Boca y River en su primera final exacerban la pasión, también la sinrazón y hasta el oportunismo político. En las vísperas ya hay gente enferma, abrumada por la presión, en guardia por lo que vendrá. El presidente Mauricio Macri advirtió antes que nadie cómo puede reactivarse ese virus social. El hit del verano que se canta en su contra recobró fuerza en las últimas semanas. Es un síntoma creciente del desánimo. En ese marco, la exaltación de la rivalidad hasta el hartazgo es como un perro que se muerde la cola. Puede ser autodestructiva. Los argentinos vivimos ejemplos de sobra, con muertos de sobra en ese círculo tan multitudinario como obsceno, como lo describía con precisión Dante Panzeri. 

A Macri no se le puede pedir –aunque se deba– que actúe como un jefe de Estado equidistante en cuestiones futbolísticas. Se muestra antes como lo que fue: el presidente de Boca. Porque se comporta como si todavía tuviera su despacho en la Bombonera y no en la Casa Rosada. Como sufre de incontinencia verbal cuando se refiere al juego y todo lo que promueve, se sintió con derecho a revelar el estado de ánimo que tendría el derrotado en los partidos que se aproximan: “el que pierda va a tardar veinte años en recuperarse”. Un jugador de Platense, José “El Chino” Vizcarra, tomó nota de la frase y le respondió con otra de antología hace unos días: “20 años comparados con los 200 que va a tardar el país de recuperarse de tu gobierno no es nada. Pasa volando”.

Es saludable que alguien ponga las cosas en su lugar y más cuando proviene de abajo. Un delantero del Ascenso que además juega en el club que apoya Jorge Macri, el intendente de Vicente López y primo del Presidente. Eso realza más el gesto de Vizcarra. 

El hombre que gobierna como si todavía dependiera de los éxitos de Carlos Bianchi y sus jugadores y que ya no habla de su otro equipo –“el mejor de los últimos cincuenta años”, liderado por Marcos Peña– completó su raid mediático cuando propuso que las finales fueran con público visitante. Demagogia barata que desvirtúa un derecho genuino que se perdió en junio de 2013 cuando durante un operativo la Policía Bonaerense asesinó al hincha de Lanús Javier Gerez. Demagogia oportunista porque justo ahora, en el umbral de las finales, cualquiera de las dos hinchadas completaría hasta cinco estadios con su presencia y un minúsculo grupo de visitantes tendría un valor apenas simbólico, cuasi decorativo. Demagogia sin memoria porque fue el propio Macri quien le cerró las puertas de la Bombonera a los visitantes cuando presidía Boca.

La tentación de procurar el circo cuando falta el pan de cada día en millones de hogares argentinos no es nueva, ni una pulsión exclusiva del presidente actual. Lo que rebela es la dialéctica trivial de Macri sobre un tema que hoy no puede superar la categoría de deseo. Ninguno de los dos estadios está preparado para recibir hinchas visitantes. Si el presidente no lo sabía, con un llamado a Daniel Angelici se hubiera enterado. Lo único que consiguió con sus frases –como mínimo inoportunas–, fue destapar un poquito más esa olla a presión en que se cocina el malhumor de cada día. 

Eduardo Galeano, que tantas enseñanzas dejó con su literatura y también sus misceláneas, escribió en su Fútbol a sol y sombra de 1995: “La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca…”. Algo de eso sucede en estas horas de alboroto mediático y polémicas prefabricadas sobre dos finales que, lejos de vivirse como fiestas en el sentido que le dio Albert Camus al fútbol, están contaminadas por su utilización con fines políticos. 

Mientras tanto, los precios de las entradas se disparan en la reventa. A valores oficiales ya son caras. Solo están al alcance de una minoría. El clásico que Macri hubiera preferido no ver –cuando dijo que deseaba a un equipo brasileño en las finales– se jugará en 24 horas. No necesitará de un exagerado despliegue militar como la reunión del G-20 para su custodia. Pero el presidente le subió el voltaje de manera innecesaria. Opinó como si estuviera en el living de su casa y se le hubiera ocurrido una gran idea. La historia se repite dos veces. Primero como tragedia y en estos días como una farsa.

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