En las paredes de Río se escribe sobre magia para el amor y sobre religión. Poco, muy poco, sobre política.

Río de Janeiro es un lugar donde la riqueza y la pobreza se encuentran a menudo. Los más pobres miran desde la inmensidad de las favelas a la “otra Ciudad”. Las favelas no están escondidas como las villas en Buenos Aires, están por todos lados, y se ven, pese a que son igualmente omitidas e ignoradas por quienes no viven allí.

Estas realidades a veces se juntan, se encuentran, pero siguen sin mirarse... En la playa, por ejemplo, cuando los pibes de las favelas bajan a disfrutar del mar, de su música y a recordar a turistas y compatriotas, que ese espacio les pertenece.

Otro punto de encuentro es el miedo: en los edificios enrejados hasta el tercer piso, en las calles militarizadas y también en las favelas, al ir a trabajar o a estudiar.

En la paredes, en las calles, en las playas no transita la política. Es algo ajeno, extraño, mucho más que en la Argentina, donde aún quienes la odian, la hablan... la discuten. En Río y en Brasil en general, la política no está presente. En cambio, la violencia y el miedo están siempre.

Brasil es un país que tiene una capital, Brasilia, donde los poderes del Estado y la política están encapsulados, aislados de la vida cotidiana de la gente común. Un experimento de encierro explícito del gobierno y de la política, muy lejos de la realidad.

Desde allí, muy lejos de los problemas de las grandes ciudades, gobernará y vivirá Bolsonaro, quien llegó a la Presidencia para sorpresa y temor de la región.

Los argentinos no podemos explicar la llegada de Bolsonaro al poder. Xenofobia, homofobia, machismo, autoritarismo, todo eso llegó al Gobierno a través de las urnas. Millones de brasileños eligieron, sin mentiras, ni careta alguna, un presidente que expresa todo aquello que tememos.

Tenemos miedo y nos indigna pensar que aquí sea posible algo similar. Sin embargo, somos países con realidades muy diferentes.

En mayo tuve oportunidad de viajar a Curitiba y visitar el campamento en favor de la libertad de Lula. No vi en esa ciudad una sola expresión a favor (o en contra) de Lula más allá de la cuadra del campamento. Ni una pintada ni un diálogo al pasar. Es una ciudad elitista, es cierto. Pero se trata del político más importante de Brasil, preso y proscripto. Un líder querido por los pobres que mejoraron su vida gracias a su gobierno y respetado en general por los brasileños, excepto por sectores extremadamente antipopulares.

¿Qué pasó en Brasil estos años? ¿Hoy podemos decir que el pueblo simplemente se equivocó al votar a Bolsonaro? ¿Podemos acaso hablar de UN pueblo?

Bolsonaro creció al calor del miedo y de la violencia pero también de la pérdida de bienestar económico de muchos brasileños. De partidos políticos que perdieron dinámica y confianza. Y que no pudieron enfrentar, por diferentes motivos, primero al poder económico que impuso el ajuste, luego al poder mediático que contribuyó a la destitución de Dilma y finalmente, tampoco pudieron reaccionar contundentemente frente a la detención injusta y a la proscripción de Lula.

Bolsonaro creció también al calor de la anti política y de los vacíos que dejó una política que, víctima de enormes (y burdas) operaciones, se perdió, que no pudo dar respuestas, ni explicaciones, mientras el pueblo se volcaba, cada vez más, a la iglesia evangelista y a un sinnúmero de religiones. Y de un sistema donde la falta de confianza llegó incluso hasta los medios poderosos que hoy tampoco son creíbles para nadie.

¿Tenemos entonces razones para preocuparnos los argentinos?

Sí pero no porque en nuestro país pueda aparecer un fenómeno similar. Nos debemos preocupar por la región, por el destino común de América latina. De ninguna manera porque vaya a surgir un personaje de esas características. En nuestro país, la dictadura dejó una marca brutal en la memoria de los argentinos, muy diferente de la experiencia brasileña y no hay condiciones objetivas para algo similar, para un proyecto donde la centralidad esté en el Ejército.

Pero por sobre todas las cosas, en la Argentina no hay lugar para Bolsonaro porque aún hay espacio para la política en la vida cotidiana de la gente. En la cena familiar, en las universidades, en los secundarios y en cada espacio está la Política, incluso para denostarla, para culparla y castigarla. En nuestro país tenemos una capacidad de organización y de gestión de las organizaciones enorme, que da respuestas aún en los momentos de mayor crisis. Y sobre todo tenemos jóvenes que reinventan la política todos los días.

No creo que haya que preocuparse porque surja un Bolsonaro pero sí por revalorizar la política y la organización. Por ser estratégicos, inteligentes. Por no caer en las provocaciones, en las maniobras y en las operaciones. Por ser cada día más coherentes, más creíbles y por dejar los grandes discursos ideológicos de lado, para escuchar y construir soluciones para los problemas reales de los compatriotas.

* Directora Banco Ciudad por la oposición - Dirigente Nuevo Espacio de Participación.