Cada vez escribe mejor Edgardo Cozarinsky. No se trata de la técnica domesticada al servicio de una idea de perfección o de belleza. Si escribe cada vez mejor, quizá sea porque intenta ahondar en la tradición japonesa del kintsugi, ese arte de llenar las fisuras de un objeto roto no para disimular las fracturas, sino para subrayarlas. Al mostrar las cicatrices de los personajes que compone –detritus de experiencias propias camufladas o experiencias ajenas revestidas con la potencia de aquello que parece demasiado íntimo–, adquieren una forma de nobleza: la nobleza que dejan las heridas en los cuerpos, en la vida. El escritor argentino que cada vez escribe mejor ganó el V Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, dotado de 100.000 dólares, con En el último trago nos vamos (Tusquets). El jurado consideró que la obra ganadora “es, sobre todo, un libro escrito con un gran oficio narrativo, con raíces profundas en  una antigua tradición literaria y de una notable solidez intelectual”.

Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) se impuso a los otros cuatro finalistas: los también argentinos Pablo Colacrai y Santiago Craig; la chilena Constanza Gutiérrez y el colombiano Andrés Mauricio Muñoz. “Como todos ustedes se imaginan estoy muy contento y no había preparado nada para decir, como buen argentino me toca ‘guitarrear’. El nombre de García Márquez es algo que me toca muy profundamente. Lo que escribo no tiene nada qué ver con la obra de Gabriel García Márquez, pero tiene un papel importante en mi vida. Tenía 20 años y empezaba periodismo, y en ese momento leí Relato de un náufrago y me iluminó. Esto parte del periodismo y llega a ser literatura”, dijo el escritor al recibir el premio en el teatro Colón de Bogotá. El autor de libros inclasificables, entre el cuento, la crónica y el ensayo, como Vudú urbano –que en distintas ediciones prologaron Susan Sontag, Guillermo Cabrera Infante y Ricardo Piglia–, y La novia de Odessa, también es un cineasta con una filmografía destacada, integrada por Puntos suspensivos, La guerra de un solo hombre, Fantasmas en Tánger, Ronda nocturna, Apuntes de una biografía imaginaria y Carta a un padre.

“El premio significa una gran satisfacción, sobre todo porque está patrocinado por la Biblioteca Nacional de Colombia, que ha creado un plan de promoción de la lectura en bibliotecas públicas en todas las regiones de Colombia, incluso en las más desfavorecidas”, cuenta Cozarinsky a PáginaI12. “Parte de la invitación que he tenido ha sido a hablar con el público en bibliotecas de regiones difíciles. Estuve en una de ellas, en la Biblioteca Pública La Peña, en las afueras de Bogotá, y fue una experiencia para mí inolvidable, con un público muy atento, gente muy mayor y gente muy joven. Me preguntaban qué era ser escritor, cómo se decide uno a ser escritor. Me abrí muchísimo para contarles cosas de mi vida que pudieran interesarles. Cada persona es un archivo de experiencias intransferibles y esas experiencias pueden dar lugar a un cuento. No sé si ustedes pueden o quieren escribir un cuento. ¿Alguno de ustedes me quieren contar alguna experiencia que pueda dar lugar a un relato? Un señor muy mayor levantó la mano, lo hice pasar al frente, y dijo que era un niño el 9 de abril de 1948, cuando asesinaron al presidente (Jorge) Gaitán; ‘yo me acuerdo de haber visto en Bogotá a la gente que incendiaba tranvías’”. Cozarinsky se emociona al recordar la experiencia intransferible de ese hombre. “No quiero hablar de la vanidad de recibir un premio importante. La invitación de la Biblioteca Nacional de Bogotá en medio de este plan de promoción de la lectura me hizo pensar que tengo la suerte de estar en contacto con gente que respeta la cultura desde el poder público. Que no es gente que la basurea, como en nuestro país”, compara el autor de bellísimas novelas como El rufián moldavo, Maniobras nocturnas y Lejos de dónde.

Cozarinsky comparte su proceso creativo, un conjunto de asociaciones ensambladas a través del montaje. “Cuando empiezo a escribir a partir de una línea, de una frase que oí, de una imagen que vi, de un encuentro con una persona o con un paisaje, nunca sé adónde voy; es en el acto de escribir que me voy dando cuenta. Después veo si eso da para extenderlo, si hay fantasmas adentro de ese primer borrador que me exigen que lo desarrolle. Quizá de ahí puede salir una novela, una nouvelle o un cuento largo. Creo que Philip Roth decía que el mejor amigo del escritor era el cesto de los papeles; se refiere al momento en que uno sabe que algo tiene que ir a la basura, que no da para más. Hay otras cosa que se pueden trabajar como en un montaje, en el sentido cinematográfico, no sólo el cut and paste, sino viendo qué va con qué, qué continuidad puedo establecer. Pero todo esto viene en el momento de la corrección –aclara el escritor–. A veces me doy cuenta de que un texto me pide más; vamos a ver cómo lo llevo, no tengo que apurarme, tengo que dejar que lo que escribí tenga un latido propio”. No quiere anticipar nada sobre lo que está escribiendo. Cozarinsky, que se reconoce supersticioso, lo explica con una frase, que podría ser el primer verso de un poema sobre la pérdida: “Lo que uno cuenta ya no vuelve”.