguida recuerda la primera vez que vino a Buenos Aires, en 1996, cuando tenía 24 años y comenzaba a salir de España con su música. “Al primero que conocí fue a León Gieco, que después de mi primer concierto me llevó a casa de Mercedes Sosa, que nos esperaba junto a los Inti Illimani. ¡Aquello fue como asistir a una cumbre de caciques de la música latinoamericana! Charlamos, cantamos y a eso de las cinco de la mañana, Mercedes nos hizo escuchar su nuevo disco. Fue inolvidable”, cuenta el gallego. “Fue aquella vez que entendí el orgullo de los músicos de aquí, el sentido de pertenencia. Eso es algo que en España no se ve. Es que allá estamos muy despistados. Toda Europa está muy despistada, está triste. Nos hemos convertido en un centro comercial. La gente no siente orgullo por sus tradiciones. Salvo la cocina, eso sí: del propio jamón conocen todo, pero de la propia música... poco y nada”, grafica el músico. Y advierte sobra la modernidad mal entendida: “España eligió lo cómodo. Y para muchos, ser modernos es olvidarse del pasado”.

Locuaz y convencido, Núñez continua la charla. Habla de su música, de la cultura celta como una moda europea que a lo largo de los siglos se balancea entre apogeos y perigeos. Y también habla de La hermandad de los celtas, un libro recién publicado en el que vuelca vivencias e investigaciones sobre esa cultura. “Algo que me quedó claro, después de trabajar en el libro junto con historiadores, lingüistas y antropólogos, es que España es el encuentro de dos energías: la del Mediterráneo y la del Atlántico. Existe una especia de diagonal que va desde la Andalucía Atlántica hasta los Pirineos y que divide esas dos energías. Hacia el Mediterráneo es el reino de la guitarra; de la diagonal para arriba es el territorio de la gaita y sus amigos. La España celta es la cara oculta de la Luna”, define el músico. “En el medio está Madrid, que desde su modernidad mal entendida abandonó su norte. Las consecuencias las vivimos en quienes no nos vemos reflejados con eso que muestra Madrid”, concluye.

Núñez asegura que a partir de las investigaciones que dieron forma a su libro cambió definitivamente su manera de hacer música. “Fueron tres años de trabajo, consultas, investigaciones, en los que reconstruimos una historia fundamentalmente oral, sobre la que había mucho misterio, mucha leyenda y poca sensación científica. Conocíamos la música celta como género, pero sólo teníamos algunas intuiciones para entender de dónde venía. La cultura celta es una cultura del Atlántico y está fundada en un sistema de intercambios que la llevó hasta las islas del norte, en un proceso fundado principalmente en la oralidad extendida en el tiempo”, explica el músico. “Hay una música contemporánea, pero también una historia y el deseo de conectar con el pasado. En el concierto vamos a tocar música celta como la entendía Beethoven y su época, como se la entendía en la época del barroco, en el Renacimiento con los cancioneros renacentistas o antes, con las cantigas medievales”, anticipa.

Desde ese lugar, el gaitero ha sabido entablar diálogos fructíferos con músicos de las más distintas latitudes. Andalusís de Marruecos, gitanos de Rumania, sambistas de Brasil, chamameceros de la Argentina y rockeros del mundo, entre muchos otros, han conversado con el gallego y la tradición que encarna. “Esa es la magia de la música. Quién me iba a decir que habiendo nacido en Galicia me encontraría tocando mi música celta primero con los galeses, los escoceses, los bretones. Que después mis amigos irlandeses de The Chieftains me llevarían de gira por Estados Unidos y que de pronto me encontraría tocando con rockeros norteamericanos que ni conocía. Con un tal Alice Cooper, The Who, Bob Dylan, Sidney O’Connor, Ry Cooder, Jackson Browne. Y con Chango Spasiuk, Gustavo Santaolla y León Gieco, que siempre me dice que tengo que hacer mi propio De Ushuaia a La Quiaca para rastrear las músicas celtas escondidas en Latinoamérica”, asegura Núñez. 

“Lo que siempre hubo en estos encuentros fue respeto por las músicas tradicionales. No colonización, sino diálogo. Con The Chieftains aprendí a trabajar con los maestros de cada tradición musical y siempre hacer el esfuerzo por conectar. Eso es algo propio de la música celta. Allá donde vas, buscas los puntos en común con el otro. No hay que olvidar que es una música de viajeros”, define el músico y concluye: “Nadie puede crear desde cero y en la música celta es muy fuerte la idea de que la tradición es de todos. Ryûichi Sakamoto me decía que por muy grande que sea el genio creador de un individuo, nunca estará a la altura de toda una comunidad creando durante miles de años. Por eso las música tradicionales son tan profundas, porque renovándose continuamente para sobrevivir, se fueron perfeccionando en el tiempo”.