“Me la pasé llorando todo el documental”, confiesa Ruth Gómez, directora de 33 años que hasta ahora había filmado sólo cortometrajes --de terror y de temáticas sociales-- y participado como productora de proyectos ajenos. No oculta su sensibilidad y vuelve a quebrarse cuando habla de su ópera prima, Pechito, hijo de la vida, una reconstrucción de la historia de Adrián Alejandro Ferreiro. “Pechito” vivía en la calle junto a sus dos perros y entabló una entrañable relación con sus vecinos del coqueto barrio de Palermo. Conocido a través de los medios por su particular carácter, en la misma esquina durmió por 12 años, hasta que una camioneta de un organismo del gobierno porteño se lo llevó. Su paradero se desconoció durante 48 horas y reapareció, según denuncian los vecinos, con signos de haber sido golpeado. A los pocos días falleció, en septiembre de 2013.

Había elegido instalarse en la esquina de las avenidas Santa Fe y Scalabrini Ortiz. Allí tenía, entre otras cosas, su colchón, un televisor conectado al cable y un equipo de música con el que hacía karaoke, imitando a cantores populares. Los vecinos le habían extendido un cable y dos enchufes para que pudiera disfrutar de esos “lujos”. En el film lo recuerdan con cariño y entre lágrimas. Y con bronca e impotencia. Todos lo definen como alguien carismático, simpático y respetuoso, que entretenía a los que pasaban haciendo “payasadas”. Como alguien que daba lo que no tenía: por ejemplo, llegó a juntar plata para regalarle una bicicleta a una nena. Dicen que prefería vivir en la calle en lugar de ir a un parador porque no le iban a aceptar el ingreso con sus mascotas, con las que hasta se bañaba en una fuente. Quería aprender guitarra, hobby que le quedó pendiente. Los turistas quedaban encantados con él.

“La gente que vive en la calle se oculta. El era todo lo contrario”, dice Viviana, comerciante de la agencia de lotería y quiniela de la zona, que era como su madrina y que es uno de los personajes centrales del documental. El film contiene algunos detalles de la vida de Pechito, pero el eje es la desesperada búsqueda de estos vecinos, porque al hombre lo levantó una camioneta de Buenos Aires Presente (BAP) --servicio encargado de atender a personas en situación de calle-- y nadie supo de él por 48 horas, hasta que apareció en el Hospital Piñero, con signos de haber recibido golpes. El mismo Ferreiro cuenta en el documental que, antes, había sido “molido a palos” por una patota de la Unidad de Control del Espacio Público (UCEP). Viviana y otras personas salieron a buscarlo, a él y a sus perros, difundieron el caso en redes y medios, y cuando lo hallaron, en un terrible estado, se organizaron en guardias para que jamás estuviera solo. Los pedidos de Justicia para indagar en los motivos de su desaparición y las causas de su fallecimiento no prosperaron. Se difundió que murió a causa de una infección pulmonar.

Pechito, hijo de la vida es una producción independiente que cuenta con apoyo de Nanofilm, Producciones Varelense y Entrecejos Cine (iba a recibirlo también del Incaa, hecho que no se concretó). Presenta testimonios de vecinos y comerciantes, de un amigo íntimo de Pechito, la exlegisladora María José Lubertino, el asesor tutelar Gustavo Moreno y el fotógrafo cubano Kaloain Santos Cabrera. El grueso de las imágenes del protagonista son de archivo. Ocurre que Gómez llegó a conocerlo y a conmoverse con su historia como para plantearla en un documental, pero luego pasó lo peor.

“Lo conocí cuando estudiaba cine y guión y tenía la idea de hacer algo con él algún día. Falleció cuando terminé de estudiar y me pude acomodar. Fue muy fuerte empezar a investigar”, relata la joven. Ella trabajaba cerca de la esquina de Pechito. Una noche de invierno él le cambió billetes por monedas para que pudiera tomarse el colectivo. “Lo empecé a mirar desde otro punto de vista: él era el que necesitaba ayuda, pero me estaba ayudando a mí. Me impactó y lo empecé a saludar, a preguntarle cómo estaban los perritos... Pasaron los años y me enteré por televisión de que había fallecido de una manera rara. Sentí que tenía que hacer este documental. Que me lo debía”, dice Gómez. “Me la pasé llorando todo el documental. Cada vez que escuchaba las entrevistas y lo conocía más... porque tuve trato, pero no tan fluido como la gente que lo veía todos los días. Uno de los productores me retaba. Me decía 'necesito que estés fuerte, tenés que ser objetiva pero estás emocionalmente desequilibrada'. Yo me recomponía y volvía al ruedo”, expresa la documentalista.

Una vecina le pidió que no la filmara porque no le gustaban las cámaras y le contó un secreto de Ferreiro. Que él tenía otra razón para quedarse allí a la intemperie, más allá de Pechín y Galo. Que no se movía de ahí porque los medios habían comenzado a acercarse a él y se había hecho conocido. Entonces guardaba la esperanza de que su padre, que lo había abandonado en la infancia, fuera a buscarlo. “Este documental me cambió la vida. Fue un antes y un después”, reafirma la cineasta. Quiere seguir trabajando en esta sintonía. Por eso es que hace un tiempo se acercó a una joven que vive en el baño de la estación Constitución, “pero no era como el caso de Pechito: estaba consumida por el paco y no había forma de ayudarla”. “Intentamos conseguirle un refugio y se escapaba, estando embarazada”, dice Gómez, con cierta decepción.

Para ella, Pechito es un “portavoz” de una problemática que afecta a miles de personas. A cada vez más. El contexto económico, político y social vuelve urgente a este material, que estrena esta tarde, a las 19, en la sala Mabel Gutiérrez del Espacio Memoria, en la ex Esma (Avenida del Libertador 8151). “Es un portavoz de las tantas personas y familias en su misma situación, que no conocemos y quizá no conozcamos. A su modo, con su show de chistes, su karaoke y sus perritos, fue un artista. Otros pasan por lo mismo y no son visibles ni para la sociedad ni para el Estado”, concluye Gómez.