En 1905, el dramaturgo, escritor y sacerdote bautista Thomas Dixon publicó The Clansman, segunda entrega de una trilogía de obras dedicadas al período de la Reconstrucción post Guerra Civil estadounidense. El subtítulo explica a la perfección los tiempos retratados en la novela y su visión de los hechos: “un romance histórico del Ku Klux Klan”. En uno de los párrafos más inflamados del texto, el riguroso análisis bajo el microscopio de las pupilas del cadáver de una mujer blanca revela, congelada en los ojos de la víctima, “la figura bestial de un negro, su enorme mano negra claramente definida, la parte alta del rostro aparece algo atenuada –como si estuviera oscurecida por la niebla gris del amanecer–, pero las masivas mandíbulas y gruesos labios están claros”. El temor a la violación de las mujeres blancas de clase acomodada por los recientemente liberados ex esclavos negros late en el corazón del racismo de los Estados Unidos. Diez años después de la publicación del volumen, el gran director de cine David Wark Griffith tomaría esas páginas y otras escritas por el mismo autor para llevar a la pantalla una de las obras fundacionales del cine estadounidense, titulada originalmente –como su fuente literaria– The Clansman, “El hombre del Clan”. Sería el propio Dixon, extasiado ante la visión de las imágenes en movimiento registradas por el cineasta, quien le recomendaría un nombre más ambicioso. Nacía El nacimiento de una nación, piedra angular del séptimo arte y relato romántico sobre un grupo de hombres blancos dispuestos a todo con tal de defenderse de la “amenaza del Sur negro”. El nuevo largometraje de Spike Lee le dedica una extensa secuencia al célebre film de 1915 (o tristemente célebre, según el énfasis esté puesto en la forma o en el fondo), estrenado originalmente en momentos en los cuales el KKK resurgía de un olvido de varias décadas, enfrascado en ese entonces en combatir no sólo la amenaza de las nuevas libertades obtenidas por los negroes sino también la peligrosa llegada de miles y miles de inmigrantes europeos de “poca alcurnia” a la tierra de los libres. Pero antes de esa escena paródica, milimétricamente planeada para la burla, la risa y la reflexión, El infiltrado del KKKlan –que se lanza comercialmente en la Argentina dentro de diez días, luego de pasar por la competencia oficial del Festival de Cannes, donde obtuvo el Gran Premio del Jurado– inicia su relato basado en hechos reales con uno de los planos más reconocibles de otra celebérrima película.

Scarlett O’Hara camina entre un puñado de soldados de la Confederación, heridos o muertos, mientras la imagen comienza a ampliarse y a elevarse lentamente, revelando decenas, cientos de cuerpos ubicados en las más diversas posiciones, junto a las vías del tren. Cuando la grúa que sostiene la inmensa cámara Technicolor finalmente se detiene, una bandera confederada tajeada y algo descolorida flamea con el poco orgullo que le queda. La causa está perdida. “Soy un cinéfilo. Muchas de mis películas han tratado el tema de cómo el cine estadounidense ha degradado y deshumanizado a la gente. No sólo a la gente negra: puede decirse lo mismo sobre las mujeres, los aborígenes, los gays. De manera que, al tocar el tema del Klan, era muy natural utilizar El nacimiento de una nación de D. W. Griffith y Lo que el viento se llevó, como ejemplos de films que son considerados entre los mejores de la historia”. Lee habló acerca de su reluciente joint durante la conferencia de prensa en Cannes, donde fue recibida como su mejor creación en años. La película cruza sin vergüenza ni miedo al ridículo los territorios del cine de denuncia, el drama basado en hechos reales, la comedia costumbrista, el buddy film y el ensayo histórico. A veces todo eso junto, en una misma secuencia. Dependiendo de la mirada, BlackKlansman –su título original–, podrá pecar de ciertos excesos declamatorios en su vivisección del racismo en los Estados Unidos, pero algo es cierto: se trata de una creación vital, tanto a nivel narrativo como político. La excusa es plasmar en pantalla, con todas las libertades del mundo, un período particular en la vida de un tal Ron Stallworth, detective negro de la policía de Colorado Springs que, a fines de la década del 70, logró infiltrarse entre las filas del Ku Klux Klan local, llegando a entablar contacto con David Duke, ex Gran Mago de la Organización. ¿Cómo lo hizo? Manteniendo su identidad oculta durante los llamados telefónicos a los líderes del grupo y enviando a otro agente –desde luego, blanco–, encargado de adoptar su identidad durante las visitas a las reuniones secretas. Lee reconstruye esa historia y la traslada algunos años antes, en pleno apogeo del black power, luego del asesinato de Martin Luther King y con el Partido Pantera Negra en los inicios de su gradual decadencia, administrando el sentido de la comicidad –algo lógico, dado el ilógico punto de partida de la historia–, sin perder nunca de vista la mirada sobre el racismo en los Estados Unidos de entonces. Y en el de hoy en día. Quizás el gran tema que atraviesa de punta a punta la filmografía del director de Haz lo correcto, Fiebre de amor y locura y Malcolm X.

EL HIJO DE DENZEL Y LAURA HARRIER: INFILTRADO Y MILITANTE

Los infiltrados

El afro del actor John David Washington (hijo de Denzel Washington y uno de los protagonistas de la serie Ballers) como Ron Stallworth es de manual. O de antología. ¿Es un negro que perdió el alma, como se preguntaba B. B. King en la película Amazon Women on the Moon? Lo cierto es que, más allá de su topografía de soul brother a la enésima potencia, Ron siempre quiso ser policía y hacia allí se dirige, a la guarida de los pigs, dispuesto a ingresar a la Fuerza. Si es necesario a la fuerza. El interrogatorio es profundo e hilarante. ¿Se considera un mujeriego? ¿Bebe regularmente, ha consumido drogas? ¿Suele tener problemas con la gente? ¿Cómo reaccionaría si otro policía lo llamara “negro de mierda”? De allí a la cueva de los archivos, siempre listo para atender los pedidos de sus compañeros, sobre todo los de un típico wasp y racista de salón. Hasta que la oportunidad, si es que desea aceptar la misión, llega de la mano de una visita a la ciudad de Stokely Carmichael, el activista y orador pro-derechos civiles –un “negro radicalizado”, en palabras del jefe– cuya inflamada exposición deberá infiltrar esa misma noche, micrófono oculto en pecho. En los preparativos conoce a Flip Zimmerman, agente de origen judío aunque ateo (“Ni siquiera tuve bar mitzva”), que eventualmente se transformará en el Ron Stallworth blanco, la versión física de esa voz del otro lado del teléfono que parece desear, como ninguna otra cosa en el mundo, formar parte de la gloriosa Organización, el KKK. Como Flip/White Ron, vuelve a brillar Adam Driver, actor que suele hacer del bajo perfil una de las características más notorias de sus personajes. Y que, como ya había demostrado en títulos recientes como La estafa de los Logan y los Meyerowitz: la familia no se elige (historias nuevas y selectas), puede jugar el juego del comediante sin esfuerzo aparente. Poco antes del inicio de la acción, un Alec Baldwin grotescamente racista recita en un falso documental creado para la ocasión las teorías conspirativas más disparatadas, señalando las “tácticas de los negros insidiosos bajo el tutelaje de judíos acomodados y chupa-sangre”. El combo completo, que, a juzgar por diversos acontecimientos recientes, deja de resultar un disparate para encabezar la lista de trágicas formas de pensamiento contemporáneas.

En ese sentido, El infiltrado del KKKlan se ve a sí misma como una película urgente. No casualmente, las imágenes documentales del final conjuran la memoria visual reciente de las marchas de grupos neonazis en diversos lugares de los Estados Unidos, coronadas por la locura asesina del conductor del automóvil que terminó atropellando a los manifestantes de una marcha en Charlottesville, hace poco más de un año, dejando un saldo de una mujer muerta y tres decenas de heridos. En sus mejores exponentes, el cine de Lee nunca dejó de mirar la realidad a la cara. “Lo que quisimos hacer junto a mi coguionista Kevin Willmott no era una lección de historia”, declaró Lee en una jugosa entrevista al diario británico The Guardian. “Queríamos que la audiencia se conectara con el mundo en el cual viven hoy en día. Pensamos que la historia podía encender algunas lamparitas en sus cabezas. Por ejemplo, está esa escena en la cual Ron le dice a su jefe que ‘no hay forma de que los Estados Unidos elijan a un presidente como David Duke. Sin embargo, este tipo que está ahora en la Casa Blanca, el Agente Naranja, le ha dado luz verde al Klan, a la derecha alternativa, a los neonazis, para que salgan a la intemperie. Ya no hay necesidad de que se manejen con mensajes en código, están a plena luz del día”. Corte a la historia del film, antes de la infiltración: Carmichael, reconvertido en Kwame Touré, habla y el grupo de estudiantes que se ha reunido para escucharlo recibe extático sus ideas. Ron incluido, a pesar de algunas reticencias. La verdad, a veces, ilumina incluso las sombras de los prejuicios más enraizados. Spike Lee dibuja trípticos con los rostros de algunos de los actores y actrices, reutilizando cierta iconografía negra de los años 70. Poco después, en la pista de baile, con un hit olvidado de Cornelius Brothers & Sister Rose de fondo, se despacha con un número musical hecho y derecho, una suerte de Soul Train sin extras ni escenarios de cartón pintado a la vista. El Ron negro está escindido entre su rol como miembro de la fuerza policial y su condición de ciudadano afroamericano de los Estados Unidos.

El nacimiento de una película

Los blancos racistas de El infiltrado del KKKlan son elementales, en algunos casos torpes, en otros directamente imbéciles. Pero peligrosos, como lo indica la presencia de un par de militares de alto rango en el grupo. Ya instalado en el seno del Klan, una vez ganada su confianza (la de todos excepto uno de los miembros), el Ron blanco es iniciado con toda la fuerza del ritual, capuchas blancas incluidas. The Birth of a Nation vuelve a hacer aparición: algunas de las escenas más famosas son festejadas por el grupo mientras come pochoclo a cuatro manos. Si bien la película de Griffith fue estrenada en su momento como un producto de prestigio en las mejores salas de teatro de EE.UU., lo cierto es que su éxito y popularidad fue equiparable al de un blockbuster de la actualidad. Tampoco es un mito que diversas ediciones, reducidas de sus tres horas originales, fueron utilizadas sin autorización por el KKK durante los años subsiguientes para captar nuevos miembros, es decir, como literal artículo de propaganda. Lee vio el film de Griffith cuando era estudiante de cine y su primer cortometraje, The Answer, que casi le vale la expulsión de la universidad, tiene como protagonista a un joven cineasta negro que es contratado por Hollywood para hacer una remake de El nacimiento de una nación. Nuevamente, Lee: “La fundación misma de este país es estrafalaria. Es pura mierda. Si vas a la constitución, está escrito que los esclavos eran contados como tres quintos de un ser humano, una propiedad, como vacas o pollos. A menos que aceptemos realmente cómo fue formada esta nación y seamos honestos al respecto nunca podremos ir hacia adelante”. La aparición de Harry Belafonte en un cameo, relatando el linchamiento del peón rural Jesse Washington en el año 1916 en Waco, Texas, adopta las formas de la lección de historia. Lee cruza ese sentido discurso con la iniciación de Ron utilizando, irónicamente, las lecciones del montaje alterno perfeccionadas por Griffith: mientras en la pantalla dentro de la pantalla los hombres del clan ficcional persiguen al mulato Gus, responsable del suicidio del personaje interpretado por Mae Marsh ante la inminencia de una violación, las fotografías de la ejecución popular de Washington –extraña fruta: mutilado y quemado vivo antes de ser colgado de un árbol– no pueden sino estar relacionadas, al menos indirectamente. Antes y hoy, el cine puede ser un arma poderosa.