La cuestión en torno de la exposición del cuerpo constituye una preocupación mayor tanto para la crítica de arte como para el activismo feminista. “¿Las mujeres deben desnudarse para poder entrar al Met. Museum? Menos del 5 por ciento de lxs artistas en las secciones de Arte Moderno son mujeres, mientras que el 85 por ciento de los desnudos son femeninos”, alertaron las Guerrilla Girls en un aviso de 1989 basado en la intervención de una reproducción de la Gran Odalisca de Dominique Ingres, emblemática para la tradición iconográfica del desnudo. En la Argentina, en una dirección similar, un caso resonante ha sido el afiche titulado “Mujer colonizada” (2004) del colectivo gráfico Mujeres Públicas, que retoma metafóricamente las tres carabelas de Cristóbal Colón: para el caso de “La Pinta”, el dibujo muestra a una mujer cercada por los imperativos que le ordenan “sonreí”, “pintate las uñas”, “depilate”, “hacete las tetas”, “adelgazá”, “maquillate”, “teñite”. Sucede que la belleza es un asunto inseparable de la creación de imágenes.

Diez años después de El segundo sexo, Simone de Beauvoir publica, en 1959, un ensayo sobre Brigitte Bardot, “el sueño imposible de todo hombre casado”, como se decía de la modelo “creada” por Roger Vadim, que en los años sesenta encumbró un nuevo canon de belleza moderna. En Brigitte Bardot and the Lolita syndrome, De Beauvoir elogia el nuevo tipo de erotismo agresivo encarnado por la actriz. Absolutamente fascinada con su imagen –“esos labios son muy besables”, escribe–, De Beauvoir reconoce en “BB” un despliegue sexual que puede conferir autonomía a las mujeres, al margen de los moralistas que trataron de censurar sus películas por identificar la exhibición de la carne con el pecado y la perversión.

Hay algo fatal en la belleza. La silueta multiplicada en el espejo, en efecto, hipnotiza al personaje encarnado por Corinne Marchand en una de las primeras películas de Agnès Varda, Cléo de 5 a 7 (1962), sobre una cantante joven y vanidosa que aguarda durante ese lapso el resultado de un examen médico. “Muerte es fealdad. Mientras soy bella, estoy diez veces más viva que las otras”, especula ante la superficie del cristal que le ofrece una imagen silenciosa.

Si el endiosamiento de la imagen acarrea la tiranía de la primera apariencia –en sociedades dominadas por pantallas y vidrieras, la belleza se vuelve indudablemente una presunción compulsiva–, ¿resulta posible, o acaso deseable, suprimir el placer visual, borrar de un plumazo la aspiración a la belleza, desterrarla del universo sensible que nos devuelve su letal encantamiento? La pregunta tiende a reaparecer con insistencia puesto que está atravesada por disputas sexuales, diferencias culturales y desigualdades sociales.

* Investigadora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (FFyL, UBA/Conicet).