Cuando iba a la escuela secundaria en Comodoro Rivadavia, Laura Ortego fotografiaba a sus compañeras a la salida del colegio. Les hacía retratos. Y de alguna manera relaciona ese recuerdo con la forma en que su padre posó su mirada sobre ella: cuenta que cuando volvía de trabajar en el campo de aquel pueblo petrolero, sacaba la cámara réflex del armario y las retrataba a ella y a su hermana. “Sentía que era el único momento en que nos miraba”, dice y agrega que eso le quedó “grabado a fuego”.

Retratar es para Laura estar en el presente y es el pedido que les hace a quienes tiene adelante de la cámara: que estén presentes con la mirada. Presta atención al rol del cuerpo del otrx, a la posición de las manos y a los detalles. “No es lo mismo un puño abierto que un puño cerrado, estar de frente a cámara que en torsión, mirar que no mirar”, subraya. Trabajar sobre esos detalles la entusiasma, como también le interesa la puesta en escena. Por eso hay algo de performance en cada foto, una ficción que arma con quien tiene adelante y sobre la cual trabaja como si fuera un ritual. 

Para esta serie, Laura investigó las aplicaciones de citas y descubrió cómo algunos hombres construyen ciertas miradas sobre sí mismos y sobre cómo se presentan. “Quedé muy sorprendida por las imágenes que fui encontrando: hombres practicando deportes extremos, o manejando autos, o en la torre Eiffel, o posando en el gimnasio y mostrando los músculos. Ese fue el disparador de la muestra, ver cómo algunos hombres se representan influenciados por lo que se les pide socialmente que deben representar”, señala Laura. 

La muestra consiste en una serie de retratos en los cuales cada hombre tiene un detalle femenino, como si la fotógrafa depositara algo en algún lugar y ese gesto cambiara el sentido de la foto. Labios rojos, uñas pintadas, sobrero con tul, carterita con cadenas doradas, anteojos de marco rosa, collar con piedras verdes, corpiño de encaje. Así, buscó la forma de “introducir una grieta en ese discurso hegemónico de lo que se supone que un hombre debería ser”. Un pequeño gesto que sacude la masculinidad estereotipada.

–¿Por qué te interesó bucear artísticamente ahí?

–Desde que empecé, siempre hice retratos y particularmente retratos de mujeres. Casi toda mi obra son retratos de mujeres. Pueden ser niñas en contextos de desamparo, en la naturaleza, o en casas antiguas abandonadas, o púberes que están transitando el pasaje entre infancia y adultez. Siempre me interesé por el género femenino. Pero abruptamente hice un giro de ciento ochenta grados y retraté hombres por primera vez. Con esta muestra aprendí sobre el mensaje que transmiten los hombres que están en las aplicaciones para citas, eso que piensan que tiene valor. Para mí fue muy curioso ver que alguien se sacara una foto manejando un auto, porque es una situación en la que una no podría estar fotografiándose. Cuando empecé a verlo tan seguido en las aplicaciones de citas, vi que era un código, un mensaje para alguien. Me sorprendieron los valores que sienten que tienen y que tienen que mostrar. Algo que a mí me pasaba inadvertido, me di cuenta que transmitía otra cosa: tengo auto/tengo pene. 

Así, entre series que fluyen por paisajes inquietantes, el pasaje de la infancia a la adultez (como su libro Chicas Beijing, 2014), la construcción de la identidad, migraciones y la cultura oriental como tópicos para sus trabajos fotográficos, Laura Ortego también deconstruye discursos visuales hegemónicos del patriarcado para registrar un mundo no binario.

Hombres se puede ver en La Casa del Bicentenario, Riobamba 985, en el marco del Salón Nacional.