Ernesto

Sentado frente al espejo, a punto de sacarme el maquillaje, se abrió la puerta y vi en el reflejo la figura de Alejandro. Pelo largo, tostado, luminoso y, claro, aquellos ojos celestes. Una ráfaga de calidez y alegría en aquel invierno gélido de la dictadura. Una corriente de atracción que ambos sentimos en este inesperado (al menos para mí) reencuentro. 

Afortunadamente, no tenía nada programado para esa noche y entonces arreglamos con Mirta Busnelli y Alicia Mannino para ir a cenar los cuatro a Edelweiss. Esa cena estuvo muy divertida: Ale tenía mil anécdotas y detalles para contarnos sobre su viaje y se convirtió así en un momento muy ameno que siempre recuerdo. 

Terminamos de cenar casi de madrugada. Las chicas se tomaron sus respectivos taxis y cuando nos quedamos solos, parados en la vereda del restaurant, nos miramos y casi sin decir nada nos fuimos a su casa. Esa noche me quedé a dormir y nunca más nos separamos. Era el 13 de junio de 1976 y ese día se convirtió en la fecha de nuestro aniversario. (…)

Tuvimos todas las crisis que quisimos. No nos privamos de ninguna. Peleas subidas de tono, incluso algunas con manotazos, lucha cuerpo a cuerpo y largas (¡larguísimas!) charlas en el living, la cocina, el baño o la cama hasta el amanecer, exponiendo nuestros pareceres en unas pulseadas ideológico-emocionales que sirvieron (puedo verlo ahora) para ir definiendo códigos de convivencia y respeto que nos acompañan hasta hoy. No había transcurrido ni un mes de nuestra semi convivencia, cuando tuvimos la oportunidad de pasar una prueba que marcó para siempre el código de comportamiento en nuestras relaciones sexuales y lo que es más importante: la sinceridad de nuestro mutuo sentimiento. 

Alejandro 

Primero provisoriamente y luego con más continuidad, mi casa pasó a ser el refugio en Capital de Ernesto. Un día dejó el cepillo de dientes, otro algún libro y así poco a poco iba a su casa solo a llevar la ropa para que la lavara y planchara su madre. Me sentía cómodo con él en mi casa, siempre me gustó vivir acompañado. 

Pero era alguien que se sentía de paso. Hoy creo que le convenía tener un lugar en el centro para quedarse y le resultaba interesante mi persona. Se divertía mucho conmigo. Era reservado y no entregaba fácilmente su corazón ni su cuerpo. Eso lo convertía en una persona muy atractiva, alguien a conquistar. No me la hacía fácil. 

Recuerdo una anécdota que lo pinta claramente. Mis ideas de cambio también se hicieron sentir en mi departamento, al que quería renovar pintando las paredes de colores intensos con pintura al látex que imitaba el laqueado que había visto en muchas casas en mi viaje por Europa. El dormitorio de un azul profundo y el pasillo con su hall con una pared de corcho llena de fotos de un rojo bermellón furioso. Durante todo ese proceso, Ernesto me vio trabajar sin descanso (a pesar de mi alergia a la pintura) y en ningún momento se le ocurrió ayudarme, aunque sea alcanzándome el balde de pintura o la escalera. 

Igual hay cosas inexplicables en la vida y una de ellas, creo, es cómo uno se va involucrando con el otro sin que tenga explicación. Ernesto y yo éramos muy diferentes en muchos aspectos, pero eso en vez de distanciarnos fue poco a poco fortaleciendo el vínculo. Ernesto era de zona sur y yo, de Palermo. Él había estudiado en escuelas públicas y yo, en colegios privados. Mi familia era de un nivel económico alto y la de él, más humilde. 

También había muchas maneras y modos diferentes de hacer las cosas, lo que generaba discusiones hasta el agotamiento. Mi preferencia era hacer el amor por la noche. Era «lo normal» (latiguillo que usé hasta el hartazgo y me costó eliminar) hacerlo así. «¿Y qué es “lo normal”?», me cuestionaba Ernesto, y yo le decía que era «lo que es común a todos». Tardé mucho tiempo en entender que uno podía ser «singular» y no seguir siempre un pensamiento mayoritario y una educación conservadora. 

(…)

Ernesto

Alejandro siempre fue de hacer fiestas y reuniones de amigos, otra cosa que me fascinaba de él: su don para juntar gente en el living de su departamento y hacer que todos la pasaran muy bien. El ambiente ex- terior colaboraba, ya que en la calle se vivía un clima denso, mezcla de asfixia y terror que de alguna manera nos obligaba a recluirnos para divertirnos y distraernos un poco. Una noche, al salir de la función, fuimos a cenar y luego a casa con un grupo de compañeros del elenco. Entre ellos estaba Ninín, un talentoso y guapo bailarín/actor/cantante que secretamente nos gustaba a los dos. En medio de la reunión, se descompuso por un bajón de presión, lo que le provocó vómitos y un estado deplorable. 

Se manchó toda la ropa y no podía dar un paso. Terminó en calzoncillos y desmayado en nuestra cama. Cuando todos se retiraron, él «no tuvo más remedio que quedarse» (¡pobre!) y, como lo habíamos imaginado en nuestras mejores fantasías, aquello derivó en sexo grupal a los cinco minutos de apagar la luz. Ninín terminó siendo nuestra primera experiencia de open sex, cuando recién nos estábamos conociendo con Ale. 

Aquella experiencia fue sin dudas inolvidable. No solo por la experiencia sexual en sí, sino por lo que sobrevino entre Ale y yo, después del desayuno que compartimos los tres y, sobre todo, después de que nuestro amigo se fue y nos quedamos los dos solos preguntándonos: «¿Y ahora qué? ¿Todo sigue igual? ¿Es el fin del proyecto de pareja? ¿Vamos a seguir en pareja pero que sea abierta? ¿Pareja abierta pero con limitaciones? ¿O abierta ilimitada?». Esas y otro montón de preguntas similares comenzaron a aparecer entre nosotros. En ese momento tuvimos la suficiente inteligencia emocional como para resolverlo con amor que fue (y es) sinónimo de libertad. Así nació el concepto de no considerarnos media naranja uno del otro, sino dos naranjas enteras que se eligen para caminar juntas. También aclaramos los tantos respecto de no pedirle al otro lo más sagrado que tiene una persona después de la vida: su libertad. «No te la voy a dar y tampoco te la voy a pedir» fue nuestro lema. 

Una cosa importante que también aprendimos de esa experiencia con terceros es que una pareja de dos hombres no puede pretender parecerse o tener los mismos códigos que una pareja hétero o, incluso, que una pareja de dos mujeres. Los varones estamos natural y biológicamente preparados para el harem. Eso es lo que le pide la Naturaleza al macho reproductor. Los varones gay no escapamos a esa regla. Al llegar a esta conclusión resolvimos con Ale que lo nuestro no sería un caso de fidelidad de pareja sino de lealtad en la pareja, que no significa monogamia. O en nuestro caso, monoandria. Desde entonces, siempre decimos: «Sos lo primero en mi vida, pero no lo único». 

Alejandro

A poco de estar conviviendo, una noche un compañero de elenco de Ernesto se descompuso en una reunión en casa. Quedó semidesmayado en el medio de nuestra cama. Intentamos reanimarlo pero fue imposible así que terminamos acostándonos con él en el medio. Ni bien apagamos la luz, comenzó el baile. Para mí, esto no era una novedad. Ya había tenido experiencias anteriores de ese tipo, pero para Ernesto, que todavía era remiso a entregarse plenamente con su cuerpo, era una experiencia nueva y había que ver como lo asimilaba. Era toda una incógnita para mí. 

Al despertarnos, y después de largas charlas, entendimos que nuestra relación debería ser abierta, con pautas que, luego pudimos comprobar, se fueron adaptando con el correr de los años. Si se puede pasar todas estas situaciones, es porque hay algo más y la verdad termina fortificando la relación. Se avanza con el conocimiento profundo del otro. 

Siempre digo que una crisis es muy positiva en una pareja porque o te separás y no perdés el tiempo (hay mucho mundo y personas por conocer) o refuerza la relación, tejiendo un hilo invisible que poco a poco se hace indestructible. (…)

Y llegó el día en el que vi por primera a los padres de Ernesto. Fue en el hall del teatro Estrellas. Su imagen me dio mucha ternura: en ese momento eran muy mayores, pequeños de estatura. Me parecieron dos duendes salidos de un cuento. Con el tiempo mi relación con ellos fue excelente. Tuve su aprobación sin que nadie tuviera que explicar el vínculo que teníamos con Ernesto. Siempre me sentí como un hijo más de ellos.

Rechazo a primera vista se presenta el martes 13, a las 18.30, en el Auditorio Cendas, Bulnes 1350.