Los domingos a la mañana la TV argentina asume una forma extraña. En medio de cocineros haciendo delicias en vivo y en directo, entre las 11 y las 16, la pantalla de Telefe se convierte en un espacio en el que se dan las más extrañas fusiones artísticas. Músicos de diferentes generaciones y géneros se encuentran en un estudio para hacer de la música y la charla distendida un mismo idioma. Así, en un programa de La peña de morfi es posible que Hilda Lizarazu haga un furioso tributo al rock argentino, para darle paso a una entrevista íntima con Joan Manuel Serrat, quien recibe del bandoneón de Rodolfo Mederos una exquisita versión de “Sur”, mientras Lali Espósito se suma al convite junto a Nahuel Pennisi y Franco Luciani en armómica. Una peña en la que está prohibido el playback y que recuperó para la pantalla la presentación en vivo. “Tratamos de no quedarnos en la figura, sino en generar cosas nuevas fusionando músicas y artistas. Le metemos hígado al programa”, subraya Gerardo Rozín, conductor y productor, a PáginaI12. 

El ciclo musical es un desprendimiento de Morfi, todos a la mesa, el programa que diariamente a las 9 se emite en Telefe, y el cual Rozín condujo hasta el año pasado. “Morfi fue disruptivo porque planteó una agenda por fuera de la polémica, cuando parecía que a la mañana solo funcionaba eso”, detalla el rosarino. “Apostamos a hacer un programa más lúdico y festivo, con entrevistas y musicales alrededor de un fogón. Hacer música en vivo a la mañana en TV abierta sonaba a delirio. Y lo hacíamos todos los viernes. De eso surgió La peña. Hago programas que mantienen una línea, en la que se valora la conversación y la posibilidad de emocionarse alrededor de la música y las historias. Me gusta hacer programas que no se construyen desde la polémica. A veces los procesos en TV funcionan. Hacer algo artesanal en el mainstream da frutos. Es un programa contracíclico”.

–¿Por qué “contracíclico”?

–Trabajamos mucho en la actualización del magazine o programa musical. Elaboramos el programa con ese desafío intelectual. Tenemos una mirada sobre la tele que no todos los productores parecen tener. En vez de chorear ideas, pensamos cómo hacerlo distinto. Hicimos un programa de cocina que no solo tiene recetas y muestra cómo hacerlas, le sumamos información, entrevistas con cierta profundidad y música en vivo. Tratamos de sofisticar la pantalla: celebramos el aniversario de Van Gogh con la copia de Los girasoles en chocolate. En TV nunca hay que abandonar la búsqueda estética. Para nosotros contarlo nuevo significa contarlo lindo. 

–Una característica de sus programas es que se permite dejarse llevar por la emoción, llorar inclusive. ¿No le teme a la emotividad?

–No. Yo lloro, soy así. Me emocionan ciertas cosas. La música me emociona. ¿A quién no? Nos transporta a historias personales pero que también son colectivas. No me importa lo que digan. Es mi manera de ser, de sentir, no es un recurso artístico, sino humano. Así como encontramos límites donde otros no y encontramos permisos donde otros no. No buscamos la polémica y privilegiamos la belleza estética. Toda la semana preparamos el programa, no solo investigando sino escuchando todos sus discos como si no los conociéramos. Cada receta es como la tapa del diario: qué cocinamos, cómo lo contamos, cuál es el chiste, cuál es la sorpresa... No ponemos cuatro canciones seguidas y ya. Tratamos de que la charla derive en una canción. 

–Usted se considera “teleadicto”, fue productor periodístico y gerente de programación de Azul TV. ¿Cómo ve a la TV abierta?

–Soy cocinero y no soy crítico gastronómico. Un poco me molesta cuando veo a cocineros haciendo biri biri gastronómico. ¿No te leíste, no te escuchaste? Si queremos mejorar la tele, hay que hablar menos y hacer más. Lo que no creo es que la TV abierta muera. La llegada de lo nuevo le hace perder poder a lo viejo. Como todo lo que acumula poder, cuando ve que empieza a perderlo siente que se muere. La TV no se va a morir, va a tener menos poder. Antes la tele estornudaba y la gente creía que llovía; ahora la gente ve a un tipo que estornuda. Los canales abiertos no van a tener nunca más el poder que tenían. Hay otras posibilidades, gente que ve Netflix, gente en Internet... No creo que todo lo que pierda poder muera, pero para el poderoso es un dolor de cabeza. 

–Al repasar las programaciones de TV abierta, la mayor parte están conformadas con ciclos “en vivo”. ¿Ese es el futuro de la TV abierta?

–Lo que nos gusta ver tele en forma colectiva es tremendo. Ya sea a través de las redes sociales, pero nos gusta ver al mismo tiempo las cosas para comentarlas con otros. La TV en vivo es irreemplazable. Vamos al cine aún sabiendo que en tres meses podremos ver esa película en el sillón de casa. Hay que romper con algunas máximas. Hace tres años que hacemos La peña de morfi y hubo un montón de gente que nos decía que la música en vivo no iba más. Y acá estamos. No hay tantos genios que sepan lo que la gente quiere. 

–En todo caso, hay muchos que creen saberlo. 

–Yo no soy de esos. Yo soy el más joven de los viejos, no el más viejo de los jóvenes. Soy más bisnieto de Mareco, en el sentido de la escuela en la que nos formamos. Soy bisnieto de la tele que tenía alguna impronta artesanal más que los formatos. Me gusta el trabajo fino de buscar a un invitado, de pensar a qué hora canta tal invitado y a qué hora otro, en qué momento se cocina... Voy producido, es mi sistema: estudio cada detalle porque creo en lo artesanal. Cada programa que hice fue hijo del anterior. Sin La pregunta animal no hubiera podido hacer Esta noche, libros ni Gracias por venir. Tampoco La peña sin que estuviera Morfi. Son géneros muy caminados, a los que le ponemos nuestra propia impronta. Siempre ocupé ese lugar curioso en el que para el mainstream era un hinchabolas y para los dueños del premio no merecía estar ternado.