Entre las escasas referencias existentes en el plan de gobierno de Jair Bolsonaro en relación al tipo de inserción internacional buscada por Brasil, su equipo dejó trascender que el énfasis estará “en las relaciones y los acuerdos bilaterales”. Durante su campaña, Bolsonaro tuiteó que “precisamos librarnos de las amarras del Mercosur e ir hacia el bilateralismo”. Apenas un día después de la victoria electoral de Bolsonaro, su futuro ministro de economía, Paulo Guedes, sostuvo que “el Mercosur no será prioridad”, que el bloque es una “prisión cognitiva” que impide comerciar con otras regiones, y que Brasil “no romperá ninguna relación comercial”. Todo dicho.

Entonces, ¿Bolsonaro va a matar al Mercosur? No. Primero, porque el Mercosur, tal cual lo conocimos en los últimos años, ya está muerto. Segundo, no lo va a matar porque lo va a degradar. 

Luego de los años de auge del “Mercosur neoliberal”, caracterizado por su constitución como zona de libre comercio primero y como unión aduanera después, entre 2003 y 2015 se intentó poner en marcha un “Mercosur progresista”. Los gobiernos le quitaron como prioridad al eje “comercial” para dar paso a reivindicaciones de tipo “productivo” y “social”. De todos modos resultaron visiblemente insuficientes como para modificar de raíz el esquema de integración neoliberal original del bloque. 

Sin embargo, y no sin dificultades, se mantuvieron firmes las definiciones de mantener al bloque como principal espacio de vinculación política y económica y la necesidad de negociar con otros países y regiones en bloque.

La llegada de Mauricio Macri al poder en la Argentina y el golpe institucional de Michel Temer en Brasil llevaron a repensar un “Mercosur del siglo XXI”, tal como lo bautizara el presidente argentino. Este “nuevo” momento del Mercosur no guardaría nada de original, de acuerdo a lo observado desde entonces: se trató lisa y llanamente de un intento por retomar la senda del regionalismo abierto característica del “Mercosur neoliberal”, dejando de lado las intenciones de agregar el sesgo más productivo y social planteado durante el “Mercosur progresista”, y avanzando rápidamente en el perfeccionamiento de la unión aduanera. Ello se hizo a través de la eliminación de las excepciones al libre comercio regional, la reducción de las perforaciones al arancel externo común y la profundización de la unión aduanera sobre la base de la aprobación de protocolos vinculados a “nuevos temas” de la agenda económica (tratamiento de las inversiones intra-Mercosur; compras y contrataciones públicas, etcétera).

Este “avance” de Temer y Macri se produjo a partir del novel consenso existente entre los Estados miembros del bloque –una vez que fue suspendida ilegalmente la República Bolivariana de Venezuela– respecto de sus respectivos modelos de desarrollo nacional, nuevamente basados en el aprovechamiento de ventajas competitivas relacionadas con la dotación de recursos naturales y con la necesidad de reducir el costo de la mano de obra regional por la vía de la flexibilización laboral, en un contexto de apertura comercial.

La llegada de Bolsonaro sin dudas traerá al Mercosur un retroceso en materia de integración regional. De acuerdo a la escueta pero contundente evidencia declarativa existente, el objetivo de Bolsonaro es claro: degradar al Mercosur. Su propuesta es bien sencilla: que el bloque deje de ser una unión aduanera –lo que implica la existencia de una política comercial común y la obligación de negociar acuerdos con países de extrazona de manera conjunta– y se transforme en una mera zona de libre comercio. Esto permitiría a cada uno de sus socios negociar acuerdos de libre comercio con otros países y regiones sin las “amarras” del bloque.

Y, la verdad, no se vislumbra ninguna resistencia a esta propuesta por parte del resto de los socios del Mercosur. El repaso histórico muestra que Uruguay intentó al menos tres veces “flexibilizar” (degradar) al Mercosur, de modo de poder avanzar en negociaciones de manera unilateral para la firma de tratados de libre comercio con los EE.UU. (2006) y con la Unión Europea (2012 y 2016). Por el lado de la Argentina, ante la imposibilidad de lograr avances en el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, durante 2018 el gobierno de Macri ya planteó la necesidad de poder “flexibilizar” el Mercosur, de modo de dejar de lado la política exterior común del bloque y poder negociar tratados de libre comercio de manera unilateral. Todo indica que el nuevo gobierno neoliberal del Paraguay estaría en sintonía con estas posiciones. Lo que se viene más temprano que tarde es un Mercosur más flexible, menos profundo, menos político, menos estratégico, más degradado y, fundamentalmente, más neoliberal. Es decir, un modelo de integración “a la chilena”, el sueño húmedo de los liberales del Mercosur.

* Docente-investigador de la UNQ. Asesor de la CTA de los Trabajadores. Ex secretario de Relaciones Económicas Internacionales de la Cancillería argentina.